EnglishEl reciente escándalo “Nueragate” ha generado gran indignación pública y desconfianza dentro de Chile. El hijo de la presidente Michelle Bachelet, Sebastián Dávalos, y su esposa Natalia Compagnon, supuestamente recibieron CHL$6,5 mil millones (US$10 millones) en préstamos a cambio de influencia política.
Curiosamente, la compañía de Natalia Compagnon recibió este préstamo considerable a pesar de que sólo tenía un poco menos de US$10.000 en capital. Dávalos renunció a su cargo de director sociocultural luego de conocerse la noticia.
Chile puede ser un modelo a seguir para el resto de América Latina, pero no está completamente exento del populismo que ha afectado a la región desde su independencia de Europa. El tráfico de influencias, la compra de votos, la intimidación, el amiguismo y la demagogia han sido todos característicos de la política latinoamericana durante dos siglos.
Chile por desgracia no es la excepción, y esto podría ser un anticipo del futuro populista que está por venir.
Esto tampoco es, de ninguna manera, un evento aislado. Al Nueragate le antecede el escándalo Penta, que involucró a varios representantes del partido conservador Unión Democrática Independiente (UDI) acusados de recibir donaciones electorales ilegales de la empresa Penta.
Está muy claro que la corrupción en Chile es un asunto bipartidista. Lamentablemente, el estilo dialéctico-hegeliano de hacer política en Estados Unidos parece estar llegando a Chile. La derecha y la izquierda se están convirtiendo efectivamente en dos caras de la misma moneda, mientras a los chilenos se les niega una alternativa real al establishment político estatista.
Este tipo de favoritismo político es inherente a muchos sistemas políticos, incluso en los más desarrollados y estables. Pero en el caso chileno, un país con ni siquiera 20 años de gobierno democrático estable, estos incidentes pueden rápidamente convertirse en crisis más severas de corrupción. Si no se la contiene, podría dar paso al surgimiento de un líder demagógico que llevaría al país por el camino del populismo.
Los emprendedores chilenos han descuidado su deber de promover las políticas que les permitieron ser tan prósperos. Se volvieron complacientes y contentos con su estatus, y harán cualquier cosa para protegerlo, incluso si ello significa negociar con políticos corruptos.
En su columna, el gran liberal clásico y director ejecutivo de la Fundación para el Progreso Axel Kaiser resaltó brillantemente el peligro de que la clase empresarial ignore los cambios en la opinión pública. Llegará un momento cuando no ya importará cuántos políticos puedan comprar los lobbies empresariales, porque la opinión pública será demasiado fuerte. Esto llevará a nacionalizaciones, el desmantelamiento del innovador programa chileno de pensiones, y una completa invasión estatal del sistema educativo.
Los dueños de empresas en Chile no solo deben defender el modelo económico que sacó a Chile de graves aprietos, sino también denunciar a sus colegas corruptos que se sirven del Estado para conseguir beneficios a corto plazo. De no hacer esto, el público no los perdonará. En tiempos de crisis económicas y políticas, la clase emprendedora suele ser la primera atacada por las masas y políticos populistas.
Al no enfrentar la corrupción en su gremio, los empresarios no solo están dañando al país, sino también toman la peor decisión de negocios. Una vez que resurja el frenesí del populismo, ya no habrá vuelta atrás.