EnglishSe ha dicho que todos somos testigos de la historia.
En tan sólo unos días, los escoceses ordinarios tendrán la rara oportunidad de elevarse mucho más allá, hasta el nivel de participantes activos en un importante cambio geopolítico.

La mayoría del público escocés decidirá en el referendo independentista del 18 de septiembre separar o no el Reino Unido, uno de los países más poderosos de los últimos tres siglos.
Más allá de eso, serviría como un catalizador y fuente de inspiración para los cientos de movimientos nacionales independentistas que se mantienen bajo la superficie de los Estados modernos.
Es esta última consecuencia lo que atrae a este potencial cisma de las naciones británicas.
Haber nacido en Québec, la provincia de mayoría francófona de Canadá, me permitió ver los efectos del fracaso de los referendos. Tanto en 1980 como en 1995, una amplia coalición de activistas perdió su apuesta por la independencia, en la segunda ocasión por menos de 50.000 votos.
Desde entonces, la simpatía por la independencia y la fuerte oposición a ella todavía monopoliza la escena política moderna en Québec, más que cualquier otro tema. Es agotador; usurpa tanta energía, capital político, y sirve de palanca para peligrosos líderes e ideas que ponen a Québec en un camino incierto.
Así que si los escoceses quieren llevarlo a votación, mejor que hagan bien las cosas. Si gana el Sí, creen un Estado moderno con un respeto por el imperio de la ley, los derechos de propiedad y la libertad de expresión. Sean escoceses orgullosos y ábranse al mundo. Si el No sale victorioso, abandonen la idea de la independencia para siempre. No infecten a su gente con el síndrome de Québec, les ruego.
Eso es lo que le dije a las decenas de escoceses que conocí durante mi breve recorrido a través de las tierras altas y los centros urbanos de Escocia.
Visité bares, cafés, reuniones, stands políticos y calles para escuchar lo que la gente común opinaba.
Debido a la encuesta de YouGov publicada el domingo que daba una ventaja para la independencia de 51% contra 49% —borrando así una enorme brecha que tenía el No— estaban fortalecidos y emocionados.
Ya sea que apoyaran la independencia o no, los escoceses sentían una gran desconfianza hacia los políticos. Por supuesto, en la mayoría de los países que visito, a la gente no le gusta sus Gobiernos y no confía en sus políticos. Pero esto era más que el común escepticismo; su rechazo a la independencia radicaba en ser un proyecto puramente político.
Para muchas personas, se trataba menos de la separación del primer ministro David Cameron y de los conservadores en el poder en Westminster, y más acerca de por fin consolidar la cultura escocesa.
De hecho, muchos admitieron ver finalmente la retórica extremadamente cínica de la campaña “Juntos mejor“, la coalición de liberales, conservadores, y liberal demócratas que abogan el No.

“Ellos sólo han estado causando alarmismo”, dijo Donald Maclean, un director de desarrollo de Negocios por Escocia, un grupo de empresarios y emprendedores que intenta convencer a sus compatriotas de votar por el Sí.
“La gran diferencia entre nosotros y el No es que nosotros tenemos gente en las calles. Tenemos gente por ahí todos los días hablando a las multitudes. La campaña por el No no hace eso”, me dijo al lado de un stand del Sí en el centro de Glasgow.
Como hombre de negocios, dijo que sólo recientemente se convenció de los hechos y las cifras que muestran la vitalidad de Escocia y su potencial como país independiente.
“Una vez que tengamos el control de nuestro dinero, vamos a estar mejor”, dijo, citando estadísticas que prueban que los escoceses son mucho más ricos que sus homólogos del Reino Unido. Pero más que eso, él ve que la unión ya no sirve a los intereses del pueblo de Escocia.
“El Reino Unido está construyendo enormes portaaviones para proyectar en el extranjero una energía y una mentalidad imperial. Viven en el pasado. Ellos no tienen los fondos para apoyar todo eso”, dijo. “Escocia quiere ser como Canadá. Un país occidental, pero a favor de unir a la gente, negociando en lugar de enviar tropas todo el tiempo para destruir vidas y crear más y más problemas”.
Luego de leer la prensa de negocios durante mi estancia, sin embargo, está claro que las corporaciones dominantes son cautelosas acerca de la independencia. Se habla de la fuga de capitales, fenómeno que prácticamente mató al sector bancario de Montreal después de los referendos fallidos y todavía le asusta hoy. ¿Podría ocurrir? La mayoría de los partidarios del Sí no lo ven de esa manera.
Al conocer a amigos mutuos en Glasgow, me dio la sensación de que un nuevo tipo de confianza está construyéndose en los jóvenes escoceses, más allá de las historias de terror de millones de libras de inversión que huyen de Escocia, la pérdida de la libra esterlina, o de cualquier otra afirmación hecha por el No.
Uno de ellos era un joven maestro de escuela primaria, descontento con la situación actual y el rol secundario del pueblo de Escocia, y el otro un académico en ciernes que ve una mayor autonomía para los escoceses como algo inevitable y necesario.
Impulsados por la atracción al cambio, los jóvenes son un blanco fácil para los activistas por la independencia. Estos dos jóvenes no eran la excepción, pero nunca invocaron los argumentos culturales o emocionales oídos tan a menudo en Québec. Para ellos, todo se reduce a la capacidad de un pueblo de gobernarse a sí mismo, de construir el Gobierno más local y más controlable posible: el más cercano a ellos.
Aunque algunos han argumentado en contra de la independencia de Escocia debido a su apoyo por campos más progresistas, como el Partido Nacional Escocés, ¿quién hubiera imaginado que los impulsores estarían esencialmente repitiendo las virtudes de la democracia de Thomas Jefferson como argumento para separarse de Gran Bretaña?
En mis conversaciones con gente de clase trabajadora en las afueras de Edimburgo, un voto por el Sí se considera la mejor manera de hacerle pagar a la clase política.
“Ellos han gobernado desde Westminster durante años sin tener en cuenta incluso las consideraciones más básicas del Scot promedio,” dijo Reggie Sanders, un taxista. “Tenemos que votar por el Sí aunque sea para que nos presten atención”.
Sus palabras molestaron a algunos de sus compañeros de copas en el bar, uno de los cuales era un francotirador activo en las Fuerzas Armadas británicas, recién llegado de las operaciones de entrenamiento en Ucrania.
“Es fácil soltar ese tipo de afirmaciones para las personas que no están poniendo su vida en peligro por el país”, dijo Steve. Se negó a decirme su apellido después de darse cuenta de que él divulgó su lugar de entrenamiento más reciente a un civil —a un periodista.
“He viajado por todo el país, y te puedo decir que es un hecho que los escoceses son los mismos que los británicos, así como los galeses. Por algo somos un país unido”, dijo el francotirador.
Reggie se encogió de hombros, cogió su cerveza e hizo un brindis. “¡Por Escocia!”, exclamó.
Si todo va bien la semana que viene, esa celebración se repetirá en todo el país.
Brindo por la gente de Escocia que se atreverá a dar el salto y decidir su propio destino. Elijan con cuidado y mantengan el rumbo. El resto del mundo los está observando.