Imaginemos que cada país es un estadio independiente de fútbol. Todos estos estadios independientes forman parte de una organización mundial que establece que hay ciertas reglas que deben cumplirse para que el juego sea justo, claro y para que cada participante (o habitante) goce de su libertad en un marco democrático y respetuoso.
No obstante, hay algunos casos en donde se genera lo que en política llamamos “trampa populista”. Esa trampa que hace que los dirigentes cambien las reglas de juego, eliminen a los actores que no les convienen y se enriquezcan a costa del sufrimiento y la generación de odio en la sociedad. Imaginemos que esto sucede en el estadio. Ahora el estadio ha dejado de pertenecer a todos. Ahora el estadio es propiedad del dirigente, quien utilizará todos los recursos de las tribunas para hacer y deshacer a gusto.
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Pero veamos el caso particular de Venezuela. Imaginemos que Venezuela es un estadio independiente y hay dos equipos jugando: el equipo del régimen y el equipo de la oposición.
Imaginemos que la cancha es la calle y el escenario político. Imaginemos que los miembros del Consejo Nacional Electoral, de la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía son los “árbitros suplentes”, también conocidos como “jueces de línea”. Sí, los que están parados fuera del campo con un banderín, con la función principal de juzgar el “fuera de juego”, además de ayudar al árbitro en situaciones y decisiones que lo requiera. Imagínese que también ellos juegan y juzgan todo a favor del equipo del régimen, porque los tienen comprados, amenazados o porque tienen negocios sucios que los involucran.
En este caso, supongamos que hay un juez de línea que una vez en el partido dice que el equipo de Nicolás Maduro está pasando por alto el reglamento. Entonces el resto de los miembros con banderines discute si enjuiciarlo y sacarlo del estadio por “mentiroso”. Así mismo sucede en Venezuela, nadie tiene permitido rebelarse contra el régimen.
Por su parte, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) juega el rol de árbitro pero responde a las órdenes del capitán del equipo del régimen. Un dato interesante: dentro de este Tribunal Supremo de Justicia se encuentra Maikel Moreno, un expreso condenado por asesinato, que está al mando de la Justicia o, en este caso, tomando decisiones sobre el partido.
El partido es controlado por este árbitro TSJ, quien tiene la autoridad para hacer cumplir las reglas de juego en dicho encuentro. Pero claro, el árbitro favorece al equipo del régimen ya que fue colocado en su privilegiado puesto por decisión del régimen, por lo que hará cumplir exclusivamente las reglas de juego que decide dicho régimen. Además, el árbitro decide cuándo concluye el partido y el tiempo extra que otorgará: en este caso, el árbitro le ha dado al régimen todo el tiempo del mundo para jugar su sucio juego.
Imaginemos que el arquero y capitán del equipo es Nicolás Maduro y que el director técnico del equipo del régimen es un dúo que ha dirigido al equipo chavista desde 1999 hasta el día de hoy: los hermanos Castro.
Ahora imaginemos que el equipo de Nicolás Maduro está compuesto por más jugadores de lo normal. Imaginemos que su equipo está compuesto por 33 jugadores y el equipo de la oposición solo por unos cinco, no más de diez.
Además, el arquero –entre otras funciones- Nicolás Maduro, ha reducido el tamaño de su arco para que nadie le meta un gol, de hecho está prohibido –en el reglamento reformado por su predecesor- hacerle un gol.
Asimismo y durante todos los partidos, Nicolás Maduro decide que constantemente hay penales a su favor –cuando ni siquiera deja jugar al equipo de la oposición y a veces los manipula para que se metan goles en contra- y además patea los penales sin permitir que el equipo de la oposición tenga un arquero. Una locura.
Décadas atrás, aquel reglamento se encargaba de ponerle límites a los dirigentes y a cada uno de los jugadores y actores del estadio, al igual que les ponía límites en sus cargos y períodos.
No obstante, en el año 1992 llega un jugador outsider que decide que él sería el encargado de tomar todas las decisiones dentro del partido: Hugo Chávez Frías.
En las elecciones de 1999, Hugo Chávez venía a representar una especie de Maradona, además de tener una tribuna venezolana que estaba cansada de los jugadores tradicionales de siempre. Claro que representando a Maradona por su estrategia de juego, lo popular y el fervor que generaba en la tribuna del que lo veía jugar, tanto en su propio estadio como en estadios ajenos: el populista ya estaba en la cancha.
Es ahí cuando cambia el reglamento de juego, quita facultades a algunos y entrega facultades extraordinarias a otros, se convierte en el dueño del estadio, expulsa de la tribuna a los que no lo alientan en su partido, cambia el nombre del estadio, el logo (la bandera) y regala el estadio a otro estadio más pequeño que había sido tomado en 1959 por Fidel Castro: ahora Venezuela entregaría petróleo a Cuba y Cuba entregaría servicios de inteligencia y formación a Venezuela.
Así fue como Nicolás Maduro llegó a donde llegó. Nicolás Maduro es el nefasto legado de los “partidos de fútbol” y las decisiones de Hugo Chávez.
Hace rato que también hay un actor crucial: la Fuerza Armada Nacional, previamente encargada de defender la seguridad de ingreso al estadio, pero que desde hace algunas décadas ha optado por proteger exclusivamente a Hugo en el partido (ahora a Nicolás y el resto de su equipo) por intereses personales, además de incorporarse como parte de la defensa y también del ataque indiscriminado contra cualquiera que se ponga en contra del capitán dictador, inclusive ingresando al mismísimo terreno de juego y corriendo tras el balón.
Asimismo, Diosdado Cabello es uno de los jugadores estrella del equipo de Maduro por ser uno de los más cercanos a la Fuerza Armada Nacional, ya que es el encargado de manejar sus ingresos con un negocio que comenzó con Hugo Chávez, del que participaron las FARC y que se encuentra más que vigente hoy en día: el narcotráfico. Fue así que el terreno de la cancha que era de césped, fue cambiado por un terreno de droga.
Nicolás Maduro ahora tiene un equipo que controla el partido y las reglas de juego. Nicolás Maduro tiene el control de aumentar la cantidad de jugadores que juegan en su equipo (sin límite alguno) y el control de reducir la cantidad de jugadores que juegan en el equipo contrario.
Nicolás Maduro también tiene a varios jugadores del equipo de la oposición con tarjetas rojas que él mismo decidió sacar (como a María Corina Machado), a otros expulsados y torturados en el subsuelo del estadio y en los vestuarios (como Leopoldo López o Antonio Ledezma) y otros con tarjeta amarilla constante y a punto de ser expulsados. Pero veamos más sobre las reglas justas sobre las tarjetas amarillas y rojas.
Algunas faltas que llevan a un jugador a una tarjeta amarilla o roja, según la gravedad del caso, son:
1) Dar o intentar dar una patada al adversario.
2) Poner una zancadilla al adversario.
3) Saltar sobre un adversario.
4) Cargar violenta o peligrosamente a un adversario.
5) Cargar por atrás a un contrario que no hace obstrucción.
6) Golpear o intentar golpear a un adversario o escupirlo.
7) Sujetar a un adversario.
8) Empujar a un contrario.
9) Jugar el balón, es decir, llevarlo, golpeando o lanzarlo con la mano o el brazo salvo el arquero dentro de su área.
Es curioso que los que cometen todas estas faltas día a día y desde 1999 no tengan una sola tarjeta roja o amarillo en su prontuario. Si esto le suena injusto y busca un motivo, la respuesta es la siguiente: así son los juegos de las dictaduras.
Pero este equipo de oposición también tiene un actor fundamental a favor: la Asamblea Nacional, que vendría a representar una asamblea de socios del estadio y que podría hacer grandes cambios. No obstante, algunos de sus miembros (la MUD) son conocidos por haber jugado el juego del diálogo y la negociación con el equipo del régimen que no tiene ningún incentivo en dejarlos jugar libre y justamente.
Esta Asamblea Nacional tiene el poder de cambiar el reglamento, nombrar otro árbitro, otro director técnico y otro capitán del equipo contrario para que se respeten las normas de juego entendidas como justas y en paz, sin violencia y donde todos puedan participar del juego, con una tribuna que no tenga miedo y no tenga que retirarse del estadio para ir a otro nuevo donde comenzar su vida desde cero. Esta Asamblea Nacional tiene el poder de dejar de jugar el partido que Nicolás Maduro le impone a su estadio, pero para ver más información al respecto, es más que recomendada la lista de propuestas de Juan C. Sosa Azpúrua.
Pero esto no es todo, todavía hay más. Una buena parte del equipo de la oposición la conforma un grupo de jóvenes que eran parte de la tribuna hasta hace muy poco y que se han cansado de estar silenciados, de morir de hambre, por falta de medicinas, reprimidos o abusados.
Este grupo de jóvenes que juega en el equipo de la oposición, se ha pasado de la tribuna al terreno de juego para pelearla contra el equipo del régimen que tiene provisión constante de agua, alimento, descanso, salud y además unos potentes botines con punta que lastiman y que han llegado inclusive a matar.
Los jóvenes, por el contrario, no tienen nada de todo eso, pero juegan igual. Muchos mueren en el injusto partido, solo para lograr que sus padres, madres, hermanos, hijos, familiares, parejas o amigos que los ven desde las tribunas dejen de sufrir y puedan vivir en un estadio democrático y libre.
Esperemos que este partido sea el último juego del régimen y que el estadio de Venezuela, de una buena vez por todas, pueda volver a iluminarse como supo hacerlo el siglo pasado, en aquellos momentos en que los estadios de América Latina vivían juegos horripilantes y repletos de equipos de dictaduras, y Venezuela era uno de los pocos ejemplos existentes de democracia y libertad. ¡Que Venezuela vuelva a ser un ejemplo a imitar!