English Durante una conferencia sobre la paz mundial en Calcuta, India, este 13 de enero, el dalái lama se describió a sí mismo como “un marxista”. Aunque negó pertenecer a la vertiente leninista, el líder espiritual tibetano en el exilio culpó en parte al capitalismo por la desigualdad en el mundo, y denunció la “creciente brecha entre los pobres y los ricos” en países capitalistas.
Uno podría pensar que con el colapso de la Unión Soviética, la liberalización de la economía China desde la década de 1970, y la crisis de los modelos colectivistas en América Latina, esta ideología europea del siglo XIX tiene los días contados. Pero el fantasma del comunismo continúa recorriendo las esferas del poder internacional.
El dalái lama y otros intelectuales podrán decir lo que les atrae de la ideología redistribucionista, pero la realidad cuenta una historia diferente. Es una triste historia llena de imágenes espeluznantes de muerte y destrucción, que se prolongaron durante el siglo XX y continúa causando todo tipo de estragos en países como Venezuela.
Por las élites, para las élites
A pesar del énfasis que en el rol del proletariado, el marxismo ha sido frecuentemente liderado y financiado por las élites políticas y económicas. Incluso el compañero de Marx, Friedrich Engels, fue parte de la mismísima clase empresarial que él despreciaba.
El ejemplo más notorio de nuestros tiempos es la boliburguesía en Venezuela, los burgueses de la Revolución Bolivariana, que se deleitan en el Estado chavista a costa de los ciudadanos de a pie.
El marxismo, como cualquier otra ideología estatista, siempre terminará siendo encabezado por una élite hambrienta de poder.
Es irónico que el dalái lama, cuyo pueblo ha sido víctima de una de las vertientes más violentas del marxismo durante el Gobierno de Mao Zedong, adhiera a esta ideología. Pero no es tan difícil hacerlo cuando el decimocuarto dalái lama no está sometido a las consecuencias de la ideología que apoya. Como la máxima autoridad de la clase gobernante de una supuesta sociedad “sin cases”, viviendo a expensas de millones de personas en una sociedad cuasi-medieval, son pocos los incentivos para el líder espiritual para evaluar la insensatez de sus palabras.
No sean engañados por el intento de enmarcar los problemas de la sociedad como una lucha entre las masas y la élite. Al final del día, el marxismo siempre reemplaza a los gobernantes con gente de su propio núcleo. Un politburó que vive una vida lujosa mientras el pueblo al que dicen representar tiene que esforzarse incluso para conseguir comida. Los sistemas capitalistas puede que no sean perfectos, pero al menos genera las oportunidades para progresar para poder escapar de la pobreza, un hecho que los Gobiernos marxistas niegan por completo.
La religión del estatismo
La estrategia del dalái lama de vender conceptos fracasados a través de palabras de moda como “justicia social” y “humanismo” no debería hacernos olvidar que el Diablo se esconde en los detalles. En última instancia, la institución villana es el Estado, responsable por el “democidio” de cientos de millones de personas en el siglo XX.
No importa si es marxismo, fascismo, social democracia, o keynesanismo, todas estas ideologías incluyen desde una significativa a total interferencia del Estado en la vida de las personas. Incluso las formas mas moderadas de políticas “progresistas” pueden transformarse con el tiempo en Estados totalitarios. Cuando el Estado obtiene un pizca de control no pierde oportunidades en expandirlo.
Marx puede ser que haya estado en lo correcto al referirse a la religión, en una frase frecuentemente mal citada, como el opium des volkes — “el opio de las masas”. La religión organizada, según si visión, es el resultado de una creación humana hecha en condiciones de desesperación, “una protesta contra el sufrimiento real”. Lo mismo puede decirse de esas ideologías —desde el fascismo al marxismo— que ofrecen una solución ilusoria a los problemas reales del mundo mediante la adoración del Estado.
Debemos, en cambio, abrazar la libertad, de una vez por todas, para sacudir a estos falsos ídolos.