EspañolLa noticia con la que abrió el diario El Universal de Venezuela la mañana de este jueves reportaba que el Gobierno venezolano obtuvo un crédito extra de la Asamblea Nacional por US$10,68 millones (al cambio del dólar libre) para importar productos de higiene personal que escasean en el país desde el año pasado.
Lamentablemente, la noticia podría causar felicidad entre los venezolanos, quienes deben hacer colas por horas para comprar el papel de baño, y ya no pueden utilizar el champú o el desodorante que más se adapte a sus requerimientos. Solo pueden usar el que hay, cuando hay, y gastar bastante dinero comprando de a tres o cuatro piezas para aguantar la racha de desabastecimiento.
No estoy hablando de que esto sucede en un país pobre —y con esto no quiero decir que la gente de los países pobres se merezca enfrentar la escasez—, sino que es una ironía que los venezolanos tengan que hacerlo cuando su país contaba con una infraestructura y una economía capaz de producir los insumos que hoy se importan a costa del dinero que debió haberse invertido en el desarrollo de la promesa que era Venezuela.
Tampoco estoy hablando de que es un país que gasta porque los servicios públicos que ofrece ya están bien cubiertos. En Venezuela los hospitales cierran sus servicios y los niños de las escuelas públicas pueden llegar a ver clases de forma intersemanal para prestar sus pupitres a otros compañeros la semana que se ausentan del plantel.
La noticia de importación de productos de higiene personal encaja con el trabajo publicado por Bloomberg hace dos días: Los amigos de Chávez se hacen ricos después de su muerte, mientras Venezuela se hunde en el caos (Chavez Friends Get Rich After His Death as Venezuela Slides Into Chaos).
Los autores retratan la trágica situación económica y social venezolana a partir de la historia de un capitán retirado de la Armada, William Biancucci, miembro del círculo de amigos del difunto Hugo Chávez. Biancucci posee una finca de ganado en Brasil que exporta carne a Venezuela y discute en público la compra de un jet privado para facilitarse el viaje rutinario entre ambos países.
El párrafo de esta publicación que asqueó en los últimos días a los usuarios de las redes sociales fue: “‘Soy socialista, pero amo tener efectivo en mis manos’, dice meneando el puño con una imaginaria faja de dinero en las manos.” En palabras del millonario quien también fue golpista en 1992, “El socialismo es riqueza”.
Todo esto lo dice un hombre que, de acuerdo con Bloomberg, se ha enriquecido por distintas actividades contratadas por el Gobierno venezolano. Biancucci se dedica a la importación de alimentos, en un país que hasta hace dos décadas podía casi autoabastecerse de carne y leche, y ahora debe importar esos productos y otros como el café y el azúcar, gracias a la destrucción de la iniciativa privada y la persecución de la empresa extranjera.
En paralelo, relata el reportaje el abandono de alimentos en Puerto Cabello, el puerto más grande de Venezuela, donde más de una vez se han dejado podrir containers llenos de alimentos importados; a sus dueños no les duele esa pérdida, ya que recibieron la paga establecida por sus amigos en el Gobierno.
Similar es el escándalo de sobreprecios en la importación de arroz a Venezuela desde Argentina, en un negocio que involucra a una de las hijas de Chávez, María Gabriela (la nueva embajadora alterna de Venezuela ante la ONU).
El enriquecimiento de los círculos cercanos al Gobierno gracias a la destrucción de la industria nacional se evidencia en el aumento de las importaciones. El Universal también destacó hoy que en los primeros cuatro meses del año las importaciones de bienes agrícolas, vegetales y animales se incrementaron en 32% sólo con respecto a 2013, sin contar los 14 años previos de destrucción económica.
Mientras, el país sufre la inflación más alta del mundo, una escasez cercana al 30% y el peor de los males, contar con las reservas de petróleo crudo más grande del mundo que permiten el gasto, hasta ahora ilimitado, de un Gobierno que se propuso decidir por los venezolanos el champú, el desodorante y el dentrífico que más les favorece.
Resulta hasta triste que el mayor legado que Chávez dejó fue el contrario al de su discurso. El enriquecimiento de una minoría frente al empobrecimiento de la mayoría, una devaluación monetaria sin precedentes en el país (un recién graduado podía alcanzar en los años 80 los US$1.000 de sueldo, ahora apenas alcanza US$100), la inflación más alta del mundo (152% para 2014 según El Cato Institute), y un desperdicio de tiempo y capital humano tremendo (entre las colas para adquirir alimentos y bienes básicos, la emigración del personal capacitado y la disminución de la empresa privada).
Uno casi siente que todos estos ladrones de cuello blanco hacían de las suyas mientras él se caía a cuentos en la televisión, con el socialismo y otras utopías. Uno casi siente lástima. Pero no. Es igual de culpable.