
En junio de 2016 los británicos decidieron abandonar la Unión Europea. Aunque algunos quisieron presentar el hecho como un acto de xenofobia, para los seguidores de la libertad es claro que el Brexit fue un voto a favor del libre comercio y en contra de la élite progresista de la Unión Europea.
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Daniel Hannan, quien es tal vez el principal líder detrás del Brexit, durante años ha insistido en algo fundamental: la Unión Europea no es un área de libre comercio sino una unión arancelaria. Se impone un arancel común y se negocian tratados comerciales que normalmente favorecen a los amigos, perjudicando por supuesto a los consumidores que no pueden disfrutar de los bajos precios que les ofrece el mercado internacional.
Tal vez el caso más conocido de cómo la unión arancelaria, de la que se escaparon los británicos, perjudica sobre todo a los menos favorecidos, es el de los productores de remolacha azucarera en Francia. La Unión Europea ha limitado y entorpecido la importación de azúcar barato proveniente de otros lugares mediante la imposición de altísimos aranceles, con la intención de favorecer y proteger de la competencia a la industria azucarera francesa.
El Brexit permitirá que los británicos puedan volver a comprar cualquier bien al precio internacional del mercado. El triunfo del Brexit significa, para los defensores de la libertad, que la gente está entendiendo las ventajas del libre comercio; significa una derrota para el proteccionismo de la Unión Europea.
De otro lado, a inicios de noviembre, en Estados Unidos, quizá el país con mayor tradición liberal en el mundo, se realizaron las elecciones presidenciales. En una contienda de las más polémicas que puedan recordar los estadounidenses, ganó Donald Trump, el empresario famoso por su gran fortuna, que en medio de un discurso sin una línea ideológica clara, logró arrebatarle el triunfo a la candidata socialdemócrata Hillary Clinton.
Si bien es cierto que a ninguna persona cuerda se le ocurriría presentar a Trump como un liberal, es entendible la alegría de muchos liberales-libertarios ante el triunfo del magnate, sobre todo si se considera cuál era su oponente en la carrera por la presidencia de los Estados Unidos.
Clinton es una socialdemócrata muy peligrosa. Su triunfo hubiera significado llevar al extremo las políticas de enorme gasto social aplicadas ya por el actual presidente Barack Obama, un sistema de salud desastroso, un modelo educativo que sataniza la educación privada y, en general, un Estado grande y controlador. En otras palabras, Hillary Clinton y Barack Obama representan los valores opuestos a los que convirtieron a Estados Unidos, alguna vez, en el país más próspero y libre del mundo.
En la televisión americana un comercial para Navidad, pagado por la campaña de Hillary Clinton, retrataba con increíble perfección lo que la candidata del Partido Demócrata ofrecía. En la publicidad se podía ver un árbol de Navidad rodeado de regalos que Clinton le quería dar a los estadounidenses: salud y educación eran algunos de los obsequios que la candidata pretendía repartir al pueblo. ¡Trump se enfrentaba a una contrincante que ofrecía educación gratuita! Una mujer que no dudaba, al estilo de la más burda izquierda latinoamericana, prometer ríos de leche y miel a los ciudadanos.
Es por eso que la victoria del magnate nos alegra a los defensores de la libertad. Así como con el Brexit nos entusiasmó ver a los británicos votando en contra del proteccionismo, con las presidenciales en Estados Unidos nos complace que la gente vote en contra de sistemas educativos y de salud estatales, y a favor de la gestión privada de los servicios básicos.
A pesar del proteccionismo de Trump, que sin duda nos asusta a los liberales y que esperamos que desaparezca con la asesoría de personajes como Stephen Moore, un conocido economista liberal que es uno de sus principales asesores, lo cierto es que el hecho de que su discurso pro-mercado, y en defensa de la propiedad privada, haya cautivado más votos que la diatriba buenista y socialdemócrata de Clinton, nos hace pensar que el populismo de izquierda está perdiendo, de a poco, la batalla.
Y por último, otro de los hechos que causó igual sorpresa, en tanto que nadie lo creía probable, y que nos da esperanzas a los liberales, es el triunfo del “No” en el plebiscito que buscaba refrendar el acuerdo al que llegaron el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC. En contra de todos los pronósticos, y con una campaña por el “Sí” que contó con enormes recursos financieros y con el apoyo de todo el aparato estatal, la mayoría de los votantes rechazó el acuerdo.
Los colombianos no se dejaron engañar, le dijeron “No” a tener guerrilleros en el Congreso, a permitir que asesinos de la peor calaña, que tienen en su haber miles de víctimas, no pagaran un día de cárcel. Pero sobre todo le dijeron “No” a esa idea de que los muertos que han ocasionado los terroristas de izquierda, están justificados, que no valen nada; rechazaron ese absurdo argumento de que los grandes asesinos comunistas deben ser absueltos porque supuestamente tienen “buenas” intenciones.
Aunque Juan Manuel Santos, el presidente de los colombianos, acabó con las formalidades democráticas que durante años se han mantenido estables en este país, y logró pasar por el Congreso el acuerdo con las FARC en una jugada sucia, a muchos nos queda la satisfacción de saber que a pesar de los millones de dólares y de toda la campaña publicitaria, en Colombia la gente no se dejó engañar y entendió que la paz no florece por una firma en un papel, mucho menos cuando se termina premiando a los criminales.
Mientras los analistas e intelectuales de izquierda se lamentan por un año adverso a sus ideas, los liberales reconocemos que, aunque estamos lejos de ganar la batalla, es verdad que una luz de esperanza se alza en el firmamento político. Ojalá en 2017 sigamos por el mismo camino.