Le podría haber puesto de título a este texto “el legado de los chicago boys en Chile”, sin embargo no habría sido suficiente. Y es que Chile no solo olvidó la prosperidad económica que proviene de las medidas liberales aplicadas, con el respaldo de Pinochet, por los chilenos alumnos de Arnold Harberger, sino que también borró de su memoria lo que sucede cuando el estatismo se toma el poder y lo difícil que es sacarlo de ahí y echar para atrás sus terribles consecuencias.
Para muchos, por cuenta de la estrategia comunicativa de la izquierda latinoamericana, que ha endiosado a Salvador Allende, es como si el general Augusto Pinochet hubiera salido de la nada. Hay quienes creen que Chile era rosas y felicidad antes de que llegara la dictadura militar. Sin embargo, Pinochet, tal y como lo conocemos, no habría existido si antes no hubiera habido un socialista en el poder que dejó a Chile en unas condiciones deplorables.
Para 1973, cuando Pinochet toma el poder, Chile estaba en la desgracia por cuenta del socialismo del que algunos pintan como un mártir que dio la vida por su pueblo. La inflación que soportaban los chilenos era de 340 %, la escasez de alimentos, medicinas y productos básicos se podría comparar con la que viven hoy los venezolanos. La crisis que inicia a principios de los 70, con el gobierno de Allende, afectaba a toda la población.
Pero no solo eso, en el gobierno de Allende había continuas violaciones a los derechos humanos, expropiaciones sistemáticas, grupos paramilitares y ni un ápice de respeto por la propiedad privada. Todo eso parece haberlo olvidado el Chile de hoy. Quizá quieren volver a las épocas de desabastecimiento dramático y de miseria. O tal vez se creyeron el cuento de que el socialismo no ha funcionado porque en el poder no han estado las personas correctas.
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Pero parece también se les ha olvidado lo difícil y doloroso que es echar para atrás años de políticas estatistas. Para explicar esto no hay mejor ejercicio que mirar la actual situación de Venezuela. Si hoy se quisiera arreglar ese país y sacar de la miseria a los millones de venezolanos que mueren de hambre ¿qué habría que hacer? Primero, bajar a Maduro del poder, lo cual es casi que imposible de lograr mediante diálogos. Hablamos de unos criminales que no quieren dejar la fortuna que están haciendo.
Después, si se quiere una solución rápida, porque lo que menos hay en Venezuela, si se trata de salvar vidas, es tiempo, habría que llevar a cabo una política económica que no le gustaría a muchos.
Quien llegara al poder debería entonces lidiar con una impopularidad monumental, y en contra de la voluntad de muchos hacer lo que hicieron los “chicago boys” en Chile, unos jóvenes alumnos de Friedman que lograron convencer a Pinochet de que la naturaleza humana es el mercado, y a quienes el general les dio el apoyo para hacer lo necesario.
Privatizaciones a diestra y a siniestra, despido a millones de empleados estatales, acabar con subsidios, liberar precios, nada de precios máximos como le gusta a Nicolás Maduro, abrir fronteras y acabar con aranceles incluso de manera unilateral. Todo eso, de un sablazo y sin consultarle a la gente no solo trae descontento y rechazo en la población, sino que también es supremamente doloroso. La reacomodación de la economía es dolorosa.
Habrá gente que por meses se quedará sin empleo y sin subsidios, por ejemplo. Pero es la única manera de volver al camino de la prosperidad. Chile olvidó todo eso. Lo traumático que es tomar estas medidas, lograr que alguien baje al dictador del poder, aguantar los meses de pobreza y descontento social que vienen después de que se empieza a implementar el liberalismo. Lo vivieron en carne propia, no hace mucho, y ahora quieren volver a lo mismo.
Por supuesto esta no es la única opción, Venezuela también podría de alguna forma, que no me queda muy clara, poner en el poder, por ejemplo, a Henry Ramos Allup, que tal vez bajaría la represión, pero que con el mismo socialismo, y a falta de un inyección de liberalismo salvaje, no lograría ningún cambio en la economía y la gente seguiría muriendo de hambre.
¿Pero por qué digo que los chilenos han olvidado esto? Habrá quien crea que Chile no va tan mal y que la mayoría de la gente no quiere volver a las épocas de Allende.
En la primera vuelta presidencial realizada en Chile el pasado 19 de noviembre, las cosas quedaron así:
- Sebastián Piñera = 36,64 %
- Guillier = 22,69 % (“Independiente”, Nueva Mayoría, Bachelet, izquierda)
- Beatriz Sánchez = 20,27 % (Frente Amplio, izquierda)
- José Kast = 7,93 %
- Carolina Goic = 5,88 % (Partido Social Cristiano, izquierda)
- Enríquez-Ominami = 5,71 % (Partido Progresista)
- Eduardo Artés = 0,71 % (Comunista)
- Alejandro Navarro = 0,36 % (País, viene del Movimiento Amplio Social)
Lo que queda es que si sumamos los votos de Sebastián Piñera y José Antonio Kast, los votos que no son socialistas son 44,57 %, y toda la izquierda declarada suma 55,62%. Si la izquierda se une, gana.
Muchos han salido a decir, muy confiados, que Piñera ya logró ganar la presidencia con unas cifras similares y que es muy difícil que todas las gamas de la izquierda chilena se unan.
Sin embargo, no nos engañemos, aunque Piñera gane las elecciones en Chile, el país se ha desplazado millas hacia la siniestra. Y es que el expresidente y ahora contrincante de Guillier en la segunda vuelta, no es un dechado del liberalismo. Su propio hermano, José Piñera, liberal de verdad, decidió apoyar a José Antonio Kast, quien propone, por ejemplo, rebajas en los impuestos mucho más fuertes que las de Sebastián Piñera.
Y si miramos lo que fue su periodo presidencial, lo que encontramos es un gobierno que se fue a la izquierda tratando de encontrar “consensos”. El resumen de su mandato 2010-2014 es aumento de los impuestos a las empresas, endurecimiento de leyes laborales, aumento de beneficios sociales y un alza histórica del salario mínimo.
Chile se debate en este momento entre la centro izquierda y la izquierda, para vergüenza de Piñera (el bueno), su hermano no representa liberalismo sino la misma socialdemocracia de siempre, el mismo Estado paternalista que progresivamente se corre a la izquierda. Chile, tristemente, ha olvidado el legado de Pinochet. No solo olvidó qué es lo que da prosperidad a un país, sino que además olvidó lo doloroso y difícil que es sacar al socialismo del poder.