El tercer gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva se ha caracterizado por la instauración acelerada de su revolución. El pasado 28 de junio de 2024 dijo que “si queremos hacer una revolución en este país, no tenemos que leer ningún libro de [Karl] Marx, ser leninistas, ser Mao Tse Tung [maoísta], ser Fidel [Castro]. Leamos la Constitución brasileña y regulemos todos los derechos del pueblo que están allí…“. El enfoque de esta gestión ha sido en la economía y en cambios en las instituciones, encaminando al país hacia el desmontaje del federalismo y el fortalecimiento del gobierno central.
Brasil es el quinto país con el territorio más grande del mundo, detrás de Rusia, Canadá, Estados Unidos y China. Una vez fue el Imperio de Brasil (1822-1889). Su primer emperador fue Don Pedro I (1822-1831) y luego le sucedió Don Pedro II (1831-1889). Ambos sentaron las bases existenciales de lo que hoy conocemos como Brasil. El Imperio paso a ser República en 1889 a través de un golpe de Estado a la monarquía y desde entonces Brasil pasó por varios períodos de inestabilidad política hasta la segunda mitad del siglo XX. Hoy el país está regido por la constitución de 1988, lo que abrió el período democrático que conocemos como la República Federal de Brasil. De esos 36 años de democracia, el Partido de los Trabajadores (PT) ha gobernado 15 años, es decir, 41% de este período.
Sin embargo, Lula no ha conseguido instaurar su revolución como si lo hizo Fidel Castro en Cuba, Hugo Chávez en Venezuela o Daniel Ortega en Nicaragua. En Venezuela, para acabar con 40 años de democracia (1960-2000) el chavismo planteó una tesis para hacerlo, la cual llamó de Centralismo Democrático.
El artículo 4 del Libro Rojo del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), que aborda la cuestión de los principios organizativos, establece:
“Centralismo democrático, entendido éste como la subordinación del conjunto de la organización a la dirección; la subordinación de todos los militantes a sus organismos; la subordinación de los organismos inferiores a los superiores; la subordinación de la minoría a la mayoría; el control del cumplimiento de las decisiones del partido de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba; el carácter electivo de todos los órganos de dirección y el principio de dirección colectiva (responsabilidades individuales y colectivas), fundamentados todos en la disciplina consciente en base a la línea política, al programa y los estatutos que rigen la vida del partido.”
- Lea también: Tarek William Saab usa pugna entre Maduro y Lula para aferrarse al cargo
- Lea también: Giorgia Meloni recibe a Edmundo González y respalda “transición democrática” en Venezuela
A partir de aquí, el chavismo emprendió un proceso que, desde el PSUV hacia el Estado, ha instaurado un sistema de partido único totalitario en Venezuela. Sin entrar en los detalles metodológicos institucionales y legales, el desmontaje de una democracia y la construcción de una tiranía sobre sus ruinas, se basa en la cohesión político-ideológica de la organización para la toma de decisiones estratégicas y trascendentales del centro a la periferia, la creación de un nuevo “sistema político” basado en los ideales revolucionarios, el desarrollo de un modelo de financiamiento y planificación centralizado, la creación de privilegios para la clase dominante teniendo como fuente el dinero público y el crimen organizado, y subordinar las empresas del Estado al servicio del partido único.
¿Es este el modelo en el que se inspira Lula? Sus acciones así lo demuestran.
El gobierno de Lula ha hecho un esfuerzo poderoso para concentrar la recaudación de impuestos mediante la polémica reforma tributaria. Asimismo, ha conseguido tejer una red de control e influencia desde el Poder Judicial, que ha servido para revertir los juicios de corrupción y descondenar a los involucrados que pagaban condena. Al mismo tiempo, esto ha servido para perseguir periodistas, políticos, empresas, organizaciones y personas inocentes por crimen de opinión o simplemente por ser fuertes opositores.
El esfuerzo inmenso por censurar las redes sociales, desarmar a la población y ahora desarmar a los gobiernos regionales en la lucha contra el crimen -en un país con más de 40 mil homicidios al año-, son demostraciones del proceso revolucionario hacia la concentración del poder en Brasilia en detrimento de la Federación.
A diferencia de Venezuela, donde el chavismo llegó al poder a través del voto y se quedó para más nunca irse, el PT no usa la misma metodología para instaurar la misma tesis del centralismo democrático. En Brasil, el PT depende de las alianzas para gobernar, pero esas alianzas se basan en la concesión de privilegios para todos los que participen. Este incentivo ha hecho que se promueva el totalitarismo dentro de las instituciones, o, en otras palabras, esto ha ayudado a que las instituciones del Estado sean instrumentalizadas para instaurar un modelo totalitario a través de sus prácticas.
El centralismo democrático chavista que Lula instaura en Brasil, tiene como resultado el desmontaje de la Federación, la centralización del poder político y los tributos para dominar a los gobiernos regionales y municipales, así como cambiar el sistema de pesos y contrapesos entre los poderes del Estado. Los herederos del golpe de Estado de 1889 han substituido a la monarquía creando su propia corte y sistema a la medida. Lula es tan solo el Joe Biden brasileño.
En contra posición, la oposición defiende a la Federación basado en un modelo de descentralización y el principio de subsidiariedad, donde se desconcentra el poder de Brasilia hacia las regiones y los municipios. Si evaluamos los resultados de las últimas elecciones locales en 2024, 2 años aún parecen poco tiempo para que Lula instaure con éxito esta tesis centralista en Brasil. Sin embargo, luego de Lula, la derecha parece enfrentar a la centroizquierda, que tiene suficientes incentivos para luchar por los privilegios que le deja la revolución petista.