Por Fernando Valdés
En uno de mis episodios favoritos de Los Simpson, “Marge versus el monorriel“, el Sr. Burns y Smithers son multados por US$3 millones por desechar residuos nucleares en un parque de Springfield. Acto seguido, el ayuntamiento convoca a una reunión para decidir qué se hará con el dinero ($2 millones, según el corrupto alcalde Quimby). En la reunión, un persuasivo y jocoso estafador, Lyle Lanley, engancha al ritmo de una canción a los habitantes de Springfield para construir un monorriel para la ciudad.
En 1987, en un intento de recuperar la deteriorada vitalidad de Detroit, EE.UU., la alcaldía de esta ciudad decidió construir un monorriel de 4,8 km en la periferia del centro. La obra tuvo un costo de construcción de $450 millones y requiere para su funcionamiento $12 millones en subsidios al año. El economista Edward Glaeser argumenta que esta es probablemente la obra más absurda de transporte público en Estados Unidos. Se pensaba que el monorriel, funcionando en coordinación con otros sistemas de transporte, movería a más de 67.000 personas diariamente.
La obra nunca cumplió estas expectativas. El primer año de funcionamiento solo la usaron en promedio 11.000 personas al día. Hoy, el promedio diario es de 6.700 personas.
Confunden lo grandioso con lo grandote
La crisis de Detroit no fue originada por el monorriel, pero esta y otras obras solo lograron acelerar la quiebra de la ciudad. En 1970, para evitar que el equipo de hockey se cambiara de ciudad, la alcaldía decidió construir un estadio de $300 millones y rentárselo al equipo con un subsidio significativo. Siete años después, construyó el Renaissance Center, un gigantesco complejo comercial y de oficinas a un costo de $350 millones para la ciudad: el centro es hoy el 25vo. complejo comercial de oficinas y comercios más grande del mundo. En 1996 la ciudad lo vendió a General Motors por $100 millones de dólares.
Ninguno de los proyectos, y las expectativas y aplausos que generaron, lograron detener la decadencia de Detroit. Entre 1950 y 2008 Detroit perdió el 58% de su población. Hoy, Detroit tiene miles de edificios abandonados y la tasa de crímenes violentos más alta de las grandes ciudades de Estados Unidos.
Las buenas intenciones no son resultados, pero se venden muy bien cuando las personas tienen información incompleta y expectativas no sustentadas. La tragedia de Detroit nos muestra el riesgo de aplaudir la obra pública en sí misma.
¿Cómo se llevan a cabo proyectos tan absurdos? ¿Qué alternativas existen al gasto en obra pública?
Las buenas intenciones no son resultados, pero se venden muy bien cuando las personas tienen información incompleta y expectativas no sustentadas
Detroit no invirtió en su gente, lo hizo en sus edificios. Prueba de esto es que solo el 27% de su población tiene un título universitario, 5% por debajo del promedio urbano en Estados Unidos. Existen otras ciudades como Bangalore, Nagasaki y Nueva York que, sin tanto cemento como Detroit, han tenido la capacidad de reinventarse en medio de crisis profundas.
Glaeser argumenta que un denominador común entre estas ciudades es que invirtieron e invierten mucho en capital humano. Las personas comunes son las que tienen la capacidad de generar crecimiento, no el cemento, por lo tanto invertir en ellas es una jugada inteligente.
El Programa Nacional de Infraestructura de México
El Gobierno Federal de México, junto con empresas privadas, gastará MEX$7,7 billones en el Programa Nacional de Infraestructura (PNI) entre 2014 y 2018. Esta cifra no tiene precedente; equivale a más de un tercio del Producto Interno Bruto (PIB) de México. Con ese dinero se podría cuadruplicar el apoyo al programa de fomento productivo Prospera por 25 años, o bien, cubrir el presupuesto de la Secretaría de Educación Pública (SEP) por 35 años.
En la presentación del PNI, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray Caso, dice con gesto, tono y pausa política, “el PNI generará más de 350.000 empleos y un crecimiento del PIB, en ese período, de entre 1,8% y 2%”.
No es la primera ni la última vez que alguien asegura que una expansión del gasto público resultará en crecimiento económico. La creencia se basa en que el gasto público —como la inversión o el consumo— tienen efectos multiplicadores en la economía. No se menciona o considera que, a diferencia de la inversión y el consumo, el gasto público se financia con recursos de los ciudadanos y que en ocasiones el valor del multiplicador es cercano a cero. No importa si existe crecimiento 4, 5 o 10 años, el problema es que el financiamiento de ese gasto público tendrá que ser pagado por alguien.
Son tiempos decisivos para México. Siete de cada 10 mexicanos tiene entre 15 y 26 años. Ayudar a esta parte de la población a expandir sus oportunidades debería de ser una prioridad en la agenda gubernamental. El bono demográfico es una oportunidad única, por lo que parecería más razonable en este momento invertir en ellos que en cemento.
En los Simpson, Marge descubre la estafa del monorriel y trata de detenerlo. ¿Cuántos “monorrieles” se construirán con los recursos del PNI?
Fernando Valdés Benavides es economista por la Universidad de Guanajuato en México y director de Libertad y Desarrollo. Síguelo en Twitter @FernandoValBen