Sin destrucción no hay creación.
Es argumento común entre la gente de izquierda (o progresistas) que la educación no pude quedar en manos de privados. Lo anterior, por la simple razón de que algo tan esencial en una sociedad y para los jóvenes —como es la educación—, un instrumento para salir adelante y para crear un mejor país con más y mejores oportunidades, no puede caer en manos de gente que experimentará con ella.
Con este argumento, justifican a la mágica mano estatal para que se haga cargo de esta. Intentando que un grupo de burócratas —quienes juegan con el dinero de los que menos tienen— logren llegar a un acuerdo, y así obtener un modelo educativo que cumpla con las demandas de millones de chilenos, de distintos estratos sociales, distintas necesidades y distintos objetivos. Algo nada fácil, por no decir imposible.
Pero si miramos objetos que cada día usamos más y más de forma tan usual, y nos remontamos a sus orígenes, descubriremos que todos comparten algunas características.
Por ejemplo, la bombilla eléctrica, algo tan cotidiano en la casas de los chilenos. ¿Fue creada por alguna ley acordada por un grupo de políticos? No. Por el contrario, esta fue creada por Thomas Edison, quien tuvo que hacer cientos de experimentos hasta lograr algo similar a lo que usamos hoy.
El automóvil, un medio de transporte que a comienzos del siglo XX era un verdadero lujo, comenzó a masificarse luego de que Henry Ford desarrollara un modelo que fuera eficiente, duradero y accesible para más personas. ¿Logró Ford, mediante una ley, construir su modelo? ¿O fue su creatividad y constantes fracasos los que le permitieron dar el gran salto en el campo automotriz?
Recordemos los tiempos en que la idea de volar era de desquiciados. Luego de muchos experimentos errados, los hermanos Wright lograron construir un aparato que volara. Y hoy en día, volar dentro del país o al extranjero es cada vez más asequible. Nuevamente, no fue necesario el acuerdo de ningún tipo de políticos, sino la pura creatividad empresarial de una pareja de genios.
Los más destacable de los ejemplos anteriores es que nadie tuvo la obligación de financiar a estos emprendedores, sino hasta el momento en que sus creaciones se volvieron de utilidad para el público. La gente voluntariamente comenzó a comprar sus ampolletas, autos y pasajes en avión cuando se dieron cuenta de que, ciertamente, les servían.
Si ha sido a través de la capacidad empresarial de un grupo de creativos y no las peleas y acuerdos de burócratas los que han creado artefactos que han mejorado los estándares de vida de todos nosotros, ¿por qué pretendemos que sí lo hagan con la educación? Y no hay que olvidarnos que ellos lo hacen con el dinero de los más pobres.
Son los emprendedores y las mentes creativas las que nos entregarán los sistemas educacionales que cada persona necesita. Diferentes sistemas que se adaptarán a los distintos estratos sociales, diferentes necesidades y distintos objetivos. Además, los actualizarán a medida que la gente no se vaya sintiendo conforme, ya que las personas dejarán de solicitar sus servicios.
Es la destrucción creativa, la capacidad de innovar del ser humano, que deja atrás lo viejo y da paso a lo nuevo, la que nos dará una educación que se adapte a cada caso y a los tiempos que vienen, para así dejar atrás un sistema que sólo sirve para crear soldados que saben seguir ordenes.
Ejemplos claros de lo que digo ya existen. Sistemas como Coursera, Udemy, Skillshare, Lynda, Biialab —esta última, plataforma latinoamericana—, entre otras, son ejemplos de lo que podría llegar a ser la educación si damos paso a la “destrucción creativa”.
Si es tan importante y delicada la educación para una sociedad, ¿la dejaremos en manos de gente que nunca ha creado nada (políticos)? ¿O confiaremos en manos de personas que tienen la capacidad de innovar y de adaptarse a las necesidades de las personas?