Con apenas 15 días en el puesto (15 días que ciertamente se sienten como meses), el de López Obrador es un gobierno de muchas expectativas y en contraste, no solo de pocos logros (lo que sería natural por el escaso tiempo de ejercicio), sino al contrario: de muchos, muchos estropicios y desencantos.
Los mexicanos presenciamos todos los días (a veces con burla, otras con furia contenida o impotencia) las decisiones erróneas y las declaraciones desafortunadas de los nuevos funcionarios, y también vivimos la decepción porque las cosas no salen según lo prometido o lo esperado por las altas expectativas de la gente. Cómo estarán las cosas que ahora, en ese cuadro, hasta el ex presidente Peña Nieto les parece a muchos un ejemplo de estadista y de gobernante prudente.
Frente a ello, el gobierno de López Obrador parece únicamente empecinado en destruir los logros de los gobiernos anteriores, tales como el Aeropuerto de Texcoco, el Seguro Popular, la Reforma Educativa, la Reforma Petrolera, la autonomía y el profesionalismo de muchas instituciones que se fueron ganando en la larga transición democrática del país; al respecto, incluso se habla de la posibilidad de un golpe de Estado judicial en ciernes, el primero en la ya larga historia institucional de México.
La actual disputa entre López Obrador y la Suprema Corte de Justicia, por la ley que reduce sueldos en todo el aparato estatal mexicano, para que nadie gane más que el presidente de la República, así como los masivos despidos de la actual burocracia, por haber servido a los regímenes “neoliberales”, por parte de los nuevos funcionarios designados por López Obrador, en realidad solo buscan la mayor cantidad de renuncias y puestos de poder, para allí acomodar a los adictos al nuevo mandamás y su corte: López Obrador quiere lealtad completa y una burocracia voluntariamente ciega que solo le rinda cuentas a él.
A cambio, el costo será una nueva burocracia inexperta, centralizada, temerosa, con una empinada curva de aprendizaje, que por ello, impedirá que muchas políticas del nuevo gobierno salgan bien u obstaculizarán su implementación. Se vienen días aún más aciagos en el nunca eficaz ni eficiente (ni honesto) Estado mexicano.
A ello sumemos las pérdidas económicas ya resultantes de la gestión del nuevo gobierno. Solo la cancelación del Aeropuerto de Texcoco, por ejemplo, costará al menos 13,500 millones de dólares, sin considerar los costos de los litigios por la cancelación injustificada, el pago de las líneas de crédito que utiliza el proyecto, la reparación del terreno actual y, al final, los costos por adecuar las alternativas aeroportuarias en que se ha empecinado el nuevo gobierno. Al final, resultará que era más barato concluir Texcoco que entrar al berenjenal en el que se está convirtiendo el asunto, por la soberbia y la inexperiencia del nuevo gobierno.
Como consecuencia, esto ha quitado a los inversionistas confianza en lo que suceda en el país en el corto y mediano plazos, induciendo a un encarecimiento permanente del dólar, abruptas caídas en los mercados, salida de capitales, aumentos en tasas de interés y en el servicio de la deuda, renuencia a invertir y pérdidas de oportunidades económicas y de empleos, muchísimos empleos. La situación se complicará con el inminente aumento por decreto al salario mínimo, que presionará las expectativas inflacionarias y de un mayor desempleo. Muchas de estas consecuencias económicas las seguirá resintiendo el país, aún después de que López Obrador deje el cargo, tentativamente en 2024.
La imposibilidad del nuevo gobierno de comunicar mejor sus objetivos, presentar una agenda en positivo y dejar de demonizar a sus críticos y opositores, ha resultado en una mayor crispación social, de por sí intensa tras la polarización resultante en el pasado proceso electoral. La reciente tentativa de ataque físico a miembros de la Suprema Corte, junto con la supuesta propuesta de desaparecerla y convertirla en un Tribunal Constitucional, eligiendo incluso por elección popular a los nuevos ministros, o bien, la supresión de algunos espacios informativos críticos al gobierno, en apariencia por el deseo de los dueños de los medios de comunicación de no enemistarse con López Obrador, ejemplifican bien el estado de alarma pública por un desaseado y equívoco manejo de los temas por parte del nuevo gobierno y su mayoría en el Congreso.
Frente a ello, sorprende un poco que los otrora partidos dominantes en el sistema político mexicano, sean hoy organizaciones meramente testimoniales, y hasta fantasmales, en oposición al partido del presidente López Obrador, absolutamente dominante en las dos cámaras del Congreso federal. Hoy la única oposición real a López Obrador está en algunos medios de comunicación y, sobre todo, en una ciudadanía crítica, actuante en múltiples y atomizados grupos de activistas, a los que lo único que los une es evitar, por métodos democráticos, un regreso al pasado autoritario.
México con López Obrador hoy experimenta una regresión política y se encamina de nuevo al autoritarismo que hace casi 20 años creíamos haber dejado atrás, ilusoriamente, para siempre. No es posible aún saber si esa restauración autoritaria tomará la forma de un populismo corruptor como el del PRI de los 70s o bien, uno aún más destructivo, como el chavismo bolivariano. La llamada Cuarta Transformación de López Obrador es, por ahora, un régimen anfibio entre ambos escenarios.
La democracia ha mostrado en México sus limitaciones y contrahechuras: Ésta hizo posible que A y B se unieran para “castigar” a C, quedando C en la indefensión, mientras B se va dando cuenta, amargamente, de que fue el tonto útil del cuento y que pagará las consecuencias. Lo que pasó entonces en México no fue ni democracia ni justicia, sino un simple asalto multitudinario. “Se las metimos doblada”, dijo muy gráficamente uno de los comisarios políticos del nuevo régimen.
Por ello, hoy más y más ciudadanos van dándose cuenta de que decisiones irresponsables o de simple protesta, tienen consecuencias reales en su vida, en forma de malos gobiernos y peores gobernantes, tal como lo había advertido Ludwig von Mises (en Omnipotent government: the rise of total state and total war): “El culto del Estado es el culto de la fuerza. No hay amenaza más peligrosa para la civilización que un gobierno de incompetentes, corruptos u hombres viles. Los peores males que la humanidad haya tenido que soportar fueron infligidos por los malos gobiernos”.
En México hay un ambiente de desengaño y alarma, por parte de muchos que ya se han convencido de que el de López Obrador será un mal gobierno. Solo estamos expectantes frente al número y la magnitud de los males por infligir. Ojalá que a ese desengaño ciudadano le siga rápidamente una actividad constructiva en defensa de sus libertades y derechos, para que el daño sea limitado y los culpables transitorios.