Arturo Zaldívar, el ministro presidente de la Suprema Corte de Justica de la Nación (SCJN), de México, es un tipo polémico: es totalmente un activista de la marea verde abortista, un fiel seguidor de la ideología de género, cercano al supremacismo feminista, al LGBT y al indigenista.
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En suma es un progresista, que a través de su responsabilidad pública ha buscado imponer criterios propios de tales ideologías de izquierda, más exactamente del marxismo posmoderno, pese a que no tienen una base científica y pese a que, por supuesto, no representan la idiosincrasia, el sentir de la mayoría de los mexicanos, que son -en 88 %- cristianos, es decir, pro vida y pro familia.
Para este ministro el aborto no es un crimen, ni una clara violación al derecho humano a la vida, el más fundamental de todos, sino que es un “derecho de salud reproductiva”, o un “derecho de la mujer”.
Este señor ignora que la mujer puede decidir sobre su propio cuerpo lo que quiera hacer con él (“mi cuerpa mi decisiona”, dicen las radicales feministas), pero jamás puede ejercer sus derechos sobre terceras personas, sobre otros cuerpos, como es el caso de un bebé en gestación dentro de su vientre.
El ministro Zaldívar es cómplice de esa corriente ideológica que ha convertido al vientre de las embarazadas en el lugar más peligroso de la Tierra para sus propios hijos, en lugar del santuario que debe ser, y esto con independencia de si se trata de una mujer creyente o no.
Este señor también es un ferviente promotor de las “masculinidades deconstruidas”, que no es en realidad una postura crítica ante el “machismo”, sino que llega a ser la feminización, por no decir la castración, del varón, y el impulso a la dominancia de la mujer sobre el hombre.
Bajo la batuta de Zaldívar, la SCJN, es todo menos neutral en la justicia, al pasar a ser una institución facciosa, a las órdenes del progre-globalismo y con ideas que parecen tomadas textualmente de Simone de Beauvoir, de Judith Butler, y de Shulamith Firestone.
En sus redes sociales hace unos meses no tuvieron empacho en publicar un video ensalzando puños y trapos verdes aborteros, y vertiendo frases como: “Nos necesitamos todas, todes y todos”, poniendo la máxima instancia de justicia mexicana bajo el sopor del “lenguaje inclusivo”, otro subproducto marxista actual.
Y vaya que Zaldívar sin duda es un militante del marxismo posmoderno, porque ahora ha publicado el martes 25 de octubre, en el medio mexicano Milenio, una columna de opinión que es una colección de enfoques con los que retuerce los derechos humanos para arrodillarlos ante el progresismo, por desgracia tan de moda hoy en día.
Pero vamos por pasos. Voy a ir citando aquí algunos fragmentos con aliento notoriamente marxistas -sobre todo en cuanto a que apelan al resentimiento social como criterio de justicia, por encima del liberalismo clásico, que pone a todos como iguales ante la ley-, para comentarlos uno a uno.
El artículo de Zaldívar se intitula “La discriminación inversa no existe”, y en eso podríamos estar de acuerdo, pero por una razón distinta a la que él supondría: no existe porque toda discriminación es simplemente discriminación, venga de quien venga, por lo que inventar que hay discriminación “al derecho” y otra “al revés” (o inversa), de entrada es un serio error académico en el que sale a relucir la extrema ideologización progre de este ministro.
Es decir, para él, sólo pueden ser discriminadas las mujeres, los discapacitados, los homosexuales y los indígenas, pero no los hombres, las personas sin discapacidades, los heterosexuales y los no indígenas (en especial los blancos).
Enseguida Zaldívar argumenta esto, ofreciendo contexto:
“Algunas personas señalan que existe ‘discriminación inversa’ cuando adoptamos medidas para emparejar la cancha en favor de las mujeres, las personas con discapacidad, las personas de la diversidad sexual o las personas indígenas. Afirman que los espacios deben ocuparlos quienes cuenten con las ‘aptitudes necesarias’, con independencia de su identidad. Reclaman que los grupos vulnerables no son los únicos que enfrentan desventajas en la sociedad; que los hombres blancos, por ejemplo, también padecen discriminación, sobre todo a costa de los avances en materia de igualdad sustantiva de los últimos años”.
A esto habría que responder: ¿Por qué sólo “emparejar la cancha” a favor de unos grupos sociales y no mejor coadyuvar en construir condiciones para que nadie sea discriminado?
Cuando Zaldívar ha buscado sólo apoyar a las mujeres, discapacitados, gente LGTB o indígenas, efectivamente ha incurrido en una aplicación facciosa del estado de derecho y criterio jurídico, al considerar sólo una cierta selección de mexicanos como susceptibles de ser ayudados.
Esto, la base sobre la que desarrolla todo su artículo, es absurdo de entrada, ya que es un prejuicio marxista hacer generalizaciones “estructurales”, y dar por hecho que toda mujer, todo discapacitado, todo homosexual, y todo indígena, está siendo discriminado sistemáticamente sólo por serlo.
Sobra decir que no toda mujer es discriminada, ni todo indígena, ni todo homosexual. La discriminación siempre recae sobre un individuo concreto, y Zaldívar debería saber que en derecho las leyes no se aplican a “las masas”, como él lo hace con su enfoque socialista, sino, siempre, a los individuos.
Por supuesto, hay mujeres que sí son discriminadas, o personas indígenas, pero también hay, obviamente, varones discriminados, sean indígenas o no, y hombres blancos o negros (no indígenas) que son discriminados.
Zaldívar continúa escribiendo:
“Lo cierto es que la discriminación inversa no existe. Aunque existen estereotipos sobre las personas heterosexuales o con recursos económicos, en ningún caso se equiparan a la discriminación estructural que padecen los grupos históricamente excluidos en nuestro país. Afirmar lo contrario, es negar las dinámicas de poder y privilegio que imperan en nuestra sociedad, y que mantienen una ciudadanía de segunda clase para muchos en función de su género, condición social, origen étnico, discapacidad, preferencia sexual, entre otros”.
Aquí es donde sale a relucir la óptica marxista de Zaldívar. “Discriminación estructural”, alega. Como si la sola pertenencia, como dijimos líneas arriba, a un grupo social, representara discriminación en automático, pero además, como si la no pertenencia a los grupos que el “buen” ministro considera estigmatizados significara también en automático nunca poder ser sujeto de discriminación alguna.
Cuando Zaldívar usa conceptos como “poder” o “privilegio”, asociados al origen de la discriminación, está manifestando que su pensamiento se ha plegado a las teorías de Marx, Michel Foucault y a las del feminismo radical: está dando por cierto que la discriminación sólo puede venir de alguien poderoso, y no de cualquier persona, y que siempre ha de constituirse como algo “estructural”.
Por supuesto, esto es uno de los principales errores de Zaldívar. En realidad, cualquier persona puede ser discriminada por otra, y por cualquier razón. Por sólo poner un ejemplo urbano, en la Ciudad de México abundan los restaurantes en donde por ley ha sido colocado un letrero que dice:
“En este establecimiento no se discrimina por motivos de raza, religión, orientación sexual, condición física o económica, ni por ningún otro motivo”.
Se trata de la ley de establecimientos mercantiles del Distrito Federal, publicada en enero de 2009, en su capítulo III, artículo 14, fracción X, inciso b.
El “Boletín 006” del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (COPRED), del 23 de marzo de 2017, refiere de forma actualizada que: “Todos los establecimientos mercantiles de la CDMX deberán contar con la Placa por la No discriminación del COPRED”.
La tal placa tiene un texto distinto de la anterior arriba citada y debe decir:
“En este establecimiento, no discriminamos. En la CDMX se prohíbe negar, excluir o distinguir el acceso o prestación del servicio a cualquier persona o colectivo social por su origen nacional, lengua, sexo, género, edad, discapacidad, condición social, identidad indígena, identidad de género, apariencia física, condiciones de salud, religión, formas de pensar, orientación o preferencia sexual, por tener tatuajes o cualquier otra razón que tenga como propósito impedir el goce y ejercicio de los derechos humanos”.
La simple existencia de estos letreros da cuenta de que, en efecto, los actos de discriminación pueden provenir por parte de quien sea, y afectar no sólo de forma “estructural”, es decir, no sólo a los cuatro grupos señalados por Zaldívar, sino a cualquier persona, por ejemplo por ser extranjero y no hablar bien español (siendo blanco, negro, hindú o chino), por ser budista, mormón, masón o ateo; tanto como por ser pobre, o por ser rico, o por su edad.
Dicho de otra manera, las leyes vigentes reflejan que los actos discriminatorios no son “estructurales”, no siempre vienen del “poder”, ni del “privilegio”.
Asumir que la discriminación es estructural es descartar todo un mar de otras posibilidades para ponerse sólo del lado del “sujeto revolucionario” marxista, que en su sentido clásico fue el proletario (sujeto de todo abuso por parte del “burgués), y en el presente es uno de los cuatro grupos que defiende por default el ministro Zaldívar.
Pero el titular de la SCJN aún va más lejos:
“Por su naturaleza, la discriminación se origina desde el privilegio: proviene de los poderosos hacia los vulnerables, de las élites hacia los grupos históricamente oprimidos”, escribe.
Esto es claramente algo falso. No se necesita ser poderoso para despreciar a alguien más, para dejarlo fuera, para rechazarlo, para discriminarlo. Un “antro” o restaurant de moda bien puede negar la entrada o el servicio y con ello discriminar a quien no les guste. En la otra mano, una humilde fonda puede rechazar la entrada de alguien acaso por su forma de vestir, su escote pronunciado, o sus tatuajes, o piercings.
Zaldívar, sin pudor alguno escribe:
“En nuestro país, como en todas partes del mundo, la discriminación es una realidad medible y severa que afecta exclusivamente a las personas más vulnerables de la sociedad”.
Ojo con la palabra “exclusivamente”. El ministro no entiende que cualquier ser humano puede ser discriminado, por múltiples razones, y no sólo quienes él juzga como “vulnerables”.
Dicho sea de paso, la “vulnerabilidad” tampoco se puede entender de forma “estructural”, reitero, y no toda mujer o indígena está siendo discriminado o tiene más posibilidades de ser discriminado que un varón, y alguien de otra raza que no sea la indígena.
La ideología progresista tiene tripulada la mente del ministro presidente, quien está expresando criterios jurídicos con base en prejuicios y resentimientos sociales sin apego a la realidad y al espíritu auténtico de los derechos humanos.
Zaldívar cierra su artículo con estas frases:
“La protección de grupos vulnerables y su inclusión en todos los espacios de la vida pública no es discriminación. Es un imperativo moral y una obligación de todas las autoridades”.
Da por hecho que existe algo así como “grupos” vulnerables, con lo que cae nuevamente en contradicciones, ignorando por ejemplo que existen mujeres adineradas, con cargos públicos, o indígenas ricos, con poder político, y sobre todo, ignora el hecho de que no porque unos cuantos miembros de tales “grupos vulnerables” lleguen a ser diputados por cuota, esto fuera a resolver o atenuar siquiera la presunta “vulnerabilidad” histórica de los mismos.
Es increíble que Zaldívar de verdad piense que como en la Cámara de diputados hay “cuotas” a “grupos vulnerables”, o aún si esto se diera en todas las instituciones del gobierno, en sus tres poderes, y tres niveles, la discriminación “estructural” pudiera desaparecer para siempre.
Y también se despide con este otro señalamiento:
“Seguiremos insistiendo en la creación de acciones afirmativas y otras medidas que permitan igualar la cancha. Seguiremos insistiendo en la defensa de los olvidados. Seguiremos insistiendo, hasta que la igualdad y la dignidad se hagan costumbre”.
Pero el ministro Zaldívar, que aquí le hace al Luis Buñuel recordando a “Los Olvidados”, también suscribe el segundo reclamo del lema de la revolución francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”), pensando que la igualdad se puede fabricar con leyes, en lugar de saber por experiencia histórica que los hombres sólo podemos -y debemos- ser iguales ante la ley.
En resumen, hemos perdido hace tiempo a la SCJN, ya que su titular es un activista del progresismo y toda su delirante narrativa, lo cual está claramente resultando en que esa instancia cierre los ojos y se cruce de brazos ante la discriminación real, y sólo dé por válida la que afecta a los sectores que tal institución considere “vulnerables”.
Zaldívar de facto es un marxista que parece odiar al hombre blanco, al heterosexual, al rico, al sin discapacidades, y cuya ideología roja le impide aplicar la defensa de los derechos humanos como debe ser, sin excepción alguna.