Los conservadores, por estos días, han pasado a ser una especie de socialistas que quieren conservar la familia como institución. El conservatismo dejó de ser antiestatista —como debe serlo—, para convertirse en todo lo contrario.
Lo peor de esta situación es que, sin saberlo, al pedir el ensanchamiento continuo del Estado de bienestar, lo que hacen es contribuir a la destrucción de lo que supuestamente defienden: una sociedad basada en la familia, los valores y el orden.
En diferentes ocasiones he escrito sobre los motivos por los que los libertarios deberían ser conservadores, pero hay un asunto de igual importancia que expondré en este texto: la razón por la que el conservatismo debe ser radicalmente antiestatista.
Empezaré definiendo el término “conservador” ya que causa confusión en el público general. ¿Conservar qué? se pregunta la gente. Esa definición, la de que un conservador es quien quiere mantener un determinado orden, ciertamente es casi inservible. En la medida en que las leyes, reglas, comportamientos aceptados y en general el orden cambia dependiendo del lugar y el momento, conservador entonces podría significar que se quiere mantener cualquier cosa.
Una mejor definición de “conservador” tiene que ver con alguien que reconoce que existe un orden natural. El conservador, por supuesto, entiende que hay anomalías y perturbaciones de ese estado natural de las cosas pero le es evidente que siempre se puede distinguir entre lo normal y lo anormal, entre lo que es natural y lo que no es.
El conservador, entonces, reconoce lo normal a pesar de las perturbaciones que pueda haber y quiere preservar ese orden natural de las cosas. Para un conservador, la familia es la institución natural fundamental, la más importante e indispensable. Por eso deberían defenderla de manera efectiva. Pero, como dije antes, los conservadores hoy en día con su estatismo desbordado se dedican a destruirla.
Ahora bien, no solo es que no reconocen que para restaurar el orden natural se necesita disminuir el Estado. Sino que el conservatismo actual parece no entender que es imposible aplicar medidas económicas de izquierda; ser estatista, y acabar al mismo tiempo con la decadencia moral. No se puede alcanzar el ideal conservador, en el ámbito social, por ejemplo entregándole la educación de los niños al Estado.
Aquellos que han querido ampliar el poder del Estado siempre han empezado por acabar con la familia. Y es que esta institución históricamente ha sido el apoyo ante situaciones difíciles en la vida. Si alguien se enfermaba su familia se hacía cargo de él, los jóvenes cuidaban a sus padres cuando estaban ancianos y si alguien quedaba sin empleo su familia lo apoyaba hasta que se pudiera recuperar. Los estatistas quieren que el individuo no dependa de su familia sino del Estado.
Robert Nisbet explica en The Quest for Community que la guerra entre Estado y familia tiene ya mucho tiempo, y que hay una relación inversa entre estos. Cuando el Estado es grande y fuerte, la familia se vuelve débil.
La principal arma de los estatistas para acabar con la familia se llama Estado de bienestar, arma que, tal vez sin saber sus consecuencias, ahora utilizan los conservadores. Un gran Estado de bienestar es el medio por el cual consiguen que el individuo deje de depender de su familia para requerir de los políticos y ser completamente manejable.
Como explican Philipp Bagus y Andreas Marquart: “En la medida en que dependemos del Estado de previsión, necesitamos menos la ayuda del prójimo, en especial de la familia. Se rompen los vínculos sociales… La decadencia de la familia como consecuencia del dinero malo y el Estado de Bienestar acarrea una grave crisis moral y de valores”.
Pero no solo es que los estatistas trasladan la dependencia de un individuo de su familia hacia el Estado, sino que crean incentivos perversos. Cuando a quien trabaja fuertemente se le quita dinero para darle a quien no lo hace, aparecen cada vez más personas que no quieren laborar. Igual sucede con cualquier tipo de redistribución.
Si por cuenta del gran Estado de bienestar se subsidia a los desempleados, cada vez la gente se esforzará menos por conseguir empleo y, además, no tendrá necesidad de una familia que lo apoye en esos momentos.
Si se subsidia a las madres solteras, aumentará el número de nacimientos por fuera del hogar, las mujeres disminuirán su nivel de precaución al tener relaciones. Si se le dan subsidios a los ancianos, las personas no se esforzarán por ahorrar durante su vida para cuando llegue la vejez y se reducirá el incentivo a tener hijos, después de todo no necesito que me cuiden cuando viejo, lo hará el Estado que es mi nueva familia.
La educación estatal por su parte también contribuye a que los hijos se vayan de la casa y escapen de la autoridad que representa la familia, quedando además bajo el amparo completo del Estado que les brindará la educación que considere adecuada.
El antiguo conservatismo reconocía todo esto y por eso se oponía al ensanchamiento del Estado del bienestar, entendía que todas estas políticas de “ayuda” que venían del Estado libraban a los individuos de la disciplina y el esfuerzo que implica mantener una familia.
Cada vez es menos la gente quiere afrontar la responsabilidad y compromiso que significa tener una familia, pero es que cada vez se necesita menos, ahora el Estado nos cuida cuando nos enfermamos, cuando nos despiden, e incluso nos da asistencia psicológica si así lo queremos.
Los conservadores, si queremos una vuelta a la normalidad, si queremos proteger la familia y volver al orden, debemos ser los primeros enemigos del Estado. Debemos retomar el rumbo y hacer caer en cuenta al conservatismo socialista de estos días que están destruyendo lo que tanto dicen defender.
No se puede tener estatismo y al mismo tiempo preservar la moral tradicional. Hay que desmantelar el Estado de bienestar. Los conservadores tenemos que ser, como dice Hans-Hermann Hoppe, “libertarios de línea dura”.