Las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo en Chile el próximo mes de noviembre permiten que distintos rostros políticos expongan sus ideas, sueños y esperanzas para la nación.
El escenario político es complejo, pero dentro de toda la variedad de ofertones que se producen, hay personajes que por su discurso, técnica, seriedad y realismo, parecen prestigiar la política y darle matices positivos a una de las actividades hoy por hoy más denostadas en el país y probablemente en el mundo.
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Felipe Kast es un candidato joven que a sus 39 años propone quizás uno de los programas más libertarios disponibles hoy en Chile. Su concepción completa de la libertad es inusual para alguien que se reconoce como perteneciente a la derecha, pese a que hace la distinción de “centro” derecha y la forma coherente, realista y técnica en la que establece sus puntos de vista frente a las problemáticas que el país tiene es proverbial. Pocas veces Chile tuvo un candidato de tan alto nivel.
Parece que un candidato tan sólido que es capaz de enfrentar a las hordas clientelistas que defienden la tendencia infantil de depender de un adulto, en este caso el padre Estado, que es capaz de decir que hay prioridades, que los recursos son finitos frente a necesidades interminables, que es hábil para separar lo urgente de lo importante, que es capaz de esbozar soluciones técnicas en un Chile donde abundan las tendencias populistas que demandan soluciones cortoplacistas y poco practicables, que es sutil y rápido para prevenir contra el populismo sin titubear ni un segundo, es demasiado bueno para el país que pretende gobernar. Felipe tiene prioridades y un programa tan técnico que pareciera concebido por la NASA.
En temas de migración, Felipe propone una cooperación internacional para prevenir el ingreso de la delincuencia, una política de planificación migratoria en pro de la descentralización y la cobertura de las necesidades del país, lo cual no interfiere con la libre voluntad del individuo de establecerse donde sus oportunidades sean más favorables mientras este respete los márgenes de la buena convivencia y cooperación con el país que le recibe.
En economía rescata el liberalismo clásico con todas sus virtudes poniendo énfasis en que el Estado tiene un rol arbitral en las relaciones entre individuos y que poniendo los incentivos correctos y despolitizando la economía misma es posible reducir el margen de vicios del sistema, tales como colusiones y asociaciones ilícitas.
En educación plantea que la prioridad la tienen los menores en edad preescolar, pasando por un fortalecimiento de la competencia de distintos proyectos educativos que mejoren los estándares generales de la educación escolar en Chile y, si es necesario, subsidiar la demanda y no la oferta para asegurar la libertad de los individuos de elegir la educación que quieren para sí mismos y para sus hijos.
En temas como el acceso a la educación universitaria, propone una gratuidad planificada a modo de pilar solidario general, administrado por la tesorería general de la república que consiste en que mientras se estudia la carrera deseada no hay que pagar por ella, pero ya que la educación es un bien económico que implica gastos y hay que pagarlos, al ser empleados o incluso independientes, se devuelva la inversión que se hizo en el individuo al recaudar hasta un 10 % de sus ingresos y sin intereses, pero que permitirá que otros puedan acceder al mismo beneficio. Lo propone como el sistema más justo para no excluir a quien desee educación universitaria, pero sin drenar los recursos del estado a futuro.
En derechos humanos es muy claro al señalar que todas las dictaduras son malas sin importar color político, y eso incluye a Venezuela, Cuba y lo que fue Chile en el gobierno militar. Para qué hablar de su respeto por la diversidad en su conjunto, incluyendo la sexual y su compromiso por los derechos civiles.
En realidad, pareciera que bajo un gobierno de Felipe Kast las cosas no podrían andar mejor ya que parece un fuerte custodio de la libertad como un todo, pero cabe preguntarse si un candidato de tan alto nivel no será en realidad demasiado ideal para el momento histórico que vive Chile. Es que el peso de la historia, la inercia como le llaman algunos, es poderosa. La idiosincrasia tiene su lugar y destronarla pese a las mejores intenciones parece casi imposible.
Vivimos en el Chile en que personajes como Beatriz Sánchez y Alberto Mayol, que representan a la ultraizquierda, defienden sus eslóganes con soluciones que parecen salidas de un universo paralelo llamado felicilandia, casi asumiendo que los recursos son ilimitados mientras se los quitemos a los ricos para dárselo a los pobres y creyendo firmemente que esto no tendría efecto en el empleo y la inversión, como si quienes mueven la economía eligieran a Chile para invertir por un afán solidario.
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Vivimos en un Chile que en las encuestas parece celebrar la desinformación, la palabrería y la charlatanería barata de la gratuidad en todo y la felicidad popular y cuando son enfrentados a preguntas técnicas lo resuelve con frases como “no sé”, “lo evaluaremos en el camino” o “dialoguémoslo y estudiémoslo”, dejando claro su alto nivel de improvisación en vez de propuestas concretas y serias, realistas y plausibles.
Esta realidad de sueño utópico y susceptible al populismo que vive Chile se comprueba al ver cómo sube en las encuestas el Frente Amplio y su red de promesas incumplibles. El chileno no parece estar hecho para los deberes, para el trabajo, para las propuestas serias y para la técnica por sobre el discurso. Y mientras esta inercia histórica de un país que después de todo sigue siendo latino, políticos del talante de Felipe Kast siguen pareciendo ser demasiado buenos para ser ciertos, demasiado buenos para los gobernados que prefieren vivir en el país de los castillos de aire de las promesas izquierdistas, porque les suenan más dulces las promesas que la realidad.