Aquel que controla los medios, controla la mente. —Jim Morrison
EnglishLa segunda noche está menos tensa que la primera, pero no menos preocupada. Es solo cuestión de tiempo hasta que los efectos de las enmiendas constitucionales —en realidad reformas— aprobadas en Ecuador el pasado 3 de diciembre comiencen a sentirse.
El futuro, siempre incierto, no nos deja hacer más que especular. Y el panorama no se ve favorable. Para nada favorable.
Según una de las dieciseis reformas aprobadas, la comunicación pasará a ser un servicio público. Esto quiere decir que será controlada por el Estado, que se encargará de censurarla según el mismo Estado crea conveniente. Desde millonarios juicios contra diarios, hasta incontables multas contra tuiteros, el Gobierno de Rafael Correa no nos ha dado la mejor impresión de apertura a la crítica. Antes no se podía tener una opinión diferente al Estado por miedo, pero ahora no se la puede tener por ley.
Tiemblan los huesos cuando se escucha que las Fuerzas Armadas podrán apoyar en las tareas de seguridad integral del Estado. ¿No nos parecía suficiente con los miles de policías en armadura lanzando bombas de gas? Si sufrimos con los escudados, no es de esperarnos algo mejor con los militares.
El ser humano tiende a reaccionar diferente cuando la adrenalina invade su cuerpo, y las reacciones de uniformados entrenados para la guerra podrían no ser las mejores. Además, con un Estado que controla la comunicación y un cuerpo militar que lo apoya, quizás los abusos encuentren estrellato en ese escenario.
Pero pasa que, además de esto, se ha aprobado, por primera vez en la historia del Ecuador, la reelección indefinida y continuada. ¿Qué pasaría si la misma persona que controla los medios lo hiciese durante más de 10 años? Deberíamos invocar a Nietzsche, fiel creyente de que la verdad pertenece a quien tiene el poder. No debería sorprendernos, entonces, que las siguientes generaciones crean en esa verdad nietzscheana del actual Gobierno.
Pero, ¿huele el aire a dictadura? Un Estado que controla la comunicación, que militariza las calles y que permite la eterna reelección del mismo candidato que “trabajó” para que esto suceda, no parece una verdadera República. Si tomamos en cuenta que el poder Ejecutivo controla también al poder Legislativo y a la Corte Constitucional, empeora la situación.
Además, la propaganda estatal ha hecho lo suyo. ¿No es, acaso, creencia del pueblo que el Presidente es su Salvador? ¿No se ha marcado con el mismo símbolo toda acción del Gobierno? ¿Estaría Goebbels sonriendo en su tumba ahora mismo?
Quizás no podamos responder esas preguntas, pero, sin lugar a dudas, Jim Morrison tenía razón.
Jorge Emilio Lince es guayaquileño, amante de la libertad enemigo del Estado. Es estudiante universitario, miembro del Movimiento Libertario del Ecuador y coordinador de campus de Estudiantes por la Libertad Ecuador. Síguelo en @jorgelincep.