Un hombre que se dedica a diario a sanar enfermos y salvar vidas mata en menos de un minuto, con una extraordinaria pericia, a tres delincuentes que intentaron asaltarlo. Ese jueves 30 de enero el héroe sin capa del que todavía no conocemos su nombre, posiblemente con su actuación, como está acostumbrado a hacer, salvó la vida de algún colombiano de bien y le evitó momentos de terrible angustia a quién sabe cuántas futuras víctimas.
El carro en el que se movilizaban los delincuentes habría sido robado horas antes de que intentaran asaltar al médico y según el secretario de Seguridad de Bogotá los tres muertos tenían antecedentes penales.
Los hombres libres tienen armas, los esclavos no. Claramente estos tres atracadores no eran inexpertos, tenían prontuario, pero ese día se enfrentaron a un hombre libre, no a un esclavo de la delincuencia, como somos la mayoría de latinoamericanos.
Por supuesto que este médico actuó en defensa propia, ese día protegió su vida de tres hombres armados que lo atacaron, pero además no sabemos cuántas vidas pudo haber salvado, en la mayoría de los casos simplemente es cuestión de tiempo para que estos atracadores de profesión asesinen a alguien.
Por culpa de quienes hacen las leyes, muchos ciudadanos nos acostumbramos a que en un robo “hay que entregarlo todo”. No tenemos armas porque nos prohíben tenerlas y si las tuviéramos y actuáramos nos podríamos meter en un problema legal.
El gran apoyo que ha recibido este médico, por parte de la sociedad colombiana, es apenas entendible. La gran mayoría de colombianos de a pie, los que toman bus y tienen que caminar por lugares no tan seguros, han tenido que soportar por lo menos una vez en la vida que los roben o que roben a alguien cercano. Y muchas son las historias de los que sobreviven de milagro a estos ataques.
Siempre queda la impotencia por lo que no se pudo hacer, la rabia de no haberse podido defender, ¡porque no es justo que nos roben! De modo que cuando vemos la historia de este médico, aunque muchos no lo quieran decir porque no es políticamente correcto, pensamos en cuántas vidas inocentes se salvaron, y aplaudimos que este hombre no se haya dejado quitar sus cosas y que se haya podido defender como muchos de nosotros no hemos podido.
Hace un par de meses en un Transmilenio un delincuente le arrebató el celular a un anciano, un amigo mío que vio lo que sucedió se fue detrás del ladrón, en la puerta del vagón un segundo ladrón apuñaló a mi amigo en el cuello. Se salvó de milagro, por unos centímetros el delincuente falló una herida mortal en la garganta.
En la noche del viernes 31 de enero, cuando los los medios apenas empezaban a reportar lo ocurrido en el caso del médico, otro amigo mío fue apuñalado en la cara por un delincuente que se enojó cuando no le quisieron dar lo que pedía. Esta vez mi amigo casi pierde un ojo. Gracias a la providencia divina no tengo un amigo muerto y otro sin ojo por culpa de la delincuencia.
Hay que entender que hablamos de delincuentes que ponen diariamente en riesgo real la vida de los ciudadanos honestos y trabajadores. Eso no quiere decir que hay que ir por la calle matando ladrones, sino que es completamente entendible que la sociedad celebre que en un acto de legítima defensa una víctima dé de baja a sus asaltantes.
Y estaría muy bien que los ciudadanos honestos pudiéramos armarnos fácilmente y ser libres para defendernos, igual que el médico, cuando alguien quiera asaltarnos.
En Colombia, como en la mayoría de países de Latinoamérica, los ladrones están acostumbrados a hacer lo que quieren. La policía no actúa adecuadamente, siempre llega tarde, y en los casos en los que los bandidos son capturados, la justicia termina siendo tan ineficiente que la mayoría de las veces, a las pocas horas, los ladrones están de nuevo en las calles.
Si a eso le sumamos que también en la mayoría de países de la región es extremadamente difícil que los ciudadanos honestos obtengan un permiso legal para estar armados, lo que tenemos es el ambiente perfecto para que cada vez haya más delincuentes cometiendo sus fechorías con increíble tranquilidad.
Los ladrones saben que que la gente está desarmada (porque está prohibido el libre porte de armas) y también saben que la policía no es eficiente y que, en todo caso, si llegaran a ser detenidos luego serán liberados y podrán volver a sus fechorías.
Pero, qué pasaría si los ciudadanos de bien pudieran armarse fácilmente, sin violar la ley. Qué pasaría si en nuestros países en Latinoamérica, al igual que sucede en Texas, la gente pusiera letreros que dicen “Nosotros no llamamos al 911”, indicándole a los ladrones que tienen armas y que las usarán para proteger su propiedad privada, entendiendo la vida como la primera y más importante propiedad que tenemos.
Imagine que hay dos casas, en una cuelga un letrero que dice “libre de armas” y en la otra uno que dice “no llamamos a la policía, estamos armados”, ¿a cuál cree usted que entraría un ladrón?
Cuándo van a entender los políticos que los ladrones no dejaran de tener armas porque estas sean ilegales, ¡hablamos de gente que vive en la ilegalidad!. Nunca, en ningún lugar del mundo, algún delincuente ha dicho: iba a robar y a matar pero como las armas son ilegales ya no lo voy a hacer.
Los que acatan las normas son los ciudadanos de bien, que no andan robando. Por eso, la prohibición para portar armas solamente logra que los buenos, los que no cometen delitos, queden desarmados, mientras que los delincuentes continúan armados.
Yo no puedo tener un policía en mi cartera, pero sí puedo tener un arma. Sin embargo, los mismos que son incapaces de prestar seguridad y justicia, me prohíben defenderme.
Y cuánta rabia dan aquellos que desde su buenismo y sus vidas seguras y acomodadas, señalan a quien se defiende. “Si a mí me roban entrego todo”, dijo esta semana un periodista colombiano muy reconocido. Pero es muy fácil decir eso cuando uno no es una señora que vive al día, y que si le roban lo que tiene en la billetera se queda ella y sus hijos sin comer durante un mes.
También es muy fácil decir que se “entrega todo” cuando uno puede andar en carro y se mueve en lugares seguros de la ciudad, de modo que la probabilidad de que lo roben es muy baja. Pero sí que es difícil decir eso cuando se trata de un hombre que llega a su casa cada noche caminando por un barrio peligroso y lo atracan una y otra vez.
Otro muy famoso periodista colombiano dijo: “No eran asesinos, sino hamponzuelos de barrio. Usted no puede ir disparándoles a todos los que lo van a robar”.
Yo quisiera saber si este influyente periodista tiene cómo saber que los ladrones asesinados no le iban a hacer daño al médico. Por supuesto que no tiene cómo. La legítima defensa consiste también en actuar en el momento indicado, no se puede ser tan ridículo de pedir a una víctima de asalto que espere a que el ladrón lo apuñale para defenderse.
Pero, además, la frase del periodista pareciera sugerir que uno se debe dejar robar por consideración a los ladrones. “Usted no puede ir disparándoles a todos los que lo van a robar”, no señor, lo que no puede pasar es que los delincuentes anden robando sin que la gente de bien pueda defenderse. ¿Quieren que los buenos no nos defendamos porque qué tal que el pobre delincuente salga herido?
Los países de la región deben seguir el ejemplo de Brasil, donde Bolsonaro ha trabajado para que sea más fácil para el ciudadano del común tener armas legales, y además se dé blindaje jurídico a quien haga uso del derecho a la legítima defensa.
En Brasil todas los tipos muertes violentas se redujeron menos las muertes de delincuentes. El hecho de que estén muriendo más delincuentes en sí mismo no me parece un motivo de alegría, el escenario ideal sería que la gente no robe y no muera, pero si ese es el precio que hay que pagar para que mueran menos inocentes y para que la gente humilde no sea despojada de sus propiedades, adelante. Si me ponen a escoger entre la vida de un inocente y la de un ladrón, creo que es clara la decisión.
Lo que no podemos es decirle a los buenos: déjense matar y robar porque hay que cuidar la vida de los delincuentes.
El proceso para conseguir un arma de manera legal debería ser simplemente cuestión de demostrar que no se tiene un problema psicológico o psiquiátrico que impida hacer buen uso del arma y que se tiene entrenamiento suficiente para saber cómo usarla sin poner en peligro la vida de inocentes.
Yo no quiero un país donde la gente tenga que entregarlo todo para que no la maten, yo quiero un país donde la gente buena sea libre y pueda defenderse, donde se valore y se cuide primero la vida del inocente. Los que deben tener miedo son los malos, no los buenos. Por eso, millones de colombianos rodeamos al médico que se defendió y pedimos a los políticos que flexibilicen el porte legal de armas.