Por: Fabrizio Tejada Arrieta
Me parece muy bien que los homosexuales puedan unirse y formar una familia. En lo que estoy en desacuerdo es que el Estado defina y redefina qué cosa es el matrimonio. Que el Estado diga cuál es la acepción de cada cosa es similar a que un hijo defina los derechos y deberes de un padre. Cuando delegamos ese poder a una organización burocrática solo estamos perdiendo una cualidad humana fundamental: la de valuar las cosas según nuestros fines en la vida.
El matrimonio es una institución social que crea un vínculo entre sus miembros. Es una definición que peca de simplista. Pero en esencia es eso, la base de la familia. Como toda institución social, es parte de un proceso mucho más amplio que se denomina orden social espontáneo, base de la teoría social de diversos autores, entre ellos Hume, Proudhon, Ferguson, Hayek, entre otros.
Lo podríamos definir como un estado de las relaciones o intercambios donde, a partir de una cantidad de varios elementos relacionados entre sí aprendemos una parte y hacemos una estimación del orden total. Es decir, de un orden espontáneo se puede conocer mucho de poco y poco de mucho. Hayek agrega que es “un orden superior al que cualquier mente humana puede diseñar”.
El lenguaje, el mercado, las leyes, el Estado son meras creaciones de este orden social, que abarca toda la historia de la humanidad. Es por esa razón que el Estado no puede definir lo que es el matrimonio, debido a que nada es superior a nuestros intercambios y acuerdos. El Estado es tan sólo un producto de este orden social, por lo que somos nosotros los que hemos redefinido su función. El esperanto como lenguaje ha sido un fracaso rotundo debido a que las personas valoramos más los intercambios que efectuamos que la sencillez o modelo que nos simplifica la vida. El esperanto puede ser lo más lógico y eficiente, pero los que determinamos qué se usa somos nosotros, en cada instante de nuestras vidas.
Ludwig von Mises, en su brillante libro “Socialismo” habla también sobre el orden social, el capitalismo y su influencia en el concepto de matrimonio. Dice que en la antigüedad, había una total dominación por parte del hombre hacia la mujer.
“Mientras vive, el marido es el juez de la mujer, y cuando muere se hace enterrar con ella y con sus demás bienes.1 Tal es el estado jurídico que las fuentes más antiguas del derecho en todos los pueblos nos presentan en una concordancia casi perfecta. […]La concepción del carácter de las relaciones entre hombre y mujer, que se encuentra en los antiguos derechos y leyes, no es resultado de especulaciones teóricas de sabios soñadores, encerrados en su torre de marfil. Esta concepción procede de la vida misma y presenta la idea exacta que los hombres y las mujeres tienen del matrimonio y de las relaciones entre personas de sexo diferente”.
La mujer era sirvienta del hombre y consideraba que tal era su destino. La mujer estaba hecha para el hombre y no al revés. El matrimonio y el amor eran dos conceptos totalmente distintos. La mujer no disfrutaba de igual derecho frente a su marido. Es precisamente cuando el matrimonio pasa a tener un aspecto contractual. Con el principio despótico se encuentra la poligamia. En ese sentido, Mises dice:
“Cada hombre tiene tantas mujeres cuantas puede defender. Las mujeres son una de sus propiedades, de las cuales es siempre preferible tener muchas que pocas. De igual manera que se quiere ser dueño siempre de más esclavos y más vacas, se pretende también poseer mayor número de mujeres. El comportamiento moral del hombre hacia sus mujeres es el mismo que hacia sus esclavos y sus vacas. De su mujer exige fidelidad, y él es el único que tiene derecho a disponer de su trabajo y de su cuerpo, pero no se considera ligado de manera alguna a ella. La fidelidad en el hombre implica la monogamia. Cuando por encima del marido hay todavía un señor más poderoso, éste tiene, entre sus varios derechos, el de disponer de las mujeres de sus súbditos”.
La contribución del capitalismo al matrimonio para Mises radica en que la poligamia representaba dificultades, porque las mujeres, al entrar a formar parte de la familia del marido, podían heredar y poseer, y al aportar una fuerte dote disponían de derechos que protegían la disposición de su patrimonio. La mujer de familia rica, que lleva riqueza al matrimonio, y sus padres, han sido quienes conquistaron gradualmente la monogamia, que es indudablemente la consecuencia de la penetración del espíritu y del cálculo capitalista en la familia.
Para proteger jurídicamente la fortuna de la mujer y de sus hijos fue necesario establecer una demarcación muy clara entre las uniones y los hijos legítimos e ilegítimos, aunque las relaciones entre esposos acabaron por ser reconocidas como un contrato recíproco. Al entrar la idea del contrato en el matrimonio se rompe la soberanía del hombre, y la mujer se convierte en compañera que goza de iguales derechos. Vale decir, la monogamia y la inclusión del aspecto contractual en las uniones conyugales sólo pudieron haber sido generadas por el mismo devenir histórico, el orden social espontáneo.
Finalmente, debo decir que el Estado no debería oficiar matrimonio ni uniones civiles. Debe ser un contrato que se celebre frente a un notario, como cualquier otro de su especie. Que esos contratos deban inscribirse en un registro público para evitar casos de poligamia (debido a que en la gran mayoría de países occidentales no avalamos ese tipo de comportamientos). Toda persona, sin importar su opción sexual, tiene el derecho de formar una familia con la persona que quiere, hacer contrato de separación de bienes si lo desea, tener cuentas mancomunadas, y obtener los derechos y obligaciones que un contrato conyugal amerita.
En definitiva, debe ser un asunto estrictamente privado, puesto que de otra forma estaríamos atentando frente a nuestra propia creación: un orden nacido de nuestros usos y costumbres que vamos cambiando conforme el progreso de la humanidad.