El socialismo blando de AMLO no da tregua y tiene bien claros sus objetivos: tomar el control de toda institución que hasta el momento se considere “autónoma”, y modificarla, tripularla, controlarla, siguiendo siempre el guion de sus amigos rojos que tanto quiere, como Miguel Díaz-Canel o Nicolás Maduro, par de sátrapas que ha invitado a México a reuniones de la CELAC. El fondo es, claro, eternizarse él mismo o a su partido-movimiento, en el poder.
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Porfirio Muñoz Ledo, un viejo político de izquierdas, que participó en Morena, el partido de AMLO afiliado al Foro de Sao Paulo, de plano pidió que el presidente renunciara tras la manifestación:
“Que renuncie López Obrador. La ciudadanía mexicana ha decidido defender al @INEMexico y retomar la transición democrática. El presidente reaccionó con incoherencias e injurias desorbitadas reveladoras de perturbaciones psicológicas graves”, posteó.
Por otra parte, si AMLO se define como “liberal” y ataca todos los días a los conservadores, y es también un progresista, igual que Morena, ¿qué es la oposición en México? ¿Se puede combatir al progresismo con más progresismo?
La oposición en México está francamente desorientada, subida en el tren que le dicta el globalismo y su agenda perniciosa. Una auténtica oposición debe retomar los valores tradicionales de Occidente, y defender la fe, la vida, la familia, la propiedad privada, la patria, las libertades y los derechos universales.
El centrismo no ayuda a nadie, y siempre desemboca en gobiernos de izquierda dura. Véanse los casos de Macri, de Piñera, de Duque. En todos los casos su afán de quedar bien con todo mundo, diluyó un perfil serio y fuerte, de derecha, y llegaron los coyotes socialistas enseguida: Alberto Fernández, Gabriel Boric y Gustavo Petro.