Uno de los tantos premios o galardones que se otorgaban en la Unión Soviética eran los poco conocidos Premios Stalin de la Paz, renombrados Premios Lenin de la Paz en 1956 tras diversas denuncias en contra del estalinismo.
El nombre del premio resulta algo contradictorio si observamos quiénes eran realmente Lenin y Stalin. Ninguno de estos personajes, sin duda alguna, fue otrora promotor de la paz.
Por su parte y sin vueltas, tanto Lenin como Stalin fueron asesinos. Ambos ejercieron detenciones injustificadas en la URSS, fomentaron el terror, exterminaron agricultores y campesinos de las formas más cruentas e impensadas, entre un sinfín de atrocidades más.
Fue Lenin quien habló de “los enemigos del pueblo” –término que no hace mucha referencia a la paz– afirmando que “a menos que se aplique el terror a los especuladores (una bala en la cabeza) no se llegaría a nada”.
Entre todas las tergiversaciones del lenguaje por parte de la izquierda, el concepto de “paz” también ha sido manipulado a gusto
Retornando a las premiaciones, dicho galardón era entregado una vez al año para conmemorar a todos aquellos contribuidores de una supuesta “paz” entre los pueblos y para felicitarlos por el “buen” fomento de la ideología comunista. Cabe aquí preguntarse, ¿quién querría o quién podría recibir un premio con el nombre de estos terribles asesinos? Entre los galardonados se encontraban Lázaro Cárdenas, Fidel Castro y Salvador Allende.
En el caso de Castro puede decirse que recibió el Premio Lenin de la Paz en 1961 y el de Héroe de la Unión Soviética en 1963, éste último solía ser el más alto título honorario y de distinción en la antigua URSS.
No debería de extrañarnos el mal uso de la palabra “paz” en este contexto, ya que entre todas las tergiversaciones del lenguaje por parte de la izquierda, este concepto también ha sido manipulado a gusto bajo la negación de todos los genocidios cometidos por el socialismo.
De hecho, muchos de los tiranos actuales de América Latina continúan usando la palabra “paz” o “derechos humanos” para imponer el terror bajo una máscara y hacerse con las suyas.
Otra de las grandes incongruencias de esta ideología y más cercanas al mundo actual, fue la conocida entrega del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y el Premio Rodolfo Walsh en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de la Plata al ya fallecido Hugo Chávez Frías.
Suceso extremadamente ilógico si repasamos la relación de aquél dictador con los medios de comunicación y el periodismo venezolano, dado que desde 1999 y hasta el día de su muerte se encargó de censurar, clausurar y acosar a un sinfín de medios privados de comunicación. Tales son los casos de Radio Caracas Televisión (RCTV), Globovisión –vendido al chavismo durante la todavía existente dictadura de Nicolás Maduro– y un sinnúmero de medios más.
Durante la entrega de uno de los galardones, Chávez habría expresado que era “un honor recibir aquél galardón de parte de una facultad que luchaba por la libertad de expresión de todos los que no tenían voz, por los derechos humanos, y por la erradicación de los monopolios informativos que intentaban influenciar a los pueblos con mentiras”.
Paradójico. Sólo con pensar en las decenas de estudiantes asesinados en Venezuela por pensar diferente, el sinfín de presos políticos que se encuentran encarcelados por querer desatar al pueblo de aquella dictadura tan atroz, o tantos ciudadanos venezolanos que han tenido que exiliarse y separarse de sus familias tras la persecución, el hostigamiento, el hambre, la escasez y la inseguridad generada por el gobierno totalitario.
Paradójico. Sólo con observar la realidad venezolana que muy pocos quieren aceptar, vemos que desde que se inició el período chavista hasta la administración totalitaria e inconstitucional de Nicolás Maduro de hoy en día, Venezuela no hace más que carecer de libertad de expresión, de defensa de los derechos humanos, y se encuentra sumergida en un monopolio informativo y dictatorial que engaña a su pueblo y al mundo entero.
Quizás los años hayan pasado, empero el nefasto y perjudicial legado de estos “personajes de los premios” aún subsiste en Latinoamérica, flagelando a tantas poblaciones y atrasando el crecimiento de la región cada día un poco más.
Editado por Pedro García Otero.