EnglishLas personas con distintos trastornos mentales, vulgarmente llamados “locura”, suelen dar risa o, en los peores casos, pena y lástima. Muchos de ellos son inofensivos, mejor aun si son recluidos en los hospitales psiquiátricos (manicomios) donde son atendidos, mantenidos y alejados de la sociedad, por si acaso, porque nadie puede predecir qué tienen estas personas en la mente y en qué momento su estado pacífico se convertirá en un peligro, tanto para sus familias como para las demás personas.
El hecho de que enfermos mentales puedan llegar a gobernar un país entero, dirigir un Estado, suena descabellado. Pero sucede. No cabe la menor duda de que los grandes asesinos y genocidas en la historia —Hitler, Stalin, Pol Pot, entre otros—, han probado el peligro de los locos en el poder.
Y aunque un dicho reza que “el hombre sabio aprende de los errores de los demás”, tal parece que la masa, la misma que toma decisiones en las democracias, prefiere jugar a la ruleta rusa que aprender de los errores de la Historia.
Los casos más fantasmagóricos donde los locos han llegado al poder son bastantes en la actualidad. Pero los más dramáticos, quizá, son los ejemplos de Rusia y de Venezuela.
Si Putin y sus delirios parecen estar lejanos y no preocuparnos en este continente americano, el mal del ilegítimo presidente venezolano Nicolás Maduro está a la vista de todos nosotros a diario, a cada hora de cada día.
Haciendo un paréntesis antes de que los amantes de las democracias y los groupies de este pitoniso —quien suele hablar con los pajaritos y contar los penes multiplicados— se indignen por lo de “ilegítimo”, recordemos que Nico llegó a la presidencia de la Venezuela sufrida con 50,61% de los votos contra el 49,12% de otro candidato, Henrique Capriles. Es decir, la “victoria” de Maduro por 1,49% cabe dentro del margen del error estadístico, lo que permite asegurar su ilegitimidad.
Regresando a los trastornos mentales, es evidente que este hombrecillo de procedencia indefinida —Nicolás Maduro—, sufre de uno de los más peligrosos para la sociedad: la paranoia. La página web médica de mayor autoridad, MedlinePlus, describe la paranoia como “una afección de salud mental en la cual una persona tiene un patrón de desconfianza y recelos de los demás en forma prolongada”, cuyas síntomas son (y juzguen ustedes mismos si es, o no, una imagen fiel de Nico): preocupación porque los demás tienen motivos ocultos; expectativa de que serán explotados (usados) por otros; incapacidad para trabajar junto con otros; aislamiento social; desapego y hostilidad.
No existe ni puede existir ninguna explicación lógica sobre las acciones diarias de este “estadista” latinoamericano, el más espurio de las últimas décadas
Lo más aberrante no es este trastorno en sí, sino el sujeto que está gobernando una nación a la que ya ha llevado a un callejón sin salida. Por supuesto que podemos hablar de tomos enteros de los delitos que ha cometido el susodicho y por los que en algún momento deberá ser procesado, mejor en la Corte Penal Internacional; sin embargo, considerando que el delincuente es un loco, surge la duda sobre su plena responsabilidad debido a que su condición mental le impide el buen uso del razonamiento. Dicho de otra manera: lo que lo guía son sus instintos y sus bajas pasiones.
En efecto, no existe ni puede existir ninguna explicación lógica sobre las acciones diarias de este “estadista” latinoamericano, el más espurio de las últimas décadas. Cómo explicar que el país que hace apenas 15 años era el mayor productor de energía eléctrica de Sudamérica ahora no es capaz de producir la electricidad.
O nadie sabe explicar —de manera racional— cómo en el siglo XXI puede ser posible que la gente no pueda limpiarse, ni siquiera con los periódicos que también son escasos. O que los ciudadanos del país que otrora exportaba alimentos a la mayoría de los países del continente, ahora pasen gran parte de su tiempo en las colas por los alimentos racionados o, en caso de tener recursos, viajan a Aruba a hacer “el super”.
El delirio de persecución es típico entre los paranoicos, según la sintomática que mencionamos arriba. Y no le importa a Nico que todo el mundo civilizado ya se burle de sus “desarticulados planes de desestabilización”, “golpes de Estado” y otras memeces. Eso sí, el enemigo, como es típico en los pacientes con paranoia, debe parecer real y hecho de carne y hueso. En este caso son los EE.UU., “los fascistas”, etc.; en fin, nada nuevo.
Lo que podemos observar en Venezuela en la actualidad es una dictadura de las más viles y vulgares. El Estado de Derecho fue gravemente herido aun durante la época del “padre” de Nico, “el pajarito” golpista Hugo Chávez, y rematado por Maduro con la ilegal detención de Leopoldo López, Daniel Ceballos y Antonio Ledezma —por orden directa, no de un juez, como se hace en un país civilizado, sino del propio Maduro. Y, al fin, el Estado de Derecho recibió el tiro de gracia junto con el asesinato de los jóvenes durante las últimas manifestaciones contra las barbaridades del loco en el poder.
El tiempo de reírse de las estupideces de Maduro ya pasó. Ahora urge aislar al enfermo de la sociedad y de la gente civilizada, hasta por el bien del propio Maduro, aunque ya parece ser demasiado tarde.
A Maduro y a Chávez les tomó 16 años destruir por completo no solo la economía, sino la sociedad venezolana y lo que queda de ellas; tomará muchos decenios recuperarlas.