
Las calles de Brasil hoy resuenan con el clamor de miles de ciudadanos que, agotados por el aumento del costo de la vida, se preparan para exigir un cambio. No se trata solo de una marcha, sino de un grito colectivo contra la inflación que consume los salarios, contra la pesada carga impositiva, contra el precio del combustible que ahoga a los trabajadores y contra un gobierno que, bajo el liderazgo de Luiz Inácio Lula da Silva, parece estar llevando al país hacia el colapso económico de manera deliberada. El alto costo de la vida no es un fenómeno aislado; es la culminación de una crisis que expone las fallas de la gestión actual y abre el camino a una oposición cada vez más fuerte, que capitaliza el creciente descontento.
El desencadenante de esta movilización es claro: la salida de Lula da Silva del poder. Los precios de los alimentos básicos, como la carne, el café, los huevos o el arroz, han alcanzado niveles tan elevados que una comida decente la están convirtiendo en un lujo. Aunque la inflación no es un fenómeno nuevo en la historia de Brasil, su persistencia en 2025 refleja una tormenta perfecta: la dependencia de importaciones, las presiones geopolíticas sobre los precios de la energía y una política fiscal incapaz de estabilizar la economía. La gente no protesta por cifras abstractas, sino por indignación; es cada vez más difícil llegar a fin de mes mientras los gobernantes disfrutan de lujos y privilegios financiados por los contribuyentes.
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El tercer mandato de Lula se ha caracterizado por el despilfarro, el déficit y el cinismo frente a las consecuencias de sus decisiones. Este cinismo es respaldado por los defensores del oficialismo, que, por un lado, culpan a los empresarios de la especulación, alegando que el aumento de precios es consecuencia de un mayor poder adquisitivo de la población y, por otro lado, responsabilizan a los católicos del alza en los precios de los huevos debido al aumento del consumo en la cuaresma. Este tipo de discurso, similar al que defendieron los chavistas en Venezuela, sostiene narrativas como que ser rico es malo y que la gente debería abandonar el consumismo para que los precios bajen. Es un cinismo de la misma naturaleza que los nazis utilizaron para justificar sus atrocidades.
Con Lula al mando, el gasto público no se detendrá, la dependencia energética persistirá, la inseguridad no disminuirá y se protegerán, a toda costa, los privilegios de la clase política, que incluso propone aumentar el número de diputados federales en una Cámara que ya cuenta con 513 miembros.
La clase media y los sectores más pobres se han acostumbrado a una rutina diaria de sacrificios que las sociedades argentina y venezolana vivieron en su momento. Y dentro de ese sacrificio constante hay una lección para muchos: con esta izquierda no se puede vivir bien, y a pesar de toda la propaganda en contra de la derecha, con ella es posible vivir mejor.
La oposición tiene un largo camino por recorrer hasta las elecciones de 2026 para liderar al país hacia un nuevo rumbo. La principal fuerza opositora, el Partido Liberal (PL) del expresidente Jair Bolsonaro, se prepara para enviar un mensaje claro al país: la necesidad de un cambio y la victoria contra el desastroso gobierno de Lula.
En principio, luchan por la amnistía de los miles de presos políticos que, injustamente, siguen encarcelados por los hechos ocurridos el 8 de enero de 2023. Sin embargo, la oposición también propone para Brasil un segundo mandato de Bolsonaro, con el objetivo de reducir impuestos, liberar el mercado energético y ajustar el gasto fiscal para atraer inversiones. Su popularidad crece con la expectativa de que estas propuestas se materialicen.
Este 16 de marzo no será solo una protesta, sino un reflejo de los dilemas que atraviesa Brasil. El alto costo de la vida es mucho más que una cifra: es el síntoma de problemas estructurales que ningún gobierno, ya sea de izquierda o de derecha, ha podido resolver completamente. Tras esta manifestación, corresponde a los ciudadanos reflexionar: ¿Es este el inicio de un cambio o simplemente otro capítulo que perpetúa la crisis brasileña? La respuesta dependerá de lo que se haga con el descontento.