Cuando decides salir de Venezuela y te encuentras con otros compatriotas, escuchas sus historias, cuentan lo que dejaron en su país y los sacrificios que viven fuera de su tierra; y todos y cada uno de los testimonios terminan con la frase: ¡Maldito Maduro!.
También sucede con los familiares que quedaron en tierra criolla, cuando te cuentan que no hay luz, no hay agua, no hay internet, no hay seguridad, no hay alimentos, no hay medicamentos, no hay estabilidad; todos los testimonios terminan: ¡Maldito Maduro!.
No se espanten porque no se trata de un vocabulario obsceno, no es un insulto ni una falacia; es una simple descripción de lo que es el presidente de Venezuela y su régimen si nos guiamos por lo que indica la Real Academia Española (RAE).
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Según la RAE, “maldito” es el adjetivo que describe a una persona “perversa, de mala intención y de dañadas costumbres”; según la Academia, es también con esa palabra como se le califica a algo de “mala calidad, ruin y miserable”. En resumidas cuentas, Nicolás Maduro, el mandatario de Venezuela, es absolutamente todo lo que indica la RAE.
La idea de este artículo nació cuando El Nuevo Herald publicó el video de un venezolano en Nueva York que tras recoger la nieve fuera del negocio donde trabaja responsabilizó a Nicolás Maduro.
? ‘Maldito Maduro, estuviera yo tranquilito en Cata’, dice venezolano sufriendo el invierno en Nueva York https://t.co/cEW3DEzvsA pic.twitter.com/i8Dsep1HXJ
— el Nuevo Herald (@elnuevoherald) January 8, 2018
Y es que aunque con Hugo Chávez y el “socialismo” empezó la ruina de Venezuela, es Nicolás Maduro quien se ha encargado de materializar la destrucción a la perfección: logró la inflación más alta del mundo, los salarios más bajos de la región, una escasez de alimentos y medicamentos que supera el 90 %; logró que los servicios públicos no funcionen y que el poder adquisitivo de los venezolanos simplemente no exista.
No es difícil contextualizar la frase “¡Maldito Maduro!”, y voy empezar por describir lo que viven quienes están fuera de Venezuela luchando el día a día desde el exilio, no solo para lograr una vida normal, sino también para ayudar a sus familiares que quedaron atrapados en el país suramericano.
Los venezolanos no abandonan su tierra porque quieren, sino porque son expulsados por una crisis sin precedentes, sin saber cuándo volverán a ver a sus familiares. Pasan las navidades desde la distancia, reciben el año nuevo sin el calor de su hogar en Venezuela porque saben que son seres humanos que merecen crecer y superarse; y eso con la dictadura, con el “socialismo”, es imposible.
Ángel, por ejemplo, trabaja de mozo (mesonero) en un restaurant de Lima y se graduó como licenciado de Idiomas Modernos en Venezuela; él decidió dejar su país porque simplemente en esa nación es imposible comprarse una casa, un carro o tener un hijo.
Ángel es solo un venezolano trabajador que decidió guardar su título de licenciado para trabajar de forma modesta y ganar sueldo mínimo en un país donde al menos es posible ahorrar y percibir ingresos que le permiten ayudar a su familia en Venezuela.
En el país suramericano un joven de 25 años no puede soñar con comprarse un apartamento porque cuesta alrededor de unos 20.000 dólares siendo el salario base de USD $2. Lo que significa que un venezolano tendría que trabajar 833 años para poder adquirir un inmueble. ¡Maldito Maduro!
Supongamos que Ángel no quería comprar sino alquilar un apartamentos para iniciar una vida junto a su novia; pues no, eso en Venezuela es imposible. La oferta de inmuebles en alquiler es prácticamente nula tras las leyes y controles impuestos por Hugo Chávez.
La Ley de Arrendamiento establece que los contratos deben ser por un año y queda a potestad del inquilino; la normativa no explica la fórmula para poder ajustar el canon, y si el dueño necesita el inmueble en cualquier momento, no puede tenerlo porque es un proceso que puede durar décadas. ¡Maldito Maduro!
Iniciar una familia en Venezuela es una “hazaña”, las mujeres pasan los 9 meses de gestación haciendo largas filas para comprar pañales pues no se consiguen todas las tallas ni tampoco todas las marcas.
Las fórmulas lácteas no existen y las vacunas tampoco son fáciles de adquirir; de hecho, la dictadura venezolana exige el chavista Carnet de la Patria como requisito para suministrarlas y por esa razón hay madres dispuestas a cruzar las fronteras para vacunar a sus hijos; así que de nuevo, ¡Maldito Maduro!.
Los precios de los alimentos aumentan todos los días con una inflación galopante. Hay que preguntarse cómo hace un padre de familia para mantener a sus hijos bien alimentados, cómo les paga los estudios y además los gastos en salud; pues los cálculos indican que solo para comer los venezolanos necesitan 20 salarios mínimos al mes. En Venezuela no se vive, se sobrevive.
A todo esto se suma que la calidad de los servicios públicos es paupérrima; por ejemplo, en la región Central del país la electricidad falla al menos cinco veces a la semana y el agua llega a las viviendas solo dos veces por semana.
Al transporte público se le puede calificar de tristemente deficiente; los autobuses, cuando hay, no cumplen las rutas establecidas y como no hay repuestos para dichos vehículos simplemente los gobiernos regionales utilizan camiones de ganado para trasladar a los transeúntes. Las autoridades”brillan por su ausencia” y la calidad de vida es una utopía: ¡Maldito Maduro!.
La mayoría de los venezolanos que huyen de la crisis lo hacen por la inseguridad. Venezuela se ubica en el ranking de los países más inseguros del mundo; los secuestros, los atracos y las muertes están a la orden del día.
Los funcionarios policiales han sido señalados por muchas de las víctimas en ser los primeros en ejercer fechorías, y los delincuentes no son capturados por “miedo” a represalias. Desde las cárceles del país se manejan los crímenes, y el régimen premia a los detenidos con salarios mínimos y hasta con discotecas y sembradíos de marihuana dentro de los centros de reclusión. ¡Maldito Maduro!.
Pero esto no es todo, en los últimos años el impulso que tienen los venezolanos para salir de su país son sus propios padres y abuelos que no pueden mantenerse con una pensión de miseria; por esta razón quienes trabajan en el exilio envían dinero a sus seres queridos para ayudarlos a mantenerse, ayudarlos a que la crisis no les sea tan pesada.
Ayudarlos a envejecer con dignidad en una nación sin medicamentos ni alimentos y sin la leve posibilidad de que se abra un canal humanitario, porque el régimen dictatorial alega una fantasiosa “intervención extranjera“.
A toda esta “odisea” vamos a sumarle la escasez intencional de pasaportes que tiene a los venezolanos atrapados.
En el país suramericano, desde hace aproximadamente cuatro meses la opción de obtener el documento es una “misión imposible”. La página web del Saime, el ente encargado, nunca está en funcionamiento y simplemente no se están imprimiendo los pasaportes por “falta de material”.
La dictadura tiene a los ciudadanos atrapados y solo consiguen el documento quienes tienen unos 1000 dólares para adquirirlo a través de mafias chavistas; es por esta razón que ante la desesperación, quienes deciden emigrar llegan a otros países solo con sus partidas de nacimiento y sus cédulas de identidad (DNI); siendo el pasaporte un derecho humano universal. ¡Maldito Maduro!
Ni hablar de la imposibilidad de emprender en el país suramericano; Hugo Chávez y Nicolás Maduro impusieron un control de precios y de cambio que impide el libre mercado. En Venezuela un comerciante no pude colocar los precios de sus productos ni decidir dónde distribuirlos, absolutamente toda la economía está controlada por el régimen.
La dictadura además aumenta los salarios unilateralmente sin importarle las consecuencias de sus decisiones. En el país suramericano no se puede invertir sin que esta acción se convierta en un total riesgo.
Mientras todo esto sucede, la dictadura perversa y miserable, se inventa “guerras económicas“, “guerras comunicacionales”, “golpes de Estado” y supuestos “enemigos externos” a quienes culpa de todos los males que aquejan a los venezolanos. Males controlados por el Estado desde hace más de 18 años y que son consecuencia de la malversación de fondos públicos, la corrupción, la ineficiencia y la ineptitud.
Los muertos por el hampa, las familias separadas, la escasez de medicinas y de alimentos, las fallas de electricidad, de agua, de aseo urbano, la desnutrición, la inflación, el desabastecimiento, la emigración masiva, el cierre de medios de comunicación, la persecución a la disidencia, el fraude electoral; por todo esto y mucho más: ¡Maldito Nicolás Maduro!
Nota: los links de esta opinión son el respaldo a todas las aseveraciones aquí plasmadas; cada una de ellas basadas en noticias de medios de comunicación nacionales e internacionales que día a día hacen cobertura a la crisis en Venezuela.