English Prácticamente todos los comentarios acerca de la entrada de niños centroamericanos a Estados Unidos, que algunos dicen podrían llegar a 90.000 este año, pasan por alto el punto fundamental: Ningún Estado tiene la autoridad moral para capturar estos niños y enviarlos de regreso a las situaciones miserables de las que habían huido.
Para muchas personas esta afirmación será escandalosa. Entonces, yo pregunto, ¿de dónde tiene el gobierno la autoridad moral —no hablo del poder legal— para aprehender y detener a seres humanos de cualquier edad que no han cometido agresión alguna contra nadie? No existe tal autoridad.
Estos niños son personas. Ya sea que estén viniendo para reunirse con su familia o para escapar de algún peligro, tienen los mismos derechos naturales que cualquier estadounidense o residente legal. Podemos formular nuestros derechos de muchas formas, pero se reducen a uno solo: El derecho a no ser agredidos.
Tenemos este derecho no por ser ciudadanos de EE.UU., sino por ser personas. Es un derecho natural, no nacional, por lo que estos jóvenes hondureños, salvadoreños y guatemaltecos también lo tienen. Los estadounidenses, quienes dicen creer en los derechos naturales a la vida, libertad y búsqueda de la felicidad, deberían estar ofendidos por el encarcelamiento y deportación de estas personas (¿o el 4 de julio no pasa de ser más que un día de vacaciones?).
Por alguna extraña razón, la inmigración hace a la gente olvidar la libertad: su apego a ella se ve sobrepasada por su deferencia hacia el Estado y la soberanía nacional. Es por eso que la mayoría cree que “fortalecer las fronteras”, como lo está haciendo el presidente Barack Obama, es más importante que el bienestar de las personas pobres que nacieron del otro lado de las fronteras (especialmente la sureña). Digo extraña razón porque toneladas de evidencia muestran que el influjo de personas de otras tierras y culturas también beneficia a la gente que ya vive aquí.
No necesitamos temer a los extranjeros. Se requiere de coraje para abandonar tu hogar y la única cultura que has conocido para viajar a una tierra desconocida. Estas cualidades propician la formación de emprendedores y la motivación para innovar en su nuevo hogar. Pero incluso los inmigrantes que no crean negocios exitosos pueden proveer servicios valiosos mientras intentan mejorar su calidad de vida.
Si esto no es evidente para la mayoría de los estadounidenses, es porque la ilegalidad migratoria los empuja al mercado negro. Este estatus también los deja vulnerables a terribles explotaciones por parte de personas que amenazan con delatarlos a las autoridades migratorias si no obedecen sus órdenes. Esta condición deplorable es razón suficiente para legalizar a los así llamados “ilegales”.
Hablando de explotación, las condiciones peligrosas que enfrentan los niños en sus países y durante su viaje al norte son resultados directos de perversas políticas gubernamentales. Si las fronteras estuviesen abiertas —es decir, si el derecho natural a no ser agredido fuese respetado— las familias no necesitarían encomendar a sus niños a personajes turbios que les extorsionan grandes sumas de dinero bajo la promesa de llevar a los menores a Estados Unidos. Sin agentes del gobierno persiguiéndoles, los niños con sus padres podrían transitar hacia el norte de forma libre y segura. Serían acogidos por generosas organizaciones humanitarias, como lo fueron los inmigrantes en el pasado.
Asimismo, si el gobierno federal de EE.UU. no emprendiera una violenta guerra en contra de productores y consumidores de drogas, y si no presionara a los gobiernos de América Latina a hacer lo mismo, esos niños estarían mucho más seguros en sus países. Muchos menores abandonan sus naciones hoy en día debido a la violencia del narcotráfico o al temor a ser reclutados por pandillas.
Muchas personas preguntan, ¿pero cómo nos encargaremos de todos estos niños? ¿Quién pagará? Bajo el estado de bienestar, desgraciadamente pagarán los contribuyentes. Esto es lo que lleva a muchas personas a oponerse a las fronteras abiertas. Dicen que no apoyarán la libertad de tránsito hasta que desaparezca el estado de bienestar. El problema es que el estado de bienestar nunca desaparecerá si se lo salva de todas sus cargas y aprietos. Si bien los inmigrantes no usan los servicios de asistencia tanto como se cree, la libre inmigración podría ayudar a terminar las transferencias gubernamentales. La ayuda privada tomaría su lugar.
Los estadounidenses son lo suficientemente generosos para financiar incluso hoy en día el cuidado de estos niños si la gente no asumiera que el gobierno lo haría. En otras palabras, el estado de bienestar corrompe moralmente a la población.
Este artículo apareció originalmente en la Future of Freedom Foundation.