Por Leonard Quinde
Si alguna vez se ha topado con un socialista, —pero esos de verdad, que se saben toda la receta—; si ha llegado a conversar o debatir con un “correísta”, un “chavista” y peor aún, un “castrista”, y no comparte los criterios de ninguno, puede darse cuenta que ellos tienen algo “raro”.
Póngase como tarea buscar en Google, “¿cómo capturar cerdos salvajes?”, o “el síndrome de la rana hervida”. Se topará con dos fenómenos reales en animales, que ahora se ven en nuestras sociedades.
No detallaré estas historias y me centraré en lo que pareciera que es una patología mejor documentada, aunque tiene todavía unos vacíos, puesto que aún no se logra detectar el mecanismo exacto de cómo suele producirse. Pero, desde mi punto de vista, la sociedad —o gran parte de ella— sufre del Síndrome de Estocolmo, que básicamente tiene tres características principales:
• Los rehenes tienen sentimientos negativos acerca de la policía u otras autoridades (entiéndase como las personas que vienen a liberarlos; a decirles que su captor realmente les hace más daño que bien).
• Los rehenes tienen sentimientos positivos hacia su captor (creen efectivamente que es su salvador y que no podrían estar mejor sin él).
• Los captores desarrollan sentimientos positivos hacia los rehenes (creen realmente que están haciendo lo mejor por la persona que han secuestrado, o al menos actúan como que sí; aunque en la práctica y desde un punto de vista objetivo, no es así).
Quizás al mencionar estas características, se sintió identificado en algún aspecto de su vida. Tal vez se le escapa todavía algún otro. Por ejemplo, en los últimos años, el poder de los Gobiernos alrededor del mundo ha ido creciendo cada vez más, en aras del “bien común”.
Es triste porque nuestra sociedad pareciera que cada vez se acostumbra más a que le roben: “No importa que roben, mientras trabajen, mientras hagan obras”, suelen decir.
Les hemos entregado nuestra voluntad: “Alguien debería preocuparse por los más pobres. Aunque me preocupen, no lo haré yo, es muy cansado y no me compete; que lo haga el Gobierno”.
Les hemos dado el poder de manejarnos a su antojo y que lo hagan sobre los demás: “Los impuestos sirven para ayudar a los que más lo necesitan y así no ayudo directamente. Que les quiten a todos parte de su dinero; todos deben estar obligados a ser solidarios.” (A los pobres también les cobran impuestos, y son estos los que encarecen muchos productos).
Les hemos dado el poder de que dirijan nuestras vidas: “Que el Gobierno decida qué deben estudiar las personas, en qué deben invertir, qué deben comprar, e incluso dónde deben hacerlo”. (Porque las personas no saben qué es mejor para ellas, ¿no?)
Los Gobiernos tienen el poder de encarcelar a quienes hablen mal de ellos; de mandarles trabajos forzados. Incluso han llegado a asesinar a quién se atreva a alzar demasiado su voz contra ellos y su sistema.
Tienen el poder de lanzarnos encima a la fuerza “pública” —policías y fuerzas armadas, que existen gracias al robo que se realiza en el pago obligatorio y excesivo de impuestos—, si nos atrevemos a juntarnos para reclamar que no nos gusta lo que están haciendo.
Y todo esto, sin embargo, no es evidente para una gran mayoría. Están contentos con ese sistema; creen que estaríamos peor sin él. Se asustan si alguien les dice lo contrario. De hecho, hasta algunos gobernantes también se lo creen y llegan al poder presentándose como el mesías que viene a salvar a un país.
En realidad, en nuestros países latinoamericanos, gran parte de las personas sufren de esta especie de cáncer en su alma. En esos individuos que parecen sufrir de este “problema”, no podemos realizar los cambios necesarios para ayudarlos a “curarse” de un día para otro.
Debemos hacerlos despertar y darse cuenta que realmente existen formas de estar mejor. Para demostrarlo, le daré unos cuantos consejos sobre cómo hablar con personas que sufren del Síndrome de Estocolmo hacia el Estado, para evitarles así las visitas al psicólogo:
• No insista. Las personas con el Síndrome de Estocolmo no logran ver la complejidad de la situación. No intente convencerla de lo que ocurre, ni trate de obligarla a que cambie de opinión. Simplemente hable con ella y explíquele su punto de vista. Debe evitar que se aleje de usted para poder ayudarla.
• Demuéstrele cariño. Debe transmitirle confianza para que no lo vea como un enemigo.
• Trate de mantener el contacto. Muchas veces, en esta situación, la persona tiende a aislarse, por ello resulta importante tratar de mantener la comunicación, pero trate de que no se sienta invadida.
• Muchas veces, esta situación genera impotencia. Lo importante es mantener la calma para evitar que esa persona se aleje. Debe ser paciente, ella lo escuchará si le transmite confianza y comprensión.
• Escuche. Si ella se siente en confianza con usted, le hablará de su situación. En estos momentos, debe mantener sus sentimientos controlados; no debe demostrarle enojo ni desesperación. Escúchela y cuando considere necesario, dele su opinión, pero tenga cuidado en la forma en qué lo hace, para evitar que se ponga a la defensiva.
Sólo como dato adicional, investigue cómo Estados pequeños y limitados, sin tanto poder y con mejores instituciones, brindan un mayor beneficio a los individuos. Una economía más libre trae consigo mayor desarrollo y bienestar.
Leonard Quinde Allieri es graduado de Ingeniería Industrial y estudiante de Ingeniería Agrícola. Es miembro de Estudiantes Por La Libertad Ecuador, Jóvenes CREO y Movimiento Libertario del Ecuador. Síguelo en @LeoQALib.