Ayer, la muerte de Nelson Mandela ocasionó homenajes desde los sectores políticos más diversos. Sin embargo, no faltaron las críticas: sus amistades con Castro, Gadafi y Arafat y su oposición a Estados Unidos generaron rechazos en ciertos grupos.
No es para menos: Castro lleva más de medio siglo sometiendo a los cubanos mientras insiste en derrotar (y culpar de todos los males) a Estados Unidos y el capitalismo. Su idea de una Cuba libre significa bloquear la salida de sus habitantes y controlarles las actividades y opiniones hasta donde el aparato estatal se lo permita. Gadafi gobernó Libia por 42 años con políticas de corte socialista y tejiendo relaciones con muchos grupos de corte anti-capitalista. Es decir, ninguno de los dos podría ser considerado un ejemplo de gobierno republicano; pero está bien, estas personas se levantaron contra las estructuras creadas para la burguesía capitalista para dominar a la clase obrera. Tiene sentido (si omitimos estudiar el nivel de vida que a veces llevan los nuevos gobernantes revolucionarios).
Además de mantener estas relaciones, Mandela se mostró siempre crítico de Estados Unidos, pero ¿acaso no es comprensible? Los garantes de la libertad en el mundo ayudaron a arrestarlo en 1963 y lo incluyeron en su listado de terroristas junto a otros líderes que acompañaron a Mandela en el Congreso Nacional Áfricano, partido que luchaba por los derechos de los negros. La organización fue proscrita y sus líderes, exiliados o enviados a prisión, como le sucedió al propio Mandela durante 27 años (1963-1990) luego de un juicio por traición que lo condenó a cadena perpetua. Recién en 2008, y más de 14 años después del fin del apartheid, durante el gobierno de George W. Bush se promulgó la ley que lo quitó de esa lista.
El apartheid (“separación” en afrikaans) era un régimen que no solo prohibía a la población blanca compartir espacios con la negra: tampoco permitía matrimonios mixtos, establecía distintos regímenes educativos, y determinaba de acuerdo a la raza los derechos sociales, económicos y políticos de la persona. Suscitó muchas críticas durante su duración y condenas internacionales, que sin embargo, no incluyeron a los líderes de Reino Unido y Estados Unidos – Margareth Thatcher y Ronald Reagan, en la última etapa.
Con la presidencia de Frederick de Klek (1989-1994) comenzó el fin de ese régimen de segregación: la primera medida fue la apertura de las playas. Entre 1991 y 1990 se abolieron las leyes que sostenían el sistema y se redactó una nueva Constitución. Mandela fue el primer presidente elegido con las nuevas normas, en 1994, y siempre obtuvo el apoyo durante todos sus años de lucha de Fidel Castro y Gadafi.
En un contexto de polarización como fue la Guerra Fría, cada mínima amenaza al orden liberal era neutralizada por Estados Unidos, y muchas intervenciones en América Latina lo demuestran. Mandela no fue la excepción. El principio regente era o estás con nosotros, o estás con el enemigo, y él estaba con el enemigo, que lo financió para que llegara al poder y ayudó en su lucha contra la segregación.
Interesantes palabras las de Mandela sobre Fidel: “Soy un hombre leal y jamás olvidaré que en los momentos más sombríos de nuestra patria, en la lucha contra el apartheid, Fidel Castro estuvo a nuestro lado”. Luego, en ocasión de la visita del entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, a Sudáfrica en 1998, Mandela en su calidad de presidente de ese país, le advirtió que Castro y Gadafi también estaban invitados al encuentro: “Hago esto porque nuestra autoridad moral nos dicta que no podemos abandonar a aquellos que nos han ayudado durante los momentos más sombríos de la historia de nuestro país. Nos facilitaron tanto recursos como instrucción para luchar y ganar. Y aquellos sudafricanos que me han reñido por ser leal a nuestros amigos, pueden, literalmente, irse a freír espárragos.”
En pocas palabras: ¿financiamiento por parte de dictadores, o cárcel y proscripción? La respuesta de Mandela fue clara. Quizás otros no habrían optado por lo mismo, pero hoy vivimos en un contexto distinto, y afortunadamente esos tiempos de polarización terminaron.
Soy una acérrima defensora de la libertad, pero opino que quizás, ahora que la Guerra Fría finalizó, podamos abandonar la etiqueta de comunista y reconocer a las personas que lucharon por la paz desde donde podían. Seguramente, si la lucha de Mandela se diera estos días, el apoyo de Estados Unidos y Reino Unido al apartheid no habría sido tal. Ambos bandos en la Guerra Fría cometieron errores y estoy segura que apoyar un régimen de segregación racial fue uno de las cosas que el bando occidental debería haber repensado.
La tarea de Mandela no fue perfecta, y él tampoco. Pero su aporte a la libertad fue muy importante en Sudáfrica y en el mundo. Y el camino hacia la libertad es solo uno, porque el sometimiento siempre es tal sin importar quien lo lleva adelante. En un futuro, el mundo seguirá construyendo ese camino gracias a los pasos que gente como Mandela fue avanzando previamente.