No. López Obrador no llevará a México hacia el socialismo o lo convertirá en una nueva versión del chavismo venezolano. No. Al menos no por ahora. La semana que ha pasado desde su triunfo ha sorprendido a muchos: López Obrador se ha comportado con una civilidad política que no se le conocía en su larga carrera política, reuniéndose en términos respetuosos y constructivos con el presidente Peña Nieto, gobernadores opositores y empresarios.
Además, algunos de sus próximos funcionarios han anunciado reversa a varios proyectos preocupantes, como clausurar la apertura en el sector energético o subsidiar las gasolinas, o bien, han guardado una apaciguante indefinición en temas como la cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México.
Para muchos, es un perfil inédito en López Obrador. Para otros, López Obrador simplemente está comenzando a hacer el pago de facturas a quienes le ayudaron (al menos en parte) a alcanzar la Presidencia, precisamente a Peña Nieto, gobernadores supuestamente opositores y empresarios. Al respecto, lentamente van saliendo a la luz los posibles acuerdos políticos entre López Obrador y Peña Nieto, así como con algunos gobernadores del opositor PAN, que explicarían parte de la impensable debacle electoral del priismo, incluso en sus más preciados bastiones históricos, con el único propósito de detener un probable repunte de Ricardo Anaya y el PAN, y apuntalar el triunfo de López Obrador.
Pero la contención y civilidad actuales de López Obrador no es sólo por el pago de posibles facturas políticas. Tiene también un componente económico, ahora que los mercados son, quiérase o no, una especie de quinto poder en las decisiones de gobierno. Al respecto, el populista segundo discurso de López Obrador la noche de su triunfo, significó una mala señal para los mercados y conllevó, en tiempo real, una fuerte caída del peso frente al dólar.
Esto ha obligado a sus futuros funcionarios a ser prudentes e insistir en la necesidad de conservar la confianza de los mercados. Pero el real López Obrador, ya sin afeites, disfraces ni acuerdos de por medio con sus adversarios, lo veremos a partir del 1 de septiembre, cuando asuma el nuevo Congreso (él asumirá tres meses después), donde su facción política tendrá una aplastante mayoría, incluso para revertir todas las reformas constitucionales que quiera.
Al respecto, la Constitución mexicana impone requisitos muy exigentes para cambiarla. Para hacerlo es necesario que estén a favor dos terceras partes de la Cámara de diputados y otro tanto del Senado, así como 17 de las 32 legislaturas locales. Ningún Gobierno mexicano había tenido en los últimos veinte años tal grado de control y poder políticos. Hasta ahora. Aunque López Obrador no tendrá, en apariencia, la mayoría suficiente para impulsar cambios sustantivos a la Constitución, estará muy cerca de lograrla, sea mediante un acuerdo político con el PRI o el PAN, o bien, como creo que será el camino a andar, por la simple compra de algunos legisladores del PRI, el PRD o de otros partidos, como los que desaparecerán por su baja votación, pero tendrán legisladores por sus convenios de coalición con PRI y PAN.
En tal sentido, López Obrador será un mandatario muy poderoso: será además de presidente, jefe de Estado, jefe de Gobierno y jefe de las Fuerzas Armadas. También será el jefe de su partido, líder de los gobernadores de su partido y de la coalición que lo llevó al poder, la cual tendrá la mayoría relativa en el Congreso. Esto le permitirá a López Obrador promover iniciativas que tendrán garantizada la aprobación del Poder Legislativo.
Además, tendrá la posibilidad de colocar a cualquiera de sus partidarios en cargos claves del Poder Judicial, incluyendo la Suprema Corte de Justicia, o en organismos autónomos, como la Comisión Nacional de Derechos Humanos o el Banco de México, o dependencias que requieren la intervención del Congreso, como la Procuraduría de Justicia, la Secretaría de Hacienda y todas las representaciones diplomáticas.
Si a ello sumamos lo que vimos estos últimos días, con empresarios y opositores en franca declinación ante López Obrador, sin condicionar su apoyo, sin esperar a sus primeras decisiones de gobierno y renunciando sin presión a su condición de ciudadanos, para adoptar la posición de meros súbditos, veremos como diría el analista Macario Schettino, que regresamos políticamente a un tiempo anterior a 1986, a la época del PRI monolítico y absorbente.
Así, si López Obrador, una vez tomando posesión de su nuevo cargo el próximo 1 de diciembre, no nos lleva al socialismo o a cualquier otra forma de coacción social, no será porque no pueda, sino simplemente porque quizá no quiera. Así de omnipotente será su poder. Pero, al final, ¿qué queremos decir con llevarnos al socialismo? Visualizarlo en ese hipotético futuro nos impide percatarnos que ya vivimos en él.
Todo nuestro arreglo institucional y político es una forma de socialismo, quizá light en sus formas y discreto al no autodefinirse como tal, pero socialismo al fin. Como insiste el académico Arturo Damm: Gobernar hoy en México es sinónimo de redistribución gubernamental del ingreso. Y redistribución del ingreso, en cualquier forma o magnitud, es socialismo. Por otro lado, basta consultar cualquiera de los más importantes índices de Libertad Económica y la posición de México en ellos: puesto 63 en el Índice de la Fundación Heritage, y puesto 76 en el Índice del Instituto Fraser, o bien, cualquier otro que mida aspectos de apertura, conectividad, competitividad, etc., para percatarnos que vivimos muy, muy lejos del “neoliberalismo” que López Obrador aduce.
Los políticos como él hablan y hablan de que México sufre por el liberalismo y el neoliberalismo, cuando en realidad vivimos en un infierno socialista. Por honestidad que nos diga qué tenemos de libre. Basta también revisar las principales ofertas de los excandidatos presidenciales competidores de López Obrador, para observar que todas ellas, sin excepción, eran variantes de una misma visión y práctica socializante.
Vivimos en México en un socialismo puro y duro, y estamos educados y condicionados para no observar que vivimos en él. Vamos: Ni siquiera para quejarnos. Al contrario: Pedimos cada día a nuestros políticos más y más socialismo, más Estado. En tal sentido, López Obrador es sólo la culminación de esa súplica. Así que no: López Obrador no llevará a México al socialismo. Ya vivimos desde hace mucho en él