EnglishPor: Joel D. Hirst
Todas las noches, desde una tierra lejana, veo con dolor la pesadilla de la Venezuela moderna. Escucho las súplicas de mis amigos en Facebook mientras lloran por su patria perdida y se aferran desesperadamente a la esperanza de que, de alguna manera, lograrán recuperar su libertad. En Twitter sigo las batallas del ejército armado contra su propio pueblo, y en Instagram observo las palizas. En mi cabeza, estoy allí. Puedo oler la matanza y el caos de las calles de Venezuela; escucho los gritos de las víctimas y veo la injusticia como un nocivo gas verdoso.
Y hago causa común con los dos millones de venezolanos que observan impotentes el horror desde la distancia. Y es que mi hijo es mitad venezolano. Por eso la tiranía me afecta en lo personal, siento la violencia muy de cerca, el tremendo mal desatado por el monstruo me hace llorar mientras me pregunto de forma egoísta, “¿podrá mi hijo conocer Venezuela?”

¿Podrá llegar a sentir la caliente arena blanca hundirse bajo los dedos de sus pies, mientras reflexiona sobre la eterna tranquilidad de las aguas de Morrocoy? ¿Podrá llegar a asombrarse ante la belleza bajo el agua de los peces en su mundo, o ver las estrellas desde una carpa a solo pocos metros del mar que susurra en el silencio? ¿Podrá tomar un catamarán para pescar en las fértiles aguas de Los Roques? ¿Podrá parar en la encrucijada para comerse una cachapa; probará las empanadas de cazón en Puerto Cabello? ¿Llegará a comer carne en vara mientras se toma un whisky en una calurosa noche del llano, escuchando la música que lleva el nombre de ese lugar? ¿Podrá nadar con los delfines rosados del río Orinoco, o remojar sus penas en el rocío del salto Ángel? ¿Podrá llegar a perderse en la infinita extensión de la Gran Sabana? ¿Llegará a conocer los festivales — como los Diablos de Yare? ¿Podrá llegar a ver los partidos de béisbol, o salir a rumbear en las discotecas de Las Mercedes? ¿Volará como un cóndor sobre Mérida, navegando sus privilegiados vientos con un parapente? ¿Llegará a enamorarse de una hermosa chica venezolana como me pasó a mí?
Sé que éstas pueden parecer reflexiones egoístas. Muchísimas personas están teniendo pensamientos mucho más existenciales. Leopoldo López se pregunta si llegará a conocer a su hijo. Iván Simonovis se pregunta cómo lucirá su hija adolescente, que ya es una mujer joven. Los miles de madres que han perdido a sus hijos se preguntan si las cosas habrían podido ser de otra manera. Los padres de los estudiantes que protestan se preguntan si hoy será el día en que sus hijos van a ser detenidos, asesinados, o que simplemente desaparecerán. Muchos más se preguntan dónde van a trabajar, o cómo van a comer mientras la economía se desvanece como los castillos de arena que mi hijo estaría construyendo.
A pesar de todo, me sigo preguntando, “¿podrá mi hijo conocer Venezuela, la Venezuela que yo conocí?”.
Joel D. Hirst es novelista, autor de “El Teniente de San Porfirio: Crónica de una Revolucion Bolivariana”, y su versión en inglés “The Lieutenant of San Porfirio”.
Este artículo fue publicado por primera vez en blog.joelhirst.com.
Traducido por Alan Furth.