El juego es fundamental en los niños porque permite el desarrollo cognitivo y emocional, mejora la comunicación, la empatía y consolida las imágenes que recibe del exterior. En Venezuela, el chavismo convirtió la Navidad en una oportunidad para también manipular de manera aberrante a las nuevas generaciones con la entrega de juguetes en forma de superhéroes que representan al dictador Nicolás Maduro y su esposa Cilia Flores, en un acto de culto a la personalidad solo comparable con la exaltación a los “líderes supremos” en Corea del Norte.
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“Súper Bigote” y “Cilita” son los dos juguetes que el régimen distribuyó en los sectores populares del país para mostrar a ambos como figuras con poderes especiales, apelando a la fantasía de la infancia que desconoce los abusos de poder que acumulan desde hace dos décadas.
Un reporte de El Nacional precisa que 12 millones de ejemplares están en manos de los pequeños que habitan en las zonas más vulnerables del país, incluido Aragua, estado afectado por el deslave de octubre.
Adoctrinamiento infantil sin disimulo
La manipulación y el culto a la personalidad que el chavismo promueve en los niños venezolanos con estos juguetes es más que evidente cuando fusiona la recreación y el entretenimiento con la política sin ningún escrúpulo.
Esa pretensión no tiene disimulo. Al contrario, la cuenta oficial del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) publicó fotografías de las actividades en las que el oficialismo repartió estos muñecos diseñados por el dibujante Omar Cruz como parte de la estrategia de merchandasing de los personajes que el régimen lanzó en septiembre con el debut de estas figuras en la línea de útiles escolares.
Súper Bigote entregó más 2 mil juguetes a niños de la Comuna El Rosillo de Maturín https://t.co/xlt9ecN94p pic.twitter.com/Lf2wHXm9JY
— PSUV (@PartidoPSUV) December 25, 2022
Además, Maduro presume sin disimulo de la entrega de estos juguetes. Admite que el propósito de su alter ego es luchar para salvar a Venezuela del “imperio americano”. Así lo vocifera desde el año pasado cuando presentó las caricaturas inspiradas en el personaje donde el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump; el dirigente de Acción Democrática, Henry Ramos Allup; y el líder de Primero Justicia, Julio Borges, aparecen como los villanos de las historietas.
Una práctica comunista
Fomentar el juego de roles –que en este caso significaría querer ser o parecer “Súper Bigote” o “Cilita”– entre los niños a una temprana edad, cuando aún la madurez psicológica está en proceso, es una práctica común en los sistemas totalitarios.
De hecho, ya no es una novedad hablar de adoctrinamiento infantil en Cuba, donde los escolares participan en actos políticos para enaltecer la figura de Fidel Castro y gritar consignas a favor de la revolución. Para el régimen de La Habana ese el camino que garantiza la supervivencia del sistema en las próximas generaciones.
En Corea del Norte ocurre lo mismo. Bajo la orden de Kim Jong-un, los niños crecen en la sumisión, halago y obediencia militar para castrar sus deseos y voluntad. El documental North Korea: A day in the life lo comprueba. La cinta está impregnada de discurso antinorteamericano, así como también la serie La Ardilla y el Erizo, en cuya trama, las ratas representan a Corea del Sur, las comadrejas a los japoneses y los lobos a Estados Unidos, para de esta manera contar la historia de una comunidad en medio de un conflicto armado donde sus protagonistas deben derrotar a las filas enemigas. Las similitudes son innegables. El libreto es el mismo.