Al menos en los últimos seis meses, México ha venido experimentando la llegada de caravanas de inmigrantes. Primero fueron centroamericanos, especialmente hondureños, a los que se sumaron luego haitianos, cubanos y hasta africanos.
Todos ellos buscan solicitar asilo en Estados Unidos, huyendo de la situación de violencia indiscriminada y pobreza que se vive en América Central y en sus países. Su llegada masiva ha generado problemas en los cruces fronterizos con Estados Unidos ya que se tarda más para cruzar a ese país, y ha causado, asimismo, inconvenientes en el paso de mercancías.
Con los problemas de cruce en los puentes internacionales, han surgido también entre los mexicanos sentimientos anti-inmigrantes contra los centroamericanos, tipo Gert Wilters, Marine Le Pen, Viktor Orban o Tom Tancredo. Muchos acusan a los centroamericanos de “no querer trabajar” o se quejan porque “no les gusta la comida mexicana” (aunque la diferencia entra las gorditas y las papusas salvadoreñas es menor).
Incluso, ha habido expresiones de supuesto complot por parte de una derecha enfermiza que afirma que los centroamericanos serían pagados por George Soros. Es significativo que eso suceda en un país como México, que se ha beneficiado enormemente de la migración.
Se argumenta que México vive una crisis migratoria sin precedentes. Al respecto, es entendible que haya cierta incertidumbre, pero digámoslo claro: no es una crisis sin precedentes. En este contexto, Latinoamérica no es la misma que la de la década de 1980. En los 80 había guerrillas en El Salvador, Guatemala, además de los sandinistas en Nicaragua. Había campos de refugiados guatemaltecos en México. El narcotráfico había rebasado las instituciones en Colombia. Panamá estaba bajo el narcogobierno bajo Noriega. Perú vivía el terrorismo de Sendero Luminoso. Es evidente que lo peor en Latinoamérica ya pasó, con la excepción de lo que sucede en Venezuela. Comparativamente, esta crisis es más manejable que lo que se vivió en los 80.
Para poder encontrar soluciones sólidas es necesario hacer un diagnóstico real, considerando preocupaciones legítimas y dejando a un lado los sensacionalismos. En este sentido, es menester tomar en cuenta cómo el libre mercado ayudaría a solucionar el problema.
Primeramente, la violencia que se vive en Centroamérica es real y tiene causas. Sus naciones se encuentran clasificadas como países con baja calidad institucional por varios índices como el Índice de Estados Frágiles (Fragile States Index), así como en el de gobernanza del Banco Mundial, el Foro Económico Mundial y de Estado de Derecho del Instituto Fraser. Instituciones frágiles son el prerrequisito de bajos desempeños económicos y violencia generalizada.
Hay un problema crítico y pocas veces señalado: la violencia que vivió México entre 2008 y 2010 se trasladó a Centroamérica. Al respecto, hace algunos años la revista The Economist del Reino Unido, publicó un artículo sobre la estrategia del entonces presidente Calderón para combatir el narcotráfico. The Economist sostenía que su plan había funcionado y que había golpeado a los carteles, pero predecía que toda la violencia que México había vivido en esa época se trasladaría a Centroamérica, donde las instituciones están aun más podridas.
Lo que vemos actualmente es exactamente la predicción de la revista: Centroamérica experimenta lo que sufrió México hace 10 años, lo cual está generando la crisis migratoria que hoy vemos.
Tan solo en lo que se refiere a la violencia, y según la Fundación Insight Crime, en 2017 se registraron en El Salvador 60 homicidios por cada 100 000 habitantes y 365 niños fueron asesinados ese año. Esta tasa fue del 26,1 en Guatemala, con 942 pequeños muertos, y del 42,8 en Honduras, donde durante la última década se asesina una media de un niño por día. En México, la tasa es de 25 por cada 100 000 habitantes. Para efectos de comparación, la media mundial asciende a 5,3 y la de España, por ejemplo, es de 0,7 por cada 100 000 habitantes.
Por otro lado, Cuba sigue siendo un país comunista y autoritario, y sigue cometiendo violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Anteriormente, era casi seguro que los cubanos que partían de la isla en balsa a Florida obtuvieran el asilo a causa de la ya derogada política de “pies secos, pies mojados”.
Al final de la jornada, es la combinación de pobreza, violencia extrema, crisis económica, violación a derechos humanos y falta de oportunidades que caracteriza desde hace décadas la vida en esos países, la que es decisiva para entender por qué tantas personas parecen dispuestas a todo con tal de huir de sus países de origen.
Todo esto no se puede ignorar con discursos, o aduciendo que es un gran complot. En esta línea de pensamiento, hay mexicanos que piden mano dura o que se cierre completamente la frontera a los centroamericanos. Sin embargo, exigir mano dura independientemente de las condiciones de violencia y deterioro económico, solo erosionaría la calidad de las instituciones, y abriría la puerta a la corrupción en la policía y la burocracia migratoria, y a actos de prepotencia y violación de derechos humanos. Además, sería un regalo a las mafias de “coyotes”. Al respecto, desde hace años que la USAID trabaja con diferentes instituciones mexicanas: una política de mano dura implacable contra centroamericanos honestos vendría a tirar por la ventana años de trabajo. Sería un golpe para la diplomacia mexicana en su relación con Latinoamérica.
A las personas que tienen causas legítimas para huir de la violencia de Centroamérica se les debe permitir encontrar refugio. Las personas honestas que huyen de la violencia deben tener la certidumbre de que su caso será escuchado. Es importante sacar a las personas buenas que sufren un ambiente tóxico, para que no sean agredidas y no caigan en manos de mafias, engrosándolas o financiándolas a la fuerza. Esa sería una forma inteligente de debilitar al crimen organizado en Centroamérica, sacando a las personas honestas de un ambiente tóxico.
A los cubanos que huyen del gobierno autoritario no se les debe regresar: sería un golpe duro para personas que buscan mayor libertad. El gobierno del presidente López Obrador lo está realizando, fijándolo como una política sistemática de su gobierno. Ello demuestra que no son prioridades de su gobierno ni los derechos humanos ni las garantías individuales, subordinados más bien a su cooperación con las dictaduras de izquierda. Para la sociedad mexicana debe ser hipócrita pasar horas criticando al comunismo, a Fidel Castro, al Che Guevara si cuando hay inmigrantes cubanos que piden asilo se les rechaza.
El libre mercado es la mejor arma en la resolución de este asunto. Es necesario acercarse y cooperar con las empresas a las que les falta mano de obra, como son las maquiladoras en la frontera, en la construcción, o la agricultura, y ofrecer visas de trabajo para los centroamericanos que quieran quedarse en México y puedan ocupar puestos que no son ocupados por mexicanos. Un mercado de trabajo flexible es la mejor manera de absorber este shock de refugiados. Si se les habla claramente y se les abre oportunidades para que centroamericanos y cubanos se puedan quedar en México y tengan acceso a un trabajo digno, muchos de ellos tomarían la oportunidad, ya que México sería un paraíso comparado a la violencia y pobreza de sus países. No habría necesidad de caravanas, ni de pagar “coyotes”, simplemente con su permiso de trabajo podrían abordar los autobuses o tomar el avión en paz.
Creemos que es importante tomar en cuenta el ejemplo de Líbano y Jordania. Estos dos países han recibido refugiados sirios. Líbano recibió cerca de 900 000 y Jordania cerca de 660 000. Alex Nowrasteh del Cato Institute ha mencionado que Jordania ha tenido más flexibilidad laboral, les ha permitido trabajar, crear empresas, lo cual ha facilitado una mayor integración. En Líbano tienen más restricciones para llevar a cabo las mismas iniciativas, algo que ha mantenido marginados a los migrantes en los campos de refugiados, con menos posibilidad de integrarse.
Si a pesar de dar oportunidades para quedarse en México todavía hay algunos que quisieran hacer una demanda de asilo en Estados Unidos u otro país, se podría canalizar por la vía institucional a países que tienen experiencia en recibir refugiados, así como países que utilizan mano de obra inmigrante como los países del Golfo Pérsico: Emiratos, Kuwait o Qatar. Si se trabaja en equipo con las diferentes embajadas se puede llegar a acuerdos razonables que hagan innecesarias las caravanas.
Si se maneja bien, este asunto puede contribuir positivamente a las maquiladoras en México, la industria de la construcción, restaurantes, turismo y la agricultura. Si México lo maneja con sabiduría ayudaría además a mejorar la calidad institucional.
Finalmente, es importante que Norteamérica trabaje junto con Centroamérica en una perspectiva de largo plazo para mejorar las instituciones y el comercio. Los tres países (Canadá, Estados Unidos y México) tienen acuerdos de libre comercio por separado con Centroamérica. Esto es un verdadero plato de espaguetis, con diferentes tratados que se traslapan. Sería mucho mejor fusionar el TMEC con los acuerdos de Centroamérica para trabajar en una región próspera a largo plazo, trabajando mano a mano con Centroamérica. Una política de trabajar por separado no es sostenible a largo plazo, ni tiene fundamentos éticos, económicos e históricos. México no puede olvidar las raíces históricas, étnicas y en muchos otros órdenes que le unen a Centroamérica.
Al final, no debemos de dejar de mirar fenómeno de las caravanas migrantes como una expresión, una más, legítima, justa, de lo que lo que Adam Smith llamó en 1776 “el plan liberal de igualdad [social], libertad [económica] y justicia [legal]”, y que aún inspira, poderosamente, a la gente común a buscar la gran oportunidad de una vida mejor.