Una pregunta recorre México, apremiante, nerviosa: la reciente baja en la popularidad del presidente López Obrador ¿será un quiebre definitivo en su gobierno hacia una impopularidad permanente y tal vez, quizá, marque el fin adelantado de su sexenio?
Hace unos días, varias casas encuestadoras publicaron sus resultados midiendo la actual popularidad presidencial. Todas ellas, sin excepción, reportaron una sensible baja en los niveles de aceptación presidencial: su popularidad bajó del 78-80 % (iniciando su gobierno, a principios de 2019) a un rango del 57-62 % (en la actualidad, según la encuesta que se prefiera), mientras aumentó considerablemente su desaprobación, de 14-18 % al 29-35 %, hoy.
Ningún presidente mexicano había llegado con tanto poder y popularidad como López Obrador. Pero como dicen señaló Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Así que tras 15 meses en el poder, López Obrador hoy resiente los primeros efectos de un gobierno incompetente, inepto: desconfianza de empresarios e inversionistas; una economía en recesión; desempleo creciente; la crisis del sector hospitalario que ha costado decenas de víctimas (muchas de ellas niños) y que puede magnificarse con la epidemia de coronavirus en puerta; 100 asesinatos diarios en promedio, muchos de mujeres y niños, como resultado de una inseguridad pública imparable; una corrupción galopante, como deja ver que el 78 % de los contratos de su gobierno sean adjudicaciones directas, opacas y a empresas de reciente creación, muchas vinculadas a personajes de la propia administración; 346 mil millones de pesos en pérdidas en PEMEX, además de cientos de millones en proyectos descabellados, debilitando unas finanzas públicas de por sí pendientes de un hilo. Es un gobierno que ha fluctuado, en estos 15 meses, entre las malas noticias, las feas y las pésimas. Pobre país, en manos de un necio incapaz.
El daño hecho en estos meses iniciales de gobierno será difícil de revertir, máxime cuando no hay siquiera voluntad de reconocer errores. Pero el problema real es que ninguno de estos problemas se solucionará en el corto plazo. Vamos: ni siquiera se prevé una ligera mejoría pronto, menos con el reciente desplome del precio del petróleo (la gran apuesta del sexenio), y con él, el del peso mexicano y del gasto del gobierno, un golpe que dependiendo de su profundidad y duración, sí puede descarrilar el sexenio de López Obrador. Así que la popularidad presidencial seguirá cayendo.
Reconocer y prever esto no implica, empero, suponer que su gobierno colapsará o que le espera un fuerte castigo en las aún lejanas elecciones intermedias de julio de 2021, perdiendo la mayoría legislativa que hoy tiene en la Cámara de Diputados.
En realidad, sus niveles de aceptación aún son grandes, similares a los de cualquier otro gobernante: casi cualquier presidente latinoamericano estaría satisfecho con sus números. Además, las encuestas dejan ver que su reciente impopularidad tiene más que ver con los resultados de su gobierno, que con un rechazo a su figura: él, en lo personal, sigue contando con altos niveles de simpatía y adhesión, gracias a una hábil comunicación personal y miles de millones de pesos en programas sociales y en la operación con medios de comunicación y redes sociales.
Peor aún: a pesar de la naciente impopularidad de su gobierno, ningún partido político ni ninguna otra figura política se ven beneficiados de ella. Partidos y políticos de oposición se encuentran en puntos muy bajos de aceptación, prácticamente sin cambios desde que López Obrador llegó al poder. Si cae la popularidad de López Obrador, no aumenta la de la oposición ipso facto. En tal sentido, es una suposición sin bases esperar que perderá la mayoría en el 2021. Es más: a López Obrador solo le basta movilizar a una fracción de los beneficiarios de sus programas sociales para retener entonces la Cámara de Diputados.
Así que más le vale a la oposición y a los ciudadanos críticos seguir trabajando en el cuestionamiento y la exigencia al gobierno de López Obrador, en lugar de esperar de que sus propios errores lo lleven a la tumba política: sigue reteniendo una alta aceptación y muchísimos recursos de todo tipo, por lo que más vale no confiarse ni cantar victoria antes de tiempo.