Se conocía como ostracismo al destierro político practicado en Atenas. Fue Clístenes quien lo introdujo en el año 513 A.C. Se puso en práctica para evitar que ciudadanos ambiciosos, que gozaban de cierta popularidad y que pudieran constituir un peligro para el buen gobierno y la tranquilidad pública, llegasen al poder, se adueñen de él, y gobiernen tiránicamente.
Los atenienses escribían el nombre de la persona a quien deseaban desterrar en un una concha llamada ʻóstrakon’, de lo que proviene el nombre de ostracismo. El condenado debía dejar Atenas en el plazo de 10 días y no regresar hasta 10 años después.
Por Aristóteles sabemos que el ostracismo no era sino una modalidad de justicia que impedía las ʻexcesivas preponderancias’. Hiparco, Arístides, Temístocles, Cimón y Tucídidez; todos ellos grandes figuras de la historia de Atenas, lo sufrieron.
El efecto Macri
La llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada, es el resultado de una saturación del ciudadano con el Gobierno kirchnerista y su forma centralizada de ejercer el poder. Su triunfo pone fin a 12 años de excesos orientados a asfixiar la actividad periodística independiente y crítica, la más violenta desde que Argentina retornó a la democracia.
La derrota de la letra “K”, también es una forma de “referendum revocatorio” o tal vez, de “ostracismo”, frente al deterioro de la independencia judicial. Entre otros, un suceso impresentable de este Gobierno fue la campaña de presión para que renunciara a su cargo como ministro de la Corte Suprema de la Nación, el doctor Carlos Fayt; y otro, no menor, la remoción del juez Bonadio por “supuestas irregularidades” en el manejo de la causa Hotesur, en la que investigaba un presunto lavado de dinero de la familia Kirchner a través de negocios hoteleros en sociedad con un tercero.
Los “excesos de preponderancia” tienen su correlato inmediato en el Índice de Percepción de la Corrupción, elaborado por Transparencia Internacional en 2014, en el que Argentina se ubica en el puesto 107 de 175 países, con una calificación de 3,4 puntos (donde el 10 indica el país percibido como más transparente y 0 como el más corrupto).
Lo propio sucede con los indicadores del Banco Mundial. Los datos son desoladores: el país tiene un puntaje promedio de –0,41, en una escala que va de -2,5 a 2,5 y la que los valores positivos reflejan un mejor control de la corrupción. La Argentina de Macri demanda volver a escribir la historia y cambiar la letra; cambiar la “K” por la “D”, por democracia —real y efectiva—, y despegue (según Rostow).
Elecciones parlamentarias en Venezuela
He calificado como “efecto” al triunfo de Macri, porque hasta ahora, parecería ser el que es el resultado del despertar de los ciudadanos frente al neopopulismo regional, burdo en unos casos, e ilustrado y poco refinado, en otros, pero con recetas muy similares. Estamos frente a una suerte de ʻprimavera latinoamericana’, manteniendo las distancias, con la árabe, naturalmente.
Los primeros resultados del efecto Macri se han visto ya en Venezuela. La historia, y los venezolanos mejor que nadie, conocen del pillaje del chavismo. Merecido el festejo del pasado domingo en la Plaza Brión, de ciudadanos y líderes de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD); los resultados del 6D lo justifican.
Ahora los sentidos tienen que volver a afinarse; las cosas no han cambiado. El ostracismo es parcial. Maduro controla el Ejército, la economía y los medios de comunicación en Venezuela. Además, hasta el 5 de enero, fecha de posesión de los nuevos legisladores, la mayoría oficialista cuenta con un margen de maniobra importante para neutralizar al nuevo Congreso, nombrará 12 jueces chavistas para la Corte Suprema. Luchará a puñal y veneno, se le conoce, es predecible.
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El régimen continuará en su lucha esquizofrénica contra el “imperio”, un arma inofensiva que la oposición, desde ya, debería sortear, porque la atención de Estados Unidos está en Medio Oriente, en el Islam fundamentalista, además de que la siempre mentada “política exterior estadounidense hacia América latina” no existe, pues lo que se practica hoy, es un tratamiento diferenciado para cada país.
Cito un ejemplo: hace un año, mientras Estados Unidos descongelaba sus relaciones con Cuba y se liberaba a Alan Gross, al mismo tiempo, por Decreto Ejecutivo, Obama declaraba a Venezuela como una amenaza a la seguridad nacional.
Lo que digo es incómodo, pero también es real. Tan real como que el ambiente en Venezuela después de las elecciones seguirá siendo ácido, porque otra de las ventajas con las que cuenta el chavismo es una generación que ha vivido bajo el paraguas del Socialismo del siglo XXI, la imagen de Chávez y sus reglas de juego. Supongo que esta generación que votó contra Maduro, y que no será escasa, lo hizo pensando que quien fracasó fue él y no el modelo. Ayudar a entender a este sector de ciudadanos acerca del valor de la libertad tomará tiempo, pero no será quimérico.
Impensable una fractura al interior del MUD y aceptable, en todo caso, el ensanche del concepto de “recursos”. Este año Venezuela perdió 68% de los ingresos en divisas, producto de la caída del precio del barril de petróleo, y no creo que pueda esperarse una mejora trascendente de este panorama para el próximo año.
Por tanto, habrá que poner sobre la mesa alguna propuesta que vaya, por ejemplo, en dirección de la minería. Venezuela tiene una apreciable reserva de bauxita y fosfatos; carbón en Zulía, básicamente; niquel en Aragua, y mucho más.
Los criterios que debe rescatar Macri también los deben rescatar los venezolanos. La idea propuesta es dejar en el ostracismo definitivo a la pobreza y a la tiranía (a tono con Thomas Jefferson), primera y última misión del MUD.
José Javier Villamarín es abogado y académico asociado del Instituto Ecuatoriano de Economía Política (IEEP). Villamarín es socio de Aspen Consultores Empresariales. Síguelo en @josejavierfree.