El tiempo avanza y el presidente López Obrador no consigue dar las respuestas positivas que los mexicanos le exigen.
Solo malas noticias se acumulan en su accionar. La crisis por la pandemia de COVID-19 se dirige a acumular pronto los 100 mil muertos, según las cifras oficiales, aunque diversos estudios hablan de que los muertos reales serían hasta tres veces más.
La caída de la economía por efecto de la pandemia, de más del 10 por ciento del PIB a fines de año, ha sido una de las más duras y pronunciadas en el mundo y en Latinoamérica.
Esa caída significará alrededor de 15-20 millones de nuevos pobres y de pobres extremos, deshaciendo todo lo que el país logró desde 1995, mediante mayor responsabilidad macroeconómica y apertura comercial, con crecimiento bajo pero constante, que llevó a que el PIB per cápita creciera un 150 % más entre ese año y 2018.
A ello sumemos la indetenible violencia por la disputa entre los carteles de la droga, y la inseguridad pública, que ha causado 60 mil homicidios dolosos durante el Gobierno de López Obrador: un muerto cada 15 minutos de su administración.
Sus exabruptos diarios en contra de la prensa, sus críticos, los empresarios o el “adversario” más a modo que encuentre. O la lenta pero continuada defección de sus funcionarios más fieles, desilusionados ante el actuar de López Obrador como presidente.
O simplemente, deseosos de guardar algo de prestigio hacia el futuro, sabiendo que el barco se hunde, irremediablemente.
Hoy mismo el país se incendia y ningún funcionario importante sale a apagar el fuego.
Protestas, saqueos y destrucción en Ciudad de México, Chihuahua, Guerrero, Guanajuato, Morelos, Michoacán, Oaxaca, Tamaulipas… frente a un gobierno federal más interesado en polarizar que en resolver los problemas y funcionarios dedicados a quedar bien con el presidente, más que en atender los asuntos de su responsabilidad.
Todo eso ha tenido un impacto directo en los índices de popularidad de López Obrador, siendo uno de los líderes que más apoyo han perdido este año en el mundo.
De cualquier manera, habrá que esperar nuevas mediciones para saber si se encuentra en una caída continuada y tal vez irreversible de su popularidad.
La realidad alcanzó a López Obrador. Y aunque tiene aún cuatro años más de gobierno por delante, ya es un hecho que no le bastarán para pagar los daños que hizo en menos de dos años de administración, donde todo ha sido destrucción, farsa, corrupción e ineptitud.
Así, elegirlo fue la peor decisión de los mexicanos en mucho tiempo. Sus seguidores no lo admitirán públicamente porque sería admitir que fueron engañados. Pero si lo aceptan hoy, al menos en su fuero interno, evitarán otro engaño futuro.
Para explicar sus decepcionantes resultados, López Obrador hoy busca culpables. Así, como López Portillo con los dueños de la Banca, al final de su sexenio, en 1982, hoy tempranamente López Obrador pelea o litiga mañana a mañana con sus fantasmas y busca chivos expiatorios para justificar los tremendos errores de su gobierno, sean periodistas, críticos, empresarios, intelectuales, políticos “conservadores”, los “neoliberales”…
Pero lo que hoy vive México ya lo vivió el país en 1976 y especialmente, en 1982: Escapismo, redoblar apuestas perdedoras y caprichosas, y tomar medidas radicales y desesperadas son el script actual y lo serán cada vez más en los próximos meses en México, solo para que López Obrador calme sus angustias existenciales, frente a lo inamovible de la realidad y al veredicto de la historia, que se antoja duro, muy duro.
López Obrador está desesperado y lo estará más en los próximos meses. Preparemos pues a enfrentar medidas igualmente desesperadas de su gobierno y, por tanto, gravemente contraproducentes.
El país corre un grave peligro en sus manos.