Eran las 5 de la tarde y yo llegaba por la carrera séptima a la Plaza de Bolivar. Una cuadra antes ya se veía la fila de gente que esperaba entrar al concierto de la guerrilla. Como en una pesadilla, miles de jóvenes caminaban por el centro de Bogotá con camisas blancas en las que se leía: FARC.
La plaza estaba cerrada por vallas de seguridad y decenas de policías vigilaban el evento. Adentro, en la plaza, el ambiente era de alegría. Frente a una inmensa tarima la gente bailaba la música de uno de los artistas más conocidos en Colombia: Johnny Rivera. Había banderas con el logo de esa guerrilla, banderas de cuba, gente con rosas rojas en las manos, y muchos, miles de asistentes con la camisa del nuevo partido político de las FARC.
Apenas se hizo de noche, sobre las paredes del Capitolio se proyectó el nuevo logo de las FARC: una rosa roja. Yo simplemente no lo podía creer, parecía una pesadilla en la que los asesinos comunistas se tomaban el país. Estaban frente al congreso, bailando, con banderas del grupo criminal y los policías alrededor los cuidaban.
Al lado mío pasó un señor vendiendo llaveros con las caras del Mono Jojoy y Tirofijo, grandes líderes de grupo guerrillero. Un joven tenía una camisa estampada con el rostro de Timochenko. De un momento a otro todas las espaldas de los asistentes en primera fila estaban cubiertas con banderas con el logo de las FARC.
A las 7 de la noche, Timochenko, el máximo jefe de las FARC, se sube a la tarima. La multitud lo aplaude, gritan, ondean las banderas con el logo de la guerrilla. Da un discurso de aproximadamente 20 minutos. Mientras tanto, casi como en un aviso de lo que vendrá, la rosa roja y el nombre de la guerrilla se proyecta ahora sobre las paredes del Congreso. El mismo en donde dentro de poco los guerrilleros fungirán como Senadores.
“Ya está, no hay más, se tomaron el país”. Le dije a quien me acompañaba.
Para muchos, que esa guerrilla conserve su nombre ahora que supuestamente ha pasado a la legalidad es un acto de estupidez porque nadie los votaría, creen algunos. Puede ser, es posible que ver “FARC” en el tarjetón de votación le haga recordar a los colombianos que esos mismos señores han sido los autores de los peores crímenes que se hayan cometido en el país.
Sin embargo, el punto no es ese. Ellos conservan su nombre porque nos lo dicen de frente, su objetivo sigue en pie, quieren instaurar el comunismo en Colombia. No han cambiado, ¿por qué debería cambiar su nombre?
Que en las paredes del Congreso se leyera: “FARC”, y se viera la rosa roja, más que una provocación es un mensaje claro: tienen el poder.
Y esto no se trata de que la “extrema derecha” no quiera hacer la paz, tampoco se trata de que las víctimas no han logrado perdonar, lo que ha ocurrido en Colombia no tiene precedente alguno. No se ha firmado en ningún país del mundo un acuerdo semejante. No basta con la impunidad, no basta con darles todo el dinero, la tierra, cambiar la constitución, llevarlos al Senado, no. También hay que humillar a los colombianos, hay que dejarlos que se burlen en la cara de todos.
Que vayan y se tomen el centro del poder, que bailen y tomen y canten con camisas de las FARC, que estampen en las paredes del Congreso el nombre de su grupo criminal. Que humillen a los policías y militares que durante años los persiguieron y que vieron cómo sus compañeros caían en combate y ahora deben cuidarlos mientras ellos, como estrellas de rock, se toman la Plaza de Bolívar y son aplaudidos por una multitud.
Toda mi esperanza se acabó. Hasta la mañana del mismo día del evento yo estaba convencida de que no sucedería, que no sería posible que los guerrilleros se tomaran la Plaza de Bolívar, que los dirigentes de esta ciudad no permitirían tal desgracia.
Estaba negando la realidad, como muchos colombianos seguía creyendo que las cosas no estaban tan mal. Eso a pesar de todas las pruebas, de que los guerrilleros ya entran al Congreso cuando se les da la gana y después sale el presidente del Senado a decir que no autorizó su entrada, que simplemente no pudo hacer nada para impedirla.
En la mañana del viernes corría el rumor de que la alcaldía había encontrado una forma de frenar la realización del concierto, se canceló la póliza de seguridad que cubriría el evento y Enrique Peñalosa, el alcalde de Bogotá, le dijo a las FARC que sin eso sería imposible realizarlo. Según los rumores hacia la una de la tarde, justo cuando debería empezar el evento, con la ayuda del propio presidente de la República, otra compañía aseguradora les dio el visto bueno y Peñalosa se quedó sin cómo frenarlos.
¿Por qué no pudimos frenar lo de ayer? ¿Por qué la oposición en el Congreso no pudo hacer nada? Porque aunque a algunos les suene exagerado, en Colombia manda un tirano, el dos de octubre los colombianos dijeron “no” a ese acuerdo y no importó, Santos lo impuso. La guerrilla y el gobierno colombiano hacen lo que quieren.
Lo que está ocurriendo en Colombia ni en sus sueños más ambiciosos los guerrilleros de las FARC lo esperaron. Así, tan fácil, después de estar prácticamente derrotados en el último gobierno de Álvaro Uribe, llega un presidente que les entrega todo a cambio de nada.
Las FARC, con el mismo nombre, sin entregar sus fortunas, sin dejar de ser el cartel del narcotráfico más importante del mundo, sin entregar los niños y diciendo abiertamente que sus objetivos siguen siendo los mismos, lograron lo que durante más de 50 años buscaron: el poder.