¿Cuándo en esa caverna de moda cuyas metas son justamente hacer más y más dólares, y deconstruir la estética “burguesa cristiana” les ha importado tener mala fama? Si eso es lo que buscan. De eso viven. Respiran por esa piel rugosa de reptiles, atacando como marxistas con ideales posmodernos que vendía el ingenuo y sistemático Kant: la razón, la ética y la belleza.
Los “expertos” en imagen no le entienden a esto. Aquí sus rancios esquemas “modernos” se muestran caducos. Hay otros horizontes de sentido desde los cuales enfocar: la relación entre mercado e inconsciente; más exactamente, entre la economía y “la sombra” (Jung).
- Lea también: Supremacismos progresistas: la dictadura de las “víctimas”
- Lea también: Twitter arrecia batalla contra casos de pornografía infantil
La moda del supremacismo progresista posmoderno de Balenciaga escupe en la belleza de aliento “greco-romano”, en “la verdad” religiosa, y en la estética de la “salud”, imponiendo de la mano de Friedrich Nietzsche ciertas lanzadas que se están ahora convirtiendo en nuevos estándares, es decir, en el nuevo mainstream.
No hay “verdad”, eso es el pasado, eso es “cristiano”. Y luego de la Revolución Francesa, sólo quedó la “razón”, bajo una óptica “liberal”. El antropocentrismo, el hombre como centro del universo. Dios ya no.
Hoy eso ha sido enterrado porque la modernidad fracasó. Ahora con la posmodernidad hay “verdades”, micro-verdades, cada una de las cuales es generada al interior de un sistema de símbolos en un campo epistemológico y eso es todo. La “verdad” está jubilada en la posmodernidad, y no se diga el “cristianismo”.
Pero tampoco hay “ética”: ¿Cuál ética podría haber, cuando toda ética sería una imposición universal de valores en un mundo fragmentado, pluricultural, diverso?
Entonces queda lo que Nietzsche delineó, en resumen, en “Más allá del bien y del mal”: la estética. ¿Qué hay cuando no te riges por el bien ni por el mal, cuando estás más allá del bien y del mal? Está la estética.
Pero, ¿cuál en este caso? Porque no hay una, sino hay miles.
Balenciaga privilegia una estética, la del “fin del mundo”, la de los “post humanos”, la del transhumanismo, la del apocalipsis, la de la decadencia de la modernidad, la de la putrefacción de los valores tradicionales de Occidente.
No importa, por tanto, si algo está “bien” o si está “mal”, porque la escala de valores se ha diluido en las calderas del pragmatismo del siglo. Lo que importa es si te gusta y eso es todo, es el hedonismo criminal de las izquierdas posmodernas, de los “progresistas”.
El hedonismo sibarita, el aconsejado por el terapeuta irresponsable como único valor legítimo, y por todas las teorías de la “liberación”, que te demuelen la casa y te dejan a la intemperie, desolado.
Tampoco queda “esa belleza”, la universal, la clásica, la de rasgos griegos y romanos, equilibrados, y la de medidas para mujer de 90-60-90, o la de Marylin Monroe, rubia y seductora, sexosa y superficial, ni la de verse bronceada en los 90 con look de playa, tipo Carmen Electra en Baywatch.
Ni siquiera queda la de las chicas “anoréxicas” de los 90s y fechas posteriores, que eran el rebote del péndulo, las antípodas de la “salud playera” previa, o incluso la estética de las rellenitas, en la línea de las mujeres que acompañan el video de Drake, “Hotline bling”.
La “belleza” de Balenciaga es el look de película tétrica, dejando atrás toda voluntad de presentarse como “agradable a los demás”, de “gustar”, porque con que me guste a mí sobra y basta. Y es la de un de caminar determinado, enojado, no sensual, no estudiado, descompuesto, en el mismo talante de quien lleva la basura al contenedor del gueto al tiempo que se le hace tarde para tomar el bus para la fábrica.
Balenciaga, una empresa asquerosamente exitosa. Con el marketing más agresivo, psicótico e ingenioso de todas las casas de moda, y con unos resultados comerciales innegables. ¿Les afectó el escándalo relacionado con niños y juguetes adaptados como objetos sadomasoquistas? Contra todos los pronósticos, no parece ser así. Revisen cómo cotiza Kering (Balenciaga).
Si usted piensa que todo este escándalo de la insinuación al sadomasoquismo, les importa mucho, cuando por morbo, por curiosidad, hoy todos están googleando sus productos, su historia, y por tanto su “exposure” y recordación de marca van en ascenso, ud. está calculando mal y no conoce las profundidades de la mente humana, ni cómo funcionan los intestinos del mercado.
Una empresa como Balenciaga, que es capaz de vender desperdicios -textualmente- en miles de dólares, tiene un único objetivo, que es ganar dinero.
Usan para ello una técnica dadaísta, tomado del gran Marcel Duchamp, recordado sobre todo por emplear una bicicleta, y montarla desarmada en un museo, es decir, resignificarla: no sirve para recorrer las calles, ahora es “arte” al estar en un museo. Hizo lo mismo con un mingitorio: sacarlo del servicio de hombres para exhibirlo en una galería, transformándolo de ser algo asqueroso y sin valor comercial, a algo deseado, excitante y por el que se paga mucho dinero. Balenciaga dadaísta.
Balenciaga hace lo mismo, toma cosas que usamos en la cotidianidad, sin valor monetario, y las convierte en “arte”, en “moda de vanguardia” al resignificarlas, estamparles su marca, y venderlas como productos fetiches que brindan al que los porta un estatus de “top” en la deconstrucción de los valores occidentales.
Lo interesante es saber entender cómo es que mucha gente compra por ejemplo una bolsa negra para la basura en unos 2.600 dólares, o bien unos tenis estropeados, como gastados y mugrosos, en unos 1.850 dólares, muy por arriba de lo que valen unos tenis nuevos de buena calidad.
La propuesta estética de Balenciaga es muy agresiva y se aleja de todo lo impoluto, de lo bello en sentido cursi, de los estándares tradicionales según los cuales algo para ser atractivo debe estar limpio, nuevo, presentable, “decente”. Sus productos son “post-estéticos”, en una estética oscura, digna de The Walking Dead. Incluso son “apocalípticos”.
Y esto se ve muy reforzado por sus modelos, algunos de ellos sacados de clínicas psiquiátricas, y que deconstruyen de manera cuidadosamente calculada el concepto de “belleza” en cuanto a tener un rostro de proporciones equilibradas, armónico, cambiándolo por otro demasiado duro, anguloso, con los dientes demasiado acentuados, andrógino a decir basta, o con mirada amenazante.
El catálogo de zapatos de Balenciaga incluye unas chanclas tipo los de la marca “Crocs”, pero con unos tacones puntiaguados añadidos, o unos muy anchos de la punta, tanto que parecen los que usan los payasos, en 1850 dólares.
Los creativos y diseñadores de Balenciaga tienen una “ventaja” por encima de cualquiera de sus rivales de otras casas de moda: no tienen que sujetarse a ética alguna, a valores, a nada.
Les gusta el dinero y para enriquecer a su marca no tienen problemas en poner niños rodeados por copas con champaña o vino, y por parafernalia sadomasoquista, que de fondo sí insinúa la pedofilia. Una estética tenebrosa, loca por el cash, deconstructora, cínica y que se regocija en su propia mugre.
Justo como la “ética” o más bien ausencia de la misma, expresada en la canción “I like it”, de Cardi B, de la mano con el gran tonto del momento, el empleado del mes del supremacismo progresista, Bad Bunny, y con el insípido payaso de J Balvin. Veamos un fragmento:
“Now I like dollars, I like diamonds, I like stunting, I like shining
I like million dollar deals, where’s my pen, bitch I’m signin’
I like those Balenciagas (Those), the ones that look like socks
I like going to the jeweler, I put rocks all in my watch”
No siente la ex bailarina desnudista, empacho alguno en reconocer lo que le gusta: los dólares, los diamantes, los contratos millonarios, ir al joyero a ponerle piedras preciosas a su relojito. Y por supuesto, no podía faltar la mención al patrocinador, le gustan los Balenciaga, esos que se ven como calcetines, en alusión a unas zapatillas deportivas con manga de tela. También en esa canción dice Cardi B que ella es “gánster certificada”.
En toda esta “post-estética” resalta el pragmatismo absoluto, el irse de hocico por el dinero y el lujo como máximo valor, por encima de todo, sin hablar de amor, de solidaridad, y ya no se diga de Dios, o de algo trascendente. No: aquí lo único que importa es la escala de antivalores de los gangsters, los dólares son su dios, su becerro de oro.
Y para subrayar que no tienen “freno ético” alguno en Balenciaga, no ha faltado quien introdujo el apellido en el traductor de Google (enunciado así: ba len ci aga) para ser traducida del latín, resultando en “Do what you want”, el famoso “Haz lo que quieras”, el adagio satánico de Aleister Crowley, el ocultista y espía, padre de la generación hippie y presente en la portada de Sargent Pepper de los confundidos Beatles.
Asimismo, para “espantar a los burgueses” otro poco, alguien difundió que en una de las fotos con uno de los niños, Balenciaga aparece en una cinta escrito así: “Baal enciaga”, que traducido del latín, una vez más, significaría: “La maldición de Baal”.
¿Quién es Baal? El rey del infierno en la mitología mesopotámica. Pero se encuentra asociado a Moloch, dios pagano de la Antigüedad caracterizado por gustar del sacrificio de niños, que eran inmolados en su fuego, a cambio de recompensas…
Si le bajan a toda la publicidad conspiranoica, y se introduce Balenciaga en el traductor, pero escrito así: “Bal enci aga”, lo que arroja es algo muy distante: jugar la pelota.
Finalmente, el apellido vasco Balenciaga, en euskera significa “Valencia”, así de simple. O bien, es traducido del vasco, como “Lugar de cuestas”.
El empeño de la marca por usar un “marketing terrorista” seguro tuvo bien calculado el impacto fulminante de su más reciente experimento “artístico”, donde no reparan en usar niños, hijos de sus empleados, como lo tuvieron antes al usar referencias a juicios relacionados con pedofilia, y al enfermazo pintor belga de niños mutilados, Michael Borremans.
Gabriele Galimberti es el fotógrafo responsable de todas las imágenes de la última campaña de Balenciaga. Pero se deslindó del contenido de las mismas. Se lavó las manos. Así de plano.
También mucho se ha evocado a Lotta Volkova, quien sería la verdadera “mente creativa” de esta campaña con niños para Balenciaga y también colabora con Adidas. En sus redes sociales hay muy claras referencias satánicas, en un lance más de su “marketing terrorista”, deconstructor y anticristiano, por llamar la atención, posicionarse y cobrar más al ser más popular.
El dubitante y confundido rapero ahora supuestamente cristiano Kanye West, que pasó de ser un progre a un supuesto denunciante de complots de élites globalistas, abrió una pasarela reciente de Balenciaga, pero luego se peleó con la empresa.
La madre de sus 4 hijos, Kim Kardashian, publicó su estatus de “stand by” respecto a su relación con Balenciaga, con la que también colabora. Pero no fue nada determinante, no cortó por lo sano.
El tema, al final del día, es que nadie podrá denunciar a Balenciaga por “pedofilia”, porque por mucho escándalo que hayan causado sus campañas con niños, la inclusión de un oso con unas tiras de cuero negro, o unas copas vacías, no podrá ser considerado como una prueba fehaciente de delito, en un marco de “libertad de expresión”. Los demonios no son tontos.
Por ello se debe organizar un boicot cristiano contra muchos personajes inescrupulosos entregados al becerro de oro, capaces de pisotear todos nuestros valores con tal de tener sus 15 minutos de fama, cash y poder. La contrarrevolución cultural cristiana, a nivel occidental, debe tomar cartas en estos asuntos.