EnglishWinston Churchill dijo en su discurso en la Cámara de los Comunes de Reino Unido en 1947 que “la democracia es la peor forma de Gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas”. Concluyó diciendo que el fin de un sistema democrático es “doblegarse, de vez en cuando, a las opiniones de los demás”.
La misma democracia de la que hablaba el exprimer ministro inglés hace más de medio siglo fue el sistema que ha llevado al poder a innumerables tiranos. Un sistema que no solo se encarga de poner al déspota en la silla presidencial, sino que también permite la destrucción de las instituciones, incluso las espontáneas como el lenguaje y el dinero, que inviabiliza las relaciones libres. Así el sistema va degenerándose y se autoelimina, desembocando en una dictadura.
Paradójicamente, esta democracia de la que habla Churchill también ha sido responsable de los procesos más pacíficos y beneficiosos en la historia del mundo; procesos que no solo cambiaron las armas por las papeletas de sufragio, sino que también, permitieron que mujeres, indígenas y jóvenes ejerzan sus derechos políticos. Admitió el apacible consenso de numerosas creencias e ideologías debatidas en un Parlamento, creando las más efectivas —y sobre todo legítimas— leyes, para así regir conforme a las costumbres sociales dentro de un país.
¿Qué es lo que hace entonces que la democracia tome el camino hacia la imperfección y que muchas veces nos “doblegue” u obligue a agachar la cabeza hacia las opiniones de los demás, aunque estas sean atroces e indeseables?
La respuesta es muy simple, sin embargo, antes de abordarla es necesario entender cuáles son las imperfecciones que degeneran en una dictadura, tomando el caso de Bolivia.
La ausencia de un libre mercado de partidos políticos
Suena raro hablar de libre mercado y partidos políticos, pero para entender el problema en Bolivia, hay que analizarlos como si fueran productos en un mercado. Los vendedores de propuestas políticas (los partidos) deben competir entre sí para ser elegidos por el consumidor (el votante). Estos vendedores en libre competencia deben mostrar sus cualidades y tratar de convencer al consumidor.
No obstante, este mercado de oferta política se ve perjudicado cuando no existe libre competencia. En Bolivia no existió tal cosa en las últimas elecciones, pues los recursos del partido oficialista MAS (Movimiento al Socialismo) para hacer campaña eran casi ilimitados, pues provenían de recursos públicos —contrariamente a los recursos de los partidos opositores que eran demasiado escasos, pues estos debían valerse de su propio financiamiento, como debe ser. Esto no es democracia.
La centralización de poderes
Montesquieu a mediados del siglo XVIII ya hablaba en su libro El espíritu de las leyes sobre los inexcusables controles y contrapesos que deben existir entre los distintos poderes. En el caso de Bolivia son cuatro (el Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral), los cuales supuestamente deben ser independientes uno del otro.
Para que exista transparencia, imparcialidad y sobre todo eficiencia en la administración estatal, esta separación e independencia de poderes debe ser determinante, al extremo de que su única relación sea su vigilancia continua y su único sentimiento, la desconfianza.
En Bolivia pasa totalmente lo contrario; los cuatro poderes siempre han sido manejados por funcionarios afines al partido de Gobierno. El trabajo del órgano electoral de organizar las elecciones, contar los votos y brindar el resultado final se convierte en un trabajo en equipo con el órgano ejecutivo en el que nunca nadie ha podido meter las narices. Repito, esto no es democracia.
La obsesión de controlar todo y la arrogancia de saberlo todo
Una de las facultades más admirables del sistema democrático es la representatividad del ciudadano en el Parlamento, lugar que debiera albergar a políticos que incorporen en el debate los deseos de los distintos grupos de ciudadanos que representan. Este Parlamento debiera tener jóvenes, ancianos, mujeres, hombres, indígenas, homosexuales, discapacitados, católicos, cristianos, ateos y así cualquier otro grupo que merezca representación.
Lamentablemente, el Estado Plurinacional de Bolivia tiene un Parlamento que alberga sola y únicamente a dos clases de políticos, representantes del partido oficialista y representantes de la oposición. Donde sin importar los deseos del ciudadano y sus costumbres, levantan la mano para aprobar cualquier ley que se le ocurra al líder, en este caso el presidente o el líder del partido opositor.
Estos líderes, de manera casi mesiánica o sobrenatural, afirman conocer las necesidades de todos los ciudadanos y con una decisión arrogante dictan leyes a las que nos tendremos que doblegar, como decía Churchill.
El origen del problema: la educación
Lo que hace que la democracia tome el camino de la imperfección la falta de educación. Las democracias maduras no germinan sociedades prósperas y libres por ser muy antiguas, sino porque sus ciudadanos se formaron, dejaron de lado la indiferencia y comenzaron a exigir un sistema eficiente, transparente, representativo y participativo.
La falta de educación sobre derechos políticos se observan todos los días en Bolivia
Lastimosamente nos encontramos muy lejos de una democracia madura; la falta de educación sobre derechos políticos se observan todos los días en Bolivia. Evo Morales, antes de las elecciones presidenciales pidió a sus postulantes lograr la mayoría absoluta en el Parlamento (que ya consiguió), y asimismo recientemente expresó que su gran deseo es ganar las nueve gobernaciones del país y las 339 alcaldías en las próximas elecciones departamentales y municipales, de las cuales ya domina 7 y 289 respectivamente.
Esto no es democracia, es una tiranía de la mayoría, el comienzo de una dictadura y la mejor muestra de que los ciudadanos bolivianos carecen de educación política. Estos próximos cinco años de Gobierno bajo el MAS serán cinco años sin ciudadanos librepensantes, como lo exhortó la secretaria ejecutiva de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas Originarias Campesinas “Bartolina Sisa”, Juanita Ancieta.
Y de esta forma, doblegados bajo la única opinión de un gobernante, entramos al terrible sendero que advertía el nóbel de Economía Friedrich Hayek, el terrible “camino de servidumbre”.