“México necesita un líder y creo que soy yo”, esa es una de las frases más comunes en los discursos de Andrés Manuel López Obrador. El candidato de Morena (Movimiento Regeneración Nacional) a la presidencia de México ya lleva meses haciendo campaña. Según este curtido político “la tercera es la vencida”. Y parece que tanta insistencia y confianza en sí mismo están dando resultados, no ha parado de crecer en las encuestas y su candidatura cada día toma más fuerza.
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Dicen los psicólogos que la resiliencia y la capacidad para aprender de los errores son dos características fundamentales en el camino al triunfo. AMLO, como se le conoce comúnmente a López Obrador, tiene las dos. Esta es la tercera vez que lanza una candidatura para ser el presidente de los mexicanos, pero ahora viene mejor preparado que nunca, se ha reinventado, incluso sus opositores reconocen que ahora está mucho más moderado y que se muestra dispuesto al diálogo.
Con esto no quiero decir que si llega a la presidencia va a ser un político cauteloso, todo lo contrario. En mi opinión la nueva estrategia de AMLO debería preocupar sobremanera a los mexicanos. Que haya cambiado su tradicional discurso para agradar a más personas y que quiera mostrar una imagen de líder negociador, pone en evidencia sus inagotables ganas de poder.
Definitivamente no creo que el López Obrador de ahora sea menos de izquierda que el de 2006. El izquierdismo en América Latina no pasa por un buen momento, después del auge del socialismo del siglo XXI que dejó cifras devastadores y enormes escándalos de corrupción, si AMLO quería tener posibilidades certeras de llegar a la presidencia necesitaba reinventar su imagen y eso es lo que ha hecho.
Pero, además, los cambios hechos por AMLO ocurren en el mejor momento posible. El PRI goza por estos días de muy poca popularidad gracias a la desaprobación y el descontento de los mexicanos con el actual gobierno de Enrique Peña Nieto. Por su parte, Margarita Zavala, quien se espera que sea la candidata presidencial del PAN, si bien goza de buena popularidad, es la esposa del expresidente Felipe Calderón y eso le resta bastantes puntos. Así las cosas, por el momento, en el panorama político mexicano no se divisa a un oponente fuerte para enfrentar al renovado AMLO.
La débil economía mexicana, el descontento con el actual presidente y en general con los dos partidos que han gobernado México durante este siglo, el PRI y el PAN, así como las constantes amenazas proteccionistas de Trump, no han hecho más que abonar el terreno para la posible presidencia de AMLO, quien muy hábilmente ha ido por todo el país diciendo que no solo es capaz de lograr que la economía repunte, sino que incluso podría convencer a Trump de que no construya el muro. De ahí que muchos mexicanos lo están viendo como el líder que pone la cara por su pueblo.
En medio de este ambiente increíblemente favorable para el presidente de MORENA y, sobre todo, por su nueva estrategia, parece necesario recordar por qué AMLO es un peligro. Lo primero que hay que decir es que no tienen ningún respeto por el Estado de derecho; no le importan las instituciones. “Al diablo con las instituciones” es una de las más recordadas frases de este político que ahora pretende posar de moderado.
De otro lado, el candidato de Morena es un nacionalista ferviente. Es un incansable opositor de los tratados de libre comercio y la globalización. Está en contra del TLCAN y también de la apertura del mercado energético realizada en 2014 por Peña Nieto. Incluso ha prometido que de ganar la presidencia realizará un referendo con el objetivo de tumbar la reforma energética. En resumidas cuentas, AMLO, igual que toda la izquierda, niega los beneficios, una y otra vez probados alrededor del mundo, del comercio internacional.
También es un enemigo abierto del sector privado. Su último libro tiene un capítulo que se titula “privatización es un sinónimo de robo”. Sus discursos suelen ir dirigidos a los pobres y promete mejorar sus condiciones de vida. Desde luego no mediante el crecimiento de la inversión privada, como debería ser, sino como sabe hacer la izquierda: con subsidios. De ahí que AMLO no goce de mucha popularidad dentro del sector empresarial que no olvida sus recurrentes ataques y señalamientos calumniadores.
AMLO, como todos los militantes de izquierda, defiende la idea de un gran Estado de bienestar que exprima a los “ricos” para “ayudar” a los pobres. Desconocen que la historia ha comprobado, una y mil veces, que los países más prósperos son aquellos que ofrecen mayores libertades económicas, en donde la inversión privada puede florecer gracias a que no existe un programa sistemático de presión fiscal y regulación excesiva como el que propone el presidente de Morena.
El máximo líder de la izquierda mexicana también es muy cercano al sindicato de maestros que durante meses paralizó el inicio de las clases en los colegios. Incluso ha propuesto realizar una consulta para revertir la reforma educativa que tanto le disgusta a estos sindicalistas porque, entre otras cosas, exige que los maestros tengan que aprobar evaluaciones para seguir en sus puestos. Y ¿cómo no apoyarlos? si defienden la lógica tradicional de la izquierda: la de vivir a costa de otros y sin esforzarse.
Por último, solo voy a decir que las soluciones mágicas no existen, y si alguien ofrece algo muy bueno sin tener que dar nada a cambio, desconfíe. AMLO promete aumentos del salario mínimo, incrementos salariales a maestros, enfermeras, médicos y servidores públicos. Afirma que elevará al doble la pensión de los adultos mayores y que bajará el precio de la gasolina, el gas y la energía eléctrica. Además, creará un programa para atender a todos los jóvenes que no tienen empleo o no logran conseguir trabajo. Todo eso, según él, sin aumentar impuestos o endeudar al país.