La historia de la humanidad se ha caracterizado por una eterna lucha por la libertad. Desde luchar contra la despótica naturaleza de los reyes, hasta la lucha por asegurar los derechos a la libertad de expresión y libre reunión. El milenio pasado fue testigo de cómo las estructuras políticas pasaron de estar 100% basadas en el saqueo, a estructuras que están sustentadas en 50% sobre el saqueo. Es un comienzo.
A pesar de todo el progreso que se ha tenido en materia de libertad humana, aún persiste un ámbito donde el Estado tiene el control: la economía.
Durante los últimos 300 años, la separación entre la Iglesia y el Estado en el mundo occidental, representó una de las mayores victorias del pensamiento ilustrado.
Gracias a esa separación, ninguna persona sería perseguida por causa de sus creencias religiosas o falta de ellas. La religión que profesara ahora era asunto de cada individuo, sin que el Estado tomara mayor papel en ello.
La separación entre el Estado y el espectro privado de la vida del hombre —libertad de expresión, de reunión y de culto —ha beneficiado a las sociedades en múltiples maneras. Hoy en día vivimos en un mundo más plural y democrático de lo que jamás hayamos experimentado en la historia humana.
Igualmente, la caída del comunismo en el siglo XX marcó un paso monumental hacia la libertad humana, dado que el sistema económico más destructivo se desintegró.
Pero inclusive, con todas estas victorias, aún queda mucho por hacer para alcanzar la libertad económica plena. Existen claras diferencias entre el desarrollo económico del primer mundo y el del tercer mundo, diferencias que pudieran ser fácilmente atribuidas a los niveles de libertad económica que provee cada país.
Para que exista el verdadero progreso económico, debe haber una completa separación entre economía y Estado. Las razones son las mismas por las cuales la Iglesias debió ser separada del Estado.
El mundo occidental aún deja mucho que desear en materia de libertad económico: especialmente si se toma en consideración el grado de libertad económica que el propio mundo occidental disfrutó durante el siglo XIX, cuando el laissez-faire (ser y dejar ser), y las clásicas ideas liberales estuvieron en su apogeo. Fue en esta época que el Occidente puedo industrializarse y experimentó un nivel de desarrollo y progreso económico sin precedentes.
Desafortunadamente, muchos Gobiernos occidentales se decantaron por el socialismo gradualista fabiano, que ganó preeminencia en el mundo que sobrevino a la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, muchos países desarrollados cuentan con notorios estados de bienestar que contribuyen a desgastar la riqueza creada durante la era del laissez-faire (1860 a 1930). Tarde o temprano, la realidad económica golpeará y todo este andamiaje se vendrá abajo.
A pesar de todo, aún hay esperanza. El siglo XXI se ha caracterizado por la predominancia del Internet, una red que ha interconectado a miles de millones de personas al rededor del mundo, trayendo con ello un nivel sin precedentes de comercio e intercambio. No importa cómo lo pongas, el Internet es parte de nuestra vida cotidiana, y no parece que eso vaya a cambiar.
La pobreza extrema solo podrá ser erradicada a través de la separación entre economía y Estado.
Pero la web apenas es la punta del iceberg. Ahora, los consumidores tiene acceso a innovadores sistema de transporte como Uber, y a revolucionarios medios de intercambio como bitcoin , todos a su disposición.
Aun contendiendo contra el creciente poder del Estado, el espíritu humano siempre encuentra maneras de innovar y generar bien para el individuo de una forma eficiente.
Ninguna de estas innovaciones fue desarrollada por Gobiernos o instituciones afines a los mismos. Emprender en un libre mercado es la única manera de desarrollar innovaciones efectivas y rentables. Si la humanidad quiere erradicar la pobreza extrema y maximizar su potencial, tiene que haber una separación entre economía y Estado.
Tal y como la separación entre Iglesia y Estado es un hecho en la mayor parte del mundo, la separación de la economía y el Estado debe convertirse en parte de léxico y de la cultura política global. Toda forma de intromisión gubernamental (en cualquier nivel: nacional, federal o municipal) debe ser contrarrestada.
Toda forma de regulación gubernamental es un costo para los consumidores y emprendedores. En el peor de los casos, estas regulaciones se convierten en barreras que imposibilitan avanzar a los nuevos emprendedores, y elevar su estándar de vida.
Estas injusticias no pueden ser. En el siglo XXI, los liberales clásicos, los libertarios y demás defensores del libre mercado, debemos asegurar la separación de la economía y el Estado. Para erradicar la pobreza, la libertad debe ser plena.
Algún día, cualquier intento de introducir algún tipo de regulación económica, recibirá el mismo tipo de rechazo que generaría hoy en día un Gobierno tratando de involucrarse en asuntos religiosos. Hagamos de este sueño una realidad.