Quien perdió fue Donald Trump el pasado 3 de noviembre. El aún presidente tenía sólidos fundamentos de su lado. No sólo la costumbre de que la mayoría de los titulares en ejercicio ganan la reelección, lo que explica en parte el hecho de que Trump sumó 8 millones de más votos ahora, en 2020, respecto a 2016. Por otra parte, la ciudadanía calificó razonablemente bien la economía, que suele ser el principal factor a la hora de juzgar por quién votar.
Pero dos factores pueden explicar la derrota de Trump, si ésta se oficializa finalmente. Por un lado, el errático y desastroso manejo de la pandemia del COVID-9, que hoy significa, por ejemplo, que EEUU, con casi 240 mil muertos (y contando), tenga más muertos por la pandemia que por ese hecho traumático que fue a Guerra de Vietnam. El propio Trump puso la medida para juzgar su desempeño, cuando declaró que su gobierno haría «muy buen trabajo» si el balance final era de unos 200 mil muertos.
Al respecto, reparemos que el despegue de las preferencias entre Trump y Biden parece haberse dado a principios de octubre, cuando la diferencia en las encuestas se amplió, con motivo de la infección de coronavirus a Donald Trump, la cual muchos electores juzgaron como una irresponsabilidad del propio presidente, que pudo haber evitado si se hubiera tomado el virus más en serio. Sin quererlo, su infección echó más luz sobre los errores de sus políticas sanitarias. La gestión de Trump de la crisis de la COVID-19 ha disgustado a una importante proporción de americanos y así respondieron.
No ayudó a suavizar ese veredicto la reiterada negativa de Trump de aceptar responsabilidad alguna. “No asumo ninguna responsabilidad”, dijo Trump en el Rose Garden el pasado 13 de marzo. Esas palabras fueron el epitafio de su presidencia, la frase que la resume toda.
Y como escribió entonces David Frum en The Atlantic, “la pandemia no es culpa de Trump. Pero la falta de preparación de Estados Unidos sí es culpa de Trump. La pérdida de respiradores que había acumulados por no suscribir los contratos de mantenimiento en 2018 sí es culpa de Trump. El fracaso a la hora de contar con un arsenal adecuado de equipos de protección sanitaria sí es culpa de Trump.
La batalla entre estados por adquirir el material también es culpa de Trump. Que haya viajeros por la geografía de EEUU que estén transitando por aeropuertos concurridos es culpa de Trump. Que haya estado diez semanas infravalorando la gravedad del virus y confiando en que se vaya por obra divina también es culpa de Trump. Hay otros culpables, pero la responsabilidad es de Trump. Podría haberlo parado a tiempo y no lo hizo”.
El otro factor que parece explicar la derrota de Trump (insisto, si ésta se oficializa como parece que lo será) fue la insistencia de uno y otro candidato de plantear la contienda como una especie de referéndum sobre el desempeño presidencial. En ese match, Biden logró emocionar y movilizar algo mejor a sus electores.
Nuevamente: no ganó Joe Biden. Simplemente perdió Donald Trump, quien sembró desconfianza en su liderazgo y no tuvo los argumentos para modificar el ánimo y la evaluación de sus conciudadanos.
Habrá que ver qué pasa en el actual diferendo electoral, para analizar más de cerca y con mayores elementos estas u otras razones. Pero tengo para mí que la derrota de Trump será oficializada, porque sus alegatos no se basan en nada firme y sí en muchas fake news. Al respecto, ni de lejos puede hablarse de que el actual litigio sea comparable al del año 2000: En ese año, Al Gore, que ganó por medio millón de votos, disputó la victoria en Florida a George W. Bush por solo 500 votos.
En cambio, hoy, Biden ha ganado el voto popular por casi cinco millones y Trump disputa, sin evidencias firmes, los resultados en cuatro estados por miles y miles de votos. Incluso, las diferencias en varios de ellos son similares a las del pasado proceso entre Trump y Clinton, lo que no fue impedimento entonces para reconocer su victoria, y son mayores que las victorias de George W. Bush en 2000 y 2004. Pero Trump tiene todo el derecho de inconformarse, presentando las pruebas del caso, no meras fantasías ni suposiciones.
¿La protesta de Trump y el no haber aceptado hasta ahora su derrota buscan revertir los resultados o, simplemente, fortalecer a su propia base y aguarle el triunfo a Biden, obstaculizando el inicio de su gestión? Si es lo primero, faltan seriedad y pruebas, de lo contrario su movimiento no prosperará y no pasará de un berrinche desleal a la democracia. Estoy cierto de que si su protesta tiene fundamento jurídico, será resuelta adecuadamente por los tribunales, como se han resuelto otros conflictos en el pasado.
Si es solo lo segundo, para desinflar la nueva agenda progresista de la administración Biden: una opción pública en la atención médica, medidas para abordar el cambio climático, reforma judicial, una nueva ley de derecho al voto… los republicanos debieran de ser más cuidadosos y no suicidarse políticamente con Trump: en cuatro años tendrán una nueva oportunidad. Incluso el mismo Trump: en 2024 tendrá la misma edad que Biden hoy, si quiere volver a ser candidato.
Al asumir en enero próximo, Joe Biden será un “pato cojo” sin necesidad del actual show de Trump, gracias a la irresponsabilidad de los demócratas más radicales: Es muy probable que Biden sea el primer presidente desde Richard Nixon en 1968 en llegar a la Casa Blanca sin una mayoría en el Senado, y el primer demócrata desde Grover Cleveland en 1884 que no tiene el control total del Congreso.
Adicionalmente, Biden tendrá enfrente una Corte Suprema más conservadora que en cualquier otro momento desde la década de 1930 y un sistema judicial en contra. También tendrá una mayoría adversa de gobiernos estatales, que probablemente aumente después de 2022. Tales son logros que los republicanos debieran preocuparse en proteger y acrecentar, no las fantasías de un megalomaníaco como Trump, sin olvidar que la tragedia sanitaria sigue allí, sin control. En ese escenario, urge ser responsables.