Hace unos días se detuvo en EEUU al general Salvador Cienfuegos, quien fue la cabeza del Ejército mexicano durante el gobierno del ex presidente Enrique Peña Nieto, de 2012 a 2018, y en ese carácter, cabeza de la lucha contra el narcotráfico en el país. ¿Los cargos? Haber colaborado con un cartel de narcotraficantes de segunda categoría, para facilitar el traslado de drogas hacia EEUU.
Esta detención se suma a otra, también por la justicia estadounidense: la de Genaro García Luna, extitular de la Secretaría de Seguridad Pública durante la administración de Felipe Calderón (2006-2012) y responsable de la lucha contra los carteles del narcotráfico, acusado de recibir sobornos del Cartel de Sinaloa, para facilitar sus operaciones y conspirar en el tráfico de cocaína hacia EEUU.
Ambas detenciones (contra cuyos afectados no había una solo investigación en curso en México), de comprobarse los cargos, ratificarían algo que aquí he señalado reiteradas ocasiones: México es un Estado fallido que, gracias a la complicidad de su gobierno y sus políticos, funciona como una enorme base de operaciones del narcotráfico, teniendo bajo su mira y amenaza a millones de mexicanos honrados y trabajadores, pero indefensos.
Pero incluso aún sin comprobarse los cargos contra Cienfuegos y García Luna, es claro que México plantea, desde hace mucho tiempo, un enorme problema. México es hoy un gran saco de pus. Y duele.
Me detendré un poco en el caso Cienfuegos, que me parece de extraordinaria gravedad, por sus implicaciones.
Al detenerse al general Cienfuegos, algunos hablaron de “afrenta a la soberanía del país”. Tanto por detener a tan alto personaje como por la aparente desconfianza del gobierno estadounidense a la administración López Obrador, a quien no advirtió de lo que haría y sólo le aviso una vez sucedida la detención, vía su embajador en México.
Extraño modo de pensar: Identificar el honor nacional mancillado con la suerte de un posible delincuente o la desconfianza a una administración que bien ganada se la tiene, en lugar de advertir que la detención sólo viene a comprobar el enorme error del presidente López Obrador al dar más y más facultades y tareas al Ejército mexicano.
La cercanía de López Obrador y el Ejército es un capítulo ominoso que ningún bien traerá al país. Al respecto, el Ejército mexicano nunca ha sido impoluto. Simplemente no se ha documentado su nivel de corrupción, por la reverencia tradicional hacia ese cuerpo, y su opacidad y hermetismo proverbiales. Pero había corrupción para quien quisiera mirarla y documentarla.
Fue parte del arreglo institucional del país, a partir del alemanismo (1946): El Ejército dejaba de tener ambiciones políticas a cambio de que se manejara como un cuerpo aparte, con su autogobierno: sus propias reglas, procedimientos, presupuestos e impunidades, dando cuentas de su accionar de vez en cuando, si el presidente de la República, su comandante supremo nominalmente, se animaba a pedírselas. Y pocas veces éste se animaba. Así, fueron Fuerzas Armadas sin veleidades políticas, a cambio de dejarles hacer y deshacer, con un grado casi absoluto de impunidad.
La guerra contra el narcotráfico en la que se embarcó de forma irresponsable Felipe Calderón (por mero calculo político y de popularidad), afectó ese arreglo institucional, porque puso al Ejército bajo la luz permanente de los medios y las instituciones del Estado, y porque lo sujetaba más y más a las órdenes y al capricho presidencial. De allí la insistencia del Ejército y destacadamente del general Cienfuegos, de que que expidiera una ley que legalizara su accionar en la lucha contra el narcotráfico, claro, pero que también le devolviera la discrecionalidad y la impunidad de las que siempre habían gozado.
La detención de Cienfuegos (mientras se comprueban sus supuestos delitos) pone nuevamente al Ejército bajo la luz, para apreciar el disfuncional arreglo institucional del que goza, y que se magnifica con las cada vez mayores atribuciones que López Obrador les da: constructores y operadores de aeropuertos, dueños de la flamante Guardia Nacional, administradores de aduanas y puertos, con un pie ya en la justicia mexicana, para decidir a quien encarcelar preventivamente, entre otras muchas tareas.
En este episodio, aparte del propio general Cienfuegos, uno de los mayores perdedores es López Obrador, precisamente. Primero porque evidencia su gran error en confiar en un Ejército, posiblemente corrupto hasta la médula, que se vende al mejor postor: Hoy López Obrador es ese mejor postor. Pero ¿mañana?. Y segundo, porque revela que su “amistad” con Donald Trump era mero servilismo: a la hora de la verdad, Trump no dudó ni por un segundo en pasar por encima de él y pisotearlo.