La izquierda ha retornado al poder en países donde había perdido en Hispanoamérica. Han vuelto con votos en sociedades con unas mayorías adversas a una visión comunista o socialista de la existencia. Esto es algo que puede despertar inquietudes que hacen pensar en el fenómeno político venezolano: cómo permanece en el poder el régimen chavista teniendo a la mayoría de la población en contra.
La mayoría de los actores políticos en el extranjero que abordan el tema, concluyen siempre que esto ocurre por la falta de unidad de los partidos de la oposición. Pero la cuestión realmente no es esa sino la imposibilidad durante mucho tiempo de articular una alternativa al chavismo, gracias al poder hegemónico de la élite opositora.
Y en esa hegemonía, la tiranía hoy vive una tranquilidad que le permite consolidarse en el territorio, depurar sus estructuras de poder a lo interno y despreocuparse geopolíticamente por amenazas que los desestabilicen gravemente.
Para los venezolanos esta situación puede ser más bien una oportunidad en vez de un infortunio. Una oportunidad para dar un paso atrás y reflexionar sobre lo que han sido las causas del fracaso sostenido y lo que se tiene que hacer para lograr el éxito, subsanando incluso muchas de las cicatrices que han dejado tantos años de conflicto en nuestra comunidad política.
Nuestra sociedad es grande en volumen, diversa en composición, pero con vínculos que la hacen más unida que otras sociedades de la América del Sur. En esta empresa, todos los que queremos salir del chavismo tenemos un rol que jugar: desde los que más critican y están comprometidos, hasta los que solo se conforman con apoyar desde lejos. Si esto es aceptado así, existe una mayor probabilidad de que un nuevo proyecto político sea abrazado por grupos cada vez más amplios y distintos de la sociedad a través de dos elementos:
- El agotamiento de todos los recursos materiales y espirituales, con fuentes diversas que protejan este esfuerzo de la dependencia de un solo canal.
- Y la creación de la mayor cantidad de interacciones que provoquen vínculos significativos gracias al esclarecimiento del planteamiento político.
Es necesario recobrar la interlocución entre los que desean participar de un nuevo orden político, pues sin ello, no sería posible materializarlo y estaremos eternamente bajo la merced de lo mismo que hoy existe. Hay que romper las burbujas que separan. Hay que hablar con quienes no se acostumbraba, alcanzar públicos que antes no se tenían en cuenta, comenzando por coincidir en que lo que está en juego es la existencia de nuestras familias, de la Nación en sí. El tiempo productivo se traduce en coordinar la existencia de esfuerzos con base en la función que cada quien desenvuelve. Lo contrario es el insulto innecesario, las eternas peleas que buscan traidores e impuros, o el reciclaje de mensajes que solo tienen efecto dentro de las burbujas.
En este sentido, sabiendo que no todos se mueven por las mismas motivaciones y que tampoco vamos a tener muchas veces el mismo nivel de entendimiento del problema que estamos enfrentando, debemos estimular el ejercicio de un liderazgo que proteja, condicione y capacite a los que demoren en avanzar para que no se queden rezagados.
Quizás una de las causas que ha dejado más heridas en nuestra comunidad política, ha sido la confusión que existe sobre los roles que cumplen los distintos agentes de la sociedad. Una confusión muy bien estimulada por las élites políticas vigentes. Gracias a esto, hay quienes esperan que un periodista tenga la misma postura que un intelectual, o que una ONG actúe con la misma agencia que actúa un partido político. Hay quienes esperan que la iglesia actúe con la misma fuerza que pueden actuar los militares, o se espera que los activistas se desenvuelvan en la práctica como si fueran políticos.
Estas confusiones han contribuido a que reiteradamente se fracase en el orden de las ideas, en la construcción de estrategias, y en la puesta en escena de lo que se ha podido construir hasta ahora.
La izquierda en general ha sido capaz de organizarse para la acción política, en muchos casos estableciendo jerarquías que crean cohesión y capacidades. Ellos han demostrado tener una percepción del poder diferente en la práctica política.
Ningún proyecto político surge espontáneamente, sino del esfuerzo intelectual de un grupo de personas que lo promueve. Y si bien en Venezuela la escasez de espacios institucionales o legales para conseguir soluciones reales a los problemas nacionales es una característica que nos diferencia entre los fenómenos políticos de la región, no se puede ser ajenos a la realidad del poder. En la política el poder se crea, se engendra por medio de relaciones humanas para lograr objetivos; el poder no se decreta. Hay que restarle importancia a esa creencia infructuosa promovida por la clase política, de que el poder es una eterna fuente de significantes vacíos para mantener a los ciudadanos adormecidos y que no puedan crear poder.
Si subsanamos muchos de los aspectos que aquí abordamos, es posible que la gente decente pueda recomponer la comunidad política venezolana con nuevos lazos de confianza y plantear una alternativa al chavismo.