Basta con darse una vuelta por el Parlamento Europeo para comprobar que la mayoría política que ha alcanzado el centro-derecha desde hace años no se ha traducido en un giro de la retórica económica en la que están instalados los principales grupos políticos del Viejo Continente. En Bruselas y Estrasburgo, el antiguo sueño de la Europa de los Mercaderes ha quedado sepultado bajo un continuo llamado a la burocratización de la economía comunitaria.
Pero no todo está perdido. Pese al alto grado de intervencionismo estatal que defienden algunas voces, lo cierto es que Europa sigue contando en su seno con algunas de las economías más abiertas del globo. Es el caso de Suiza, Irlanda, Estonia y Reino Unido, que figuran entre las primeras posiciones del último Índice de Libertad Económica.
El modelo suizo es, probablemente, el más sólido de todos. Tiene a su favor un sistema formativo volcado en facilitar la entrada de los estudiantes en el mercado laboral. Frente a las voces caprichosas que quieren “alejar” a la empresa de las aulas, los suizos hacen todo lo contrario y apuestan por orientar la educación hacia las necesidades del sector privado.
También se beneficia Suiza de la estabilidad monetaria que ha exhibido desde hace décadas, de la apertura comercial que siempre ha caracterizado a sus cantones y de la calidad de su sistema regulatorio. Su sistema financiero es uno de los más competitivos del mundo y el peso total de los impuestos no llega al 28% de la renta nacional. En resumen, un valor seguro para invertir y emprender.
Irlanda es, probablemente, la sorpresa más agradable de todas. El pinchazo de su burbuja inmobiliaria desencadenó una profunda crisis fiscal que desembocó incluso en un “rescate” soberano financiado por el resto de socios europeos. Poco a poco, la crisis ha quedado atrás y el PIB ha llegado a expandirse un 26% en un solo año (2015).
El esquema irlandés se apoya principalmente en bajar los impuestos a las empresas para atraer capital e inversión y así generar empleo de alto valor añadido. En 1990, el PIB per cápita de la isla era similar al de Grecia. Hoy en día hay casi 20.000 euros de diferencia entre el Tigre Celta y la república helena. El grueso de estas diferencias se explica por el tremendo boom que supuso llevar el Impuesto de Sociedades al 12,5%.
Otra nación que da ejemplo de libertad en un contexto lamentablemente intervencionista es Estonia. La antigua república soviética apuesta por un modelo tributario de lo más original: el Impuesto sobre la Renta opera con una única tarifa (sistema de flat tax) y el Impuesto de Sociedades se cobra solamente cuando hay reparto de dividendos (dejando libres de tributación las rentas reinvertidas en la empresa).
Igualmente revolucionario es el esquema ideado por Estonia para reformar la Administración. El 20% de sus funcionarios han sido sustituidos por programas informáticos. Además, el programa de ciudadanía digital impulsado por el gobierno báltico ha seducido ya a casi 20.000 personas y empresas. Hay, por tanto, un futuro muy interesante por delante, marcado por el liberalismo económico y la última tecnología aplicada a la gestión pública.
Y no podemos olvidarnos de Reino Unido. Desde los años de Margaret Thatcher, la discusión política en Reino Unido está anclada en un firme compromiso con los valores liberales. Esto explica que la presión fiscal sea de las más bajas de la OCDE (en torno al 35% del PIB frente a niveles del 50% en Francia) y que el mercado laboral se sitúe entre los más flexibles del mundo rico (dando pie a un desempleo inferior al 5%).
Está por ver qué ocurrirá ahora que se ha activado el proceso de salida de la Unión Europea. El ejemplo suizo será vital a la hora de animar a los líderes británicos a aprovechar el Brexit para reducir el peso del Estado y aumentar el grado de apertura de la economía. La calidad de las instituciones, el buen entorno regulatorio y el imperio de la ley son buenos argumentos para el optimismo.
Pero la lista no acaba aquí. Desde los años 90, los países escandinavos han empezado a abrazar las tesis del laissez faire. Países Bajos también es otro baluarte en defensa de las tesis liberales. Al Sur de Europa, España y Portugal han resistido la crisis a base de flexibilizar el mercado laboral y reducir el peso del Estado sobre el PIB. Cierto es que Alemania parece haber perdido el impulso reformista de antaño, pero también es verdad que el triunfo de Emmanuel Macron pone a Francia en una situación novedosa, con un presidente que no es hostil al libre mercado. Incluso en Grecia hay encuestas que acreditan la caída de las opciones socialistas y el auge del discurso favorable al capitalismo.
De modo que, por mucho que se tienda a hablar con pesimismo sobre el futuro de la libertad en el Viejo Continente, y por mucho que el discurso intervencionista tenga mucha representación en Bruselas y Estrasburgo, el sueño de la Europa de los Mercaderes seguirá vivo mientras existan países que rechacen el impulso centralizador de la UE y defiendan una vía de integración basada en la libertad económica y el comercio.