El presidente López Obrador presentó este domingo su plan económico contra la emergencia por el COVID-19. El resultado es que no hay plan y que el presidente no inspira confianza ya a nadie fuera de su círculo de adictos. La caída inmediata, tras de su presentación, de la paridad para un nuevo máximo histórico de 25,68 pesos por dólar, así lo deja ver.
López Obrador y sus voceros anunciaron toda la semana que el domingo presentaría su plan económico, pero esto solo sirvió para generar interés en uno más de sus cada vez más intrascendentes y anticlimáticos informes trimestrales de gobierno. Seguramente por eso tal vez será su informe más visto. Pero éste fue como los otros: una nueva colección de los “éxitos” de su gestión, con datos falsos y logros imaginarios. Por ejemplo, la supuesta reducción de los homicidios en el primer trimestre de este año, según él en un 0.3 %, cuando en realidad tuvieron un incremento del 3.6 %. O la ilusoria terminación de la Línea 3 del Tren Ligero de Guadalajara, o el “logro” de haber reducido el costo de la gasolina, atribuyéndose el efecto colateral de la actual guerra petrolera y de la baja mundial en su consumo.
López Obrador se presentó frente a un patio vacío, solo frente a las cámaras de televisión y solitario en el escenario como a él le gusta, para que nadie le dispute la atención. Tan pequeño e indigente en capacidades se sabe que no tolera ninguna distracción de su persona. El solitario del Palacio Nacional. Es como ese personaje de “El Chavo del Ocho”, que armaba sus propios juegos solo para jugar él, divertirse él y ganar él, lo cual sería ridículo si no fuera trágico, tratándose de la máxima autoridad de un país en su hora más desesperada y oscura en muchísimo tiempo.
Por eso es que mucha gente esperaba con expectación su plan, jaloneado entre rumores de que anunciaría la nacionalización de bancos y supermercados, o bien, el anuncio anticipado por dirigentes empresariales, de que informaría de apoyos fiscales para las empresas, para sortear en lo inmediato la crisis por el COVID-19. Pero nada de eso pasó. Ni de nada. La economía y las empresas y sus trabajadores están solos: Sólo dependen de sí mismos.
Su plan es solo que continuará y ampliará sus programas sociales, con los últimos recursos que los diferentes gobiernos “neoliberales” (según él) ahorraron durante los últimos 15 años para emergencias y compromisos, en el Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios, en el Fondo Mexicano del Petróleo, y en diversos fideicomisos, y que con ello creará 2 millones de empleos, como ya sabemos que lo hará: llamando “empleos” a sus becas y subsidios, que no son más que premios por obediencia y obligación de voto para sus bases partidistas.
López Obrador gastará los últimos recursos de que puede disponer: que vaya sobre ellos evidencia la real situación de las finanzas del país y su desorden. Después de eso, ya no habrá ahorros ni recursos ni forma de sostener sus programas sociales, con una economía en declive. A menos que suceda lo impensable: que su rapiña pronto se dirija a los fondos privados de pensiones y sobre las reservas del Banco de México. Algo impensable, pero que podría suceder. En tal sentido, el de López Obrador no es un gobierno en crisis terminal, como sostienen muchos: aún conserva intacta su enorme capacidad de hacer daño.
En el fondo, el plan de contingencia de López Obrador es mero ejercicio descarnado de poder: en lugar de salvar empleos productivos, seguirá engordando sus bases sociales, que reciben subsidios y transferencias. Y hasta donde el presupuesto público alcance. Esto, para ganar las elecciones intermedias del Congreso en el 2021.
Seguramente la mala gestión de la crisis sanitaria y de otros problemas del país (el desempleo que viene, la quiebra de muchísimas empresas, la violencia y la inseguridad pública, los saqueos que habrá, etc.) podrán costarle varios puntos de popularidad, pero él apuesta a sacar a votar a sus bases, dentro de un año, y con eso revalidar y fortalecer su proyecto político, conservando su mayoría en el Congreso. No hay secreto en ello: es el mensaje detrás de su “plan”. Y la suya podría ser una apuesta ganadora, frente a la inacción de la oposición y la atomización y desorganización de la sociedad civil que lo critica y se le resiste.
A cambio, la economía mexicana entrará en una caída gravísima: su peor depresión económica en 100 años, mayor que las de 1976, 1982, 1994 y 2009. Ya se habla incluso de una recesión anual del 10 %. Así, la economía quedará conectada a un respirador artificial, en peligro cierto de muerte. La mortandad en turismo, servicios, microempresas y pymes será muy pronunciada. Se estarían salvando vidas del COVID-19 (si se salvan) solo para entregarlas a la muerte de la economía y a la pobreza y la falta de horizontes. Donde no habrá creación de riqueza ni empleos o bienestar real sin empresas vivas y actuantes.
Lo que sucedió el domingo es algo que todos sabíamos de López Obrador, sin asumir sus consecuencias últimas: solo le importan él mismo y su proyecto político. En su nombre sacrificará todo, cueste lo que cueste, caiga quien caiga. Y lo está haciendo.