La soberbia de Álvaro García Linera en el Encuentro Latinoamericano Progresista 2015, me conecta con la soberbia de otros tantos revolucionarios que llegaron al poder, cuando cada uno de ellos acusaban a todo aquel que demandaba rectificaciones a sus errores como contrarevolucionarios, o “agente del Gobierno norteamericano y del imperialismo mundial” (Trosky), o modernamente como “funcionales a la derecha”, en palabras de Álvaro García Linera o de Rafael Correa, el campeón de los soberbios (lo que dice el presidente es sagrado).
Quizás si hubiesen escuchado a todos esos “contrarevolucionarios”, hoy no hablaríamos del fracaso del socialismo real en Europa, Vietnam, China, Cuba, Corea del Norte. Al menos habría que preguntarse si esos “restauradores conservadores” tuvieron o no aciertos en sus críticas a Lenin, Stalin, Mao Tse Tung, Fidel Castro, etc. Todos los “agentes del imperio” estaban equivocados en sus observaciones o hubo revolucionarios claros que vieron que los contrarrevolucionarios estaban en el poder del Estado burgués, que se fundieron con él y recrearon un nuevo poder de dominación.
Nos preguntamos, si Álvaro García Linera habrá aprendido del fracaso del “socialismo real”. Quizá algo cuando estaba en las calles y era un plebeyo encarcelado, pero ahora que está en el poder y es un rey de palacio cafeinado, lo ha olvidado todo. Durante los últimos 10 años se olvidó de ser un revolucionario de las calles, y solo ahora que tambalea su reino se da cuenta de que se olvidaron de la retaguardia, de la movilización, de la participación social, de la batalla de ideas. Ahora que teme perder su trono, se da cuenta que no debían seguir a la democracia fósil del norte, sino a la democracia latinoamericana que busca la creciente participación de la sociedad en todas las decisiones.
Después de 15 años del progresismo, recién toma conciencia que algo se puede llamar revolución, si tiene la participación de la gente en el ejercicio de ese método; caso contrario, el proyecto es reformista u oportunista. Habría que preguntarle si su proyecto es reformista u oportunista, o quiénes son los reformistas u oportunistas. Como está en el poder, dirá que él es el único revolucionario no-fósil, por ende los reformistas u oportunistas son los que no están en el poder, es decir, la oposición al poder enlactosado.
Ahora que los opositores “perfumados” hablan del fin del ciclo progresista, García Linera se da cuenta que es un falso dilema la toma del poder y la construcción del poder, puesto que ambas van unidas de la mano. Que se habían concentrado en la toma del poder, y que se habían olvidado de la construcción del poder, y que consecuentemente lo que se ha producido es una sustitución de una élite por otra, por lo que ahora se hace necesario volver nuevamente a las calles para derrotar al adversario en las plazas y en las urnas, en las aulas y en las fábricas, una y otra vez.
Ahora que son una nueva élite en el poder, recién se desayunan que hay que democratizar el poder, de jugar entre la ampliación y la concentración del poder, de hacer de la participación social el eje de la defensa de la revolución. El “leninista absoluto” que tiene a Lenin como su obra de cabecera, ahora que está su poder, a punto de caerse, se ilumina y entiende que el Estado es un espacio que nos involucra a todos, de que no solo hay que concentrarse en la gestión del Gobierno, de que no solo hay que hacer una buena gestión económica (por cierto, una crítica dura que hizo a Correa).
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Si bien, hasta aquí parecería que Álvaro García Linera ha despertado, aunque tarde, pero que al fin ha despertado. Sin embargo, sigue semidormido en su castillo presidencial y alejado de la “verdadera lucha de clases plebeya indígena”, pues sigue creyendo que con la hegemonía se derrota a los golpistas, a los enemigos, a la derecha, y principalmente a esos “tipos radicales de la palabra”. Entiende que la hegemonía es el acto de sometimiento, subordinación, y acallamiento de los que disienten de sus verdades. Si antes él fue sometido, maltratado, encarcelado, ahora quiere virar la tortilla e imponer esos mismos medios hasta consolidar su nueva “hegemonía cultural”. Es decir, imponer una nueva forma de dominación para que el nuevo proyecto revolucionario pueda mantenerse y consolidarse. Los que estaban abajo y ahora están arriba, someten a los que estaban arriba pero principalmente a los que se quedaron abajo y no se cafeinaron con los nuevos de arriba.
Sin embargo, de los nobles calificativos a los ultraizquierdistas y medioambientalistas coloniales, lo cierto es, que por haberse embriagado en la toma del poder por su alto espíritu y sencillez de palabra, los progresistas no han hecho ninguna revolución o al menos una reforma estructural ni en una semana, ni en cinco años, ni en quince años. Ni siquiera han creado la retaguardia, ni la democracia no-fosil, ni el Estado de lo común, ni la profunda participación del pueblo en las calles para defender su proceso revolucionario. Tan solo siguen tratando de interpretar la realidad pero no pueden cambiarla, aunque ellos creen que de aquí para adelante si será posible, o si es que regresa la derecha volverán nuevamente a las calles, desde donde volverán a trabajar la tomar del poder construyendo el poder, luego de lo cual si lograran construir el socialismo.
En definitiva, lo que vemos en estos 100 años revolucionarios es que desde Lenin y Stalin hasta Álvaro García Linera y Atilio Boron (máximos ponentes del ELAP) es el mismo disco repetitivo con nueva melodía, de ahí la letra es la misma.
Ninguno de los nuevos reyes-dictadores (caudillos) y nuevos ricos del progresismo supieron escuchar a los que les hablaban de construir una democracia auténtica, participativa, y ahora quieren aparecer como los vanguardistas de estas ideas, cuando nos hemos pasado repitiendo insistentemente todo este tiempo, y ellos tan solo limitándose a acusarnos de “arrepentidos cómplices”.
Ya vemos que ni la cárcel, ni el poder han cambiado su soberbia, pues mientras Álvaro García Linera sea un “leninista absoluto” de alcurnia de Conde, sólo será un revolucionario de cabecera que no ha escuchado el despertador, y que solo intenta despertarse por exceso de sueño real.
Atawallpa Oviedo Freire es ecuatoriano, doctor en jurisprudencia y conferencista internacional. Oviedo es autor de ocho libros, entre los que se encuentran Los hijos de la tierra, El retorno del hombre rojo y Caminantes del arcoíris. Síguelo en @WAKAKUE.