English En 1984, el psicólogo Benjamin Bloom reportó los sorprendentes resultados de sustituir la educación tradicional con la tutoría uno a uno o uno a pocos: 50% de los alumnos tutorados alcanzó o superó los resultados del 98% de aquéllos que aprendieron con los métodos tradicionales; el 90% de los estudiantes de la tutoría alcanzó el nivel del 80vo percentil.
Eso fue hace tres décadas, por lo que cabría preguntarse por qué no ha ocurrido una revolución educativa desde entonces. ¿Por qué los resultados de las pruebas no han escalado hasta el nivel del (anterior) 80vo percentil y más allá, teniendo en cuenta que el gasto real por estudiante en los Estados Unidos se ha incrementado en un 50% durante ese período?
Puede que esas mejoras ya hayan ocurrido para un grupo de estudiantes. Molestos con el estado actual de la educación, muchas personas han retirado definitivamente a sus hijos de la escuela y les están enseñando en casa.
Estudios muestran que estos niños, en promedio, alcanzan aproximadamente resultados cercanos al 85vo percentil en las pruebas estandarizadas. Estas “escuelas” en casa se parecen mucho más a tutorías individualizadas que a la instrucción de uno a muchos en el aula, ya que los padres casi nunca trabajan con docenas de niños de la misma edad. Esto sugiere que la mejora de dos sigmas de Bloom se puede lograr sin una amplia formación o certificación de los padres.
Algunos sostienen que esto puede ser un efecto de autoselección: que sólo los padres más brillantes y mejor educados enseñarán a sus hijos. Por otra parte, muchas personas que sólo tienen educación secundaria y obtienen bajos ingresos también educan a sus hijos en casa, y éstos también parecen desempeñarse mejor que el promedio.
Volviendo a mi argumento principal: Dados los enormes recursos del gobierno, ¿por qué no han dado en el clavo después de 30 años? ¿Por qué el investigador Larry Cuban concluye que un siglo de reformas constantes no ha dado lugar a ningún cambio efectivo? ¿Por qué las escuelas del gobierno se resisten tanto a los cambios fundamentales? Mientras Larry Cuban, Richard Elmore y otros investigadores educativos hacen uso de su considerable conocimiento y experiencia para explorar los innumerables detalles propios de las instituciones educativas, yo me inclino a adoptar un enfoque más amplio de análisis del sistema educativo, basado en la teoría económica.
¿Y si el problema, así planteado, no puede resolverse? Intentemos tomar distancia del problema y preguntémonos: “¿Quién toma las decisiones y qué información utiliza?” Actualmente, las decisiones importantes acerca de cuáles son los recursos a utilizar y cómo utilizarlos, son hechas por numerosos organismos políticos: Los departamentos de educación, los consejos escolares y el personal de las escuelas. La información disponible para ellos es sobre todo información política – quién está votando y a favor de qué.
Hay un bibliografía académica de casi un siglo de antigüedad que explora algunos de los problemas que se presentan en este tipo de sistemas burocráticos en comparación con la alternativa: Las decisiones basadas en transacciones voluntarias donde ambas partes “tengan algo en juego”. Como lo resumió Ludwig von Mises: “Donde no existe un mercado libre, no existe un mecanismo de precios: Sin un mecanismo de fijación de precios, no puede haber cálculo económico.”
La educación como la conocemos en los Estados Unidos y en muchos otros países está lejos de ser un mercado libre. Por lo tanto, es incapaz de realizar cálculos económicos; no puede determinar lo que quiere la gente, ni la forma de entregarlo de manera eficiente.
Esta teoría más amplia encaja con observaciones de Andrew Coulson, investigador del sistema educativo: “Los mercados educativos competitivos se han desempeñado sistemáticamente mejor en cuanto a servir al público que los sistemas educativos estatales. La razón radica en el hecho de que los sistemas escolares estatales carecen de cuatro factores clave que la historia nos dice que son esenciales para la excelencia educativa: Elección y responsabilidad financiera para los padres, y la libertad y los incentivos de mercado para los educadores. Los sistemas escolares que han disfrutado de estas características han mantenido consistentemente el más alto desempeño a la hora de satisfacer tanto nuestras demandas educativas privadas, como nuestros ideales educativos compartidos.”
Y en caso de que pudiese pensarse que la investigación de Coulson es relevante sólo para momentos y lugares del pasado, está el descubrimiento moderno de James Tooley de miles de escuelas financiadas por padres con poca o ninguna supervisión gubernamental; tan poca supervisión, de hecho, que muchos gobiernos no se enteran de su existencia. Sin embargo, las pruebas realizadas por el equipo de Tooley a 32.000 estudiantes, descubrieron que a los estudiantes en escuelas privadas se les enseñó a menor costo y estaban aproximadamente un grado por delante de aquéllos que estudiaban en las escuelas del gobierno.
Puede que el lector piense que cambié los parámetros de la discusión, ya que las escuelas privadas descubiertas por Tooley son más del tipo uno a muchos que uno a uno, pero el formato particular es menos importante que el proceso. Las escuelas de libre mercado son libres de evolucionar, de estar fuera de los límites asfixiantes del control político. Dada la libertad e incentivos, algunas personas descubrirán métodos mejores, y la competencia permitirá a otros copiarlos y adaptarlos.
Un último punto: Estas innovaciones educativas tienden a surgir cuando las regulaciones son inexistentes o efectivamente inaplicables. India, por ejemplo, cuenta con gruesos volúmenes de minuciosos reglamentos, pero poco poder de supervisión para exigir su cumplimiento. Los gobiernos sabios y liberales (en el sentido clásico) deberían podar drásticamente las regulaciones educativas para permitir que florezca la creatividad humana.