
Amazonía ha sido objeto de codicia y manipulación internacional durante décadas. Bajo el pretexto de protegerla, actores externos buscan aprovecharla para sus propios intereses. Considerada uno de los mayores tesoros naturales del planeta, su riqueza no puede ser arrebatada a Brasil, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Guyana, Surinam ni la Guayana francesa. Sin embargo, hay una agenda orquestada para desmembrar estos territorios, comenzando con Brasil, el más fuerte de los países amazónicos. Esta agenda promueve la creación de supuestas “Naciones Amazónicas” y busca fomentar el separatismo y el control extranjero sobre la región.
Los responsables se amparan en normativas internacionales como el Convenio 169 de la OIT y la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, construyendo una narrativa que, en lugar de proteger a las comunidades indígenas, las margina y las aísla. Durante más de 30 años, estas políticas han mantenido a los pueblos indígenas alejados de los beneficios de la civilización moderna, dificultando su desarrollo y perpetuando su aislamiento. Este aislamiento no es accidental: ha debilitado a las comunidades indígenas, llevándolas al borde de la desesperación y la extinción, mientras los actores externos se apoderan de las riquezas de la Amazonía.
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Para justificar sus acciones, se ha difundido una narrativa ficticia que presenta a la Amazonía como un “Patrimonio de la Humanidad” que no pertenece a los países que la albergan. Esta idea, sin respaldo oficial de la UNESCO, ha calado lo suficiente como para excluir actividades productivas y negar a los estados nacionales el derecho a gestionar sus territorios. Se habla de una “Amazonía Total”, cuyos recursos serían explotados exclusivamente por quienes se autoproclaman “protectores”, mientras los estados soberanos quedan excluidos.
El modus operandi de estos actores busca usurpar funciones del Estado, delimitando y expandiendo territorios indígenas a los que se les otorga una supuesta autonomía jurídica, incluyendo el control de sus recursos. Estas áreas autodelimitadas pueden llegar a ser hasta cuatro veces más grandes que las originalmente ocupadas, lo que revela un claro interés en controlar zonas ricas en minerales y biodiversidad. Además, a lo largo de estos años se han acumulado denuncias sobre el uso de la violencia con fines políticos, alienando a los indígenas mediante estereotipos racistas que los presentan como víctimas del “hombre blanco”, alimentando un discurso de opresores y oprimidos que solo genera división.
Existen también denuncias sobre la formación de grupos armados y actos terroristas contra la propiedad privada, así como el aislamiento económico y tecnológico impuesto a los indígenas, quienes presentan los peores indicadores socioeconómicos de la región. Un caso emblemático de esto es la situación en la Raposa Serra do Sol, en Brasil, territorio fronterizo con Venezuela. Todo esto apunta a una estrategia deliberada para debilitar la soberanía brasileña y facilitar una apropiación encubierta de la Amazonía por parte de intereses extranjeros, bajo la fachada de la defensa de los derechos indígenas.
El avance de esta agenda pone en peligro la integridad territorial de los países amazónicos, especialmente Brasil, que es considerada como una zona altamente estratégica en el Atlántico Sur ante la posible aparición de un conflicto nuclear entre grandes potencias.
La Amazonía no es un botín internacional, ni un tablero geopolítico. Es parte integral de nuestras naciones, y su riqueza debe beneficiar a todos sus habitantes, incluidos los pueblos indígenas, quienes merecen ser tratados con dignidad y no como piezas de un esquema externo. Estos pueblos no son apáticos ni desvalidos, como han querido pintarlos; son familias con sueños y derechos que no deben ser aisladas del progreso ni manipuladas para fines ajenos a su bienestar.
Lo que nos diferencia de las potencias que ambicionan la Amazonía es que, como hispanos, compartimos una visión de la existencia que valora la vida humana y la libertad. En cambio, estas potencias priorizan lo material sobre la vida humana.
Brasil y los países amazónicos, están a tiempo de evitar el avance de esta agenda que amenaza la existencia de todos nuestros pueblos.