Las ideas de la libertad cuando se conocen y se comprenden son de las que marcan un antes y después en la vida.
Tal vez las ideas de la libertad inician desde la infancia, como una especie de intuición. En mi caso, por ejemplo, recuerdo que me surgieron miles de preguntas luego de ver una película en que los protagonistas vivían atrapados detrás de un muro, y para huir arriesgaban su vida fabricando en su casa un globo aerostático y escapando por la noche.
¿Por qué vivían atrapados? ¿Por qué tenían que esconderse? ¿Por qué querían huir? La respuesta de mis padres fue: “Es que no tenían permiso del gobierno para salir de esa zona, nadie lo podía hacer, para eso era el muro”. Esas palabras claramente me generaron confusión, y más preguntas surgieron para intentar comprender por qué una familia no podía decidir dónde y cómo vivir.
Luego en mi colegio, durante una clase de religión católica aprendí la importancia de la libertad para el individuo. Me enseñaron que Dios no obliga a sus hijos a seguir sus mandamientos y preceptos. Por lo tanto los que practican alguna religión cristina saben que la libertad y el libre albedrío es el mayor regalo de Dios para sus hijos. Y de esa manera aprendí que todos los individuos tienen que ser intrínsecamente libres.
En la adultez temprana mediante conocimiento académico de los principios de la libertad por convicción me declaré liberal. La interiorización de estas ideas y el idealismo que resulta de esta convicción me lleva a participar en organizaciones que promueven los principios de una sociedad libre.
Por medio de estas organizaciones nos dedicamos a promover el liberalismo abogando por un Estado pequeño y eficiente en el cual los gobernantes tengan un poder limitado. Repetimos hasta la saciedad el peligro que representa darles el poder como un cheque en blanco a los funcionarios públicos. Con muchísimos números y gráficas demostramos cómo el capitalismo es el sistema económico que está sacando a la humanidad de su estado natural de pobreza. Con aún más cuadros explicamos por qué es malo que un banco central imprima moneda a su discreción. No nos cansamos de insistir la diferencia entre capitalismo de amigos y el libre mercado. Nos dedicamos muchas horas a discutir quien es mejor, Hayek, Mises, Rothbard, la Escuela Austríaca o la Escuela de Chicago, etcétera. Advertimos que un Estado de bienestar no conduce a prosperidad económica. Criticamos a los populistas y con números expresamos por qué no es correcta la creación de más y más subsidios. Nos alegramos cuando paradigmas como la prohibición de las drogas empiezan a derribarse, aunque sea solo en un país de Latinoamérica.
No digo que todo lo anterior sea malo, es excelente y en necesario insistir en ello. Pero hace que el discurso liberal cometa ciertos errores: muchas veces parece un discurso para economistas y por ocasiones uno creado de liberales para liberales. Nos enfocamos mucho en advertir sobre las consecuencias de la falta de libertad económica y los peligros del populismo.
¡Eso no es suficiente! Tenemos que hablar más de cuán fundamental es que cada persona sea plenamente consciente de la importancia de libertad en su vida y qué implicaría perderla .
No todos disfrutan largas discusiones sobre políticas económicas, pero todos los individuos tienen en su interior el deseo de ser libres. Esa característica de nuestro ADN es la que hay que discutir más. La libertad –económica, espiritual etc.- es la que da sentido a la vida de las personas, independientemente de sus circunstancias, y es el mejor camino del progreso y de la felicidad humana.
Potenciando esa característica humana todas las ideas liberales trascenderán de manera más fácil a más personas y el discurso dejaría de ser solo de liberales para liberales. Esa intuición libertaria es la que hay que discutir más. Todos los individuos intrínsecamente buscan la libertad, porque al fin y al cabo, la libertad nos hace seres humanos.