
En Brasil, un terremoto político sacude las bases de la democracia, y en su epicentro se encuentra el Supremo Tribunal Federal (STF), que ha desatado una persecución implacable contra el expresidente Jair Bolsonaro, su equipo y sus seguidores. Lo que comenzó como una cruzada contra la supuesta “desinformación” se ha transformado en un ejercicio de poder autoritario que no solo amenaza la libertad de expresión en el país, sino que también pone a prueba los límites de las relaciones internacionales, desafiando incluso al recién investido gobierno de Donald Trump en Estados Unidos.
El magistrado Alexandre de Moraes, con un historial de decisiones controvertidas, ha encabezado una ofensiva judicial que muchos en la derecha brasileña consideran una vendetta política. Desde el bloqueo de cuentas en redes sociales hasta órdenes de arresto contra aliados de Bolsonaro, el magistrado ha utilizado su autoridad para silenciar voces disidentes, justificando sus acciones bajo el pretexto de proteger la democracia. Sin embargo, esta narrativa se tambalea cuando se examinan los hechos: investigaciones sin cargos formales, confiscación de pasaportes y una maquinaria judicial que parece diseñada para aniquilar a la oposición. Bolsonaro, acusado recientemente por la Procuraduría General de la República de liderar un intento de golpe tras las elecciones de 2022, se ha convertido en el principal blanco de esta persecución, junto con una derecha brasileña que ve en de Moraes el símbolo de la tiranía.
- Lea también: Bolsonaro convoca protestas “en todo Brasil” contra el Gobierno de Lula
- Lea también: Trump: esperanza para Brasil y pesadilla para Lula
El trasfondo de esta cacería no es solo ideológico, sino también estratégico. El STF, alineado en gran medida con el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, busca consolidar el poder de la izquierda tras el crecimiento de la popularidad del bolsonarismo. Neutralizar a Bolsonaro y su base electoral es clave para evitar un resurgimiento de la derecha en 2026. Pero de Moraes no actúa solo en un vacío nacional; sus decisiones han reverberado más allá de las fronteras brasileñas, atrayendo la atención –y la ira– de actores internacionales.
Un ejemplo claro es el enfrentamiento con plataformas como X y Rumble. En 2024, de Moraes ordenó el bloqueo de X en Brasil tras el rifi-rafe con Elon Musk, quien se negó a cumplir órdenes de censura que consideraba ilegales. La plataforma fue multada y eventualmente forzada a pagar para restablecerse, pero el mensaje fue inequívoco: el STF no toleraría resistencia. Más recientemente, Rumble, una alternativa de video popular entre conservadores, fue prohibida en Brasil por negarse a acatar demandas similares. Estas medidas no solo restringen la libertad de expresión, sino que también afectan a empresas estadounidenses, lo que ha puesto a de Moraes en la mira de Trump y su Administración.
La reacción no se hizo esperar. Trump Media & Technology, junto con Rumble, presentó una demanda contra de Moraes en un tribunal de Florida, acusándolo de violar la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense al censurar contenido de ciudadanos y empresas americanas desde Brasil. Este movimiento, respaldado por la retórica de Trump, sugiere que el nuevo presidente podría considerar sanciones o aranceles contra Brasil como represalia. Mientras tanto, de Moraes ha comenzado a retirar sus activos de Estados Unidos, un indicio de que teme las consecuencias de este choque transnacional. Este juego de poder plantea una pregunta fascinante: ¿Hasta dónde puede llegar un conflicto personal entre líderes políticos antes de que fracture las relaciones internacionales entre dos naciones?
Donald Trump, conocido por su enfoque pragmático y su lema “America First”, podría optar por medidas económicas como aranceles comerciales para presionar a Brasil. Sin embargo, el límite parece claro: el gobierno estadounidense probablemente priorizará sus propios intereses –proteger a sus empresas y ciudadanos– antes que involucrarse en un esfuerzo por derrocar al régimen de Lula o al STF. Esto podría decepcionar a la derecha brasileña, que espera un apoyo más contundente de Trump para su causa. El 16 de marzo, una marcha masiva está programada en Río de Janeiro contra la tiranía de Alexandre de Moraes y el mal gobierno de Lula. Será una prueba de fuego para medir la fuerza de Bolsonaro y sus seguidores, y una oportunidad que puede ser útil para administrar las expectativas de una intervención extranjera decisiva que podría no cumplirse.
Al final, el conflicto entre la tiranía brasileña y Trump refleja un dilema global: cómo proteger la soberanía nacional frente a la influencia internacional en un mundo interconectado, donde los intereses de los actores pueden que no coincidan completamente.
De Moraes desafía a Trump al atacar intereses estadounidenses, pero Trump, fiel a su estilo, probablemente responderá solo hasta donde beneficie a Estados Unidos. Para la derecha brasileña, la lucha contra esta opresión seguirá siendo suya, en las calles y en las urnas, con o sin un salvador extranjero.