Hay varios tipos de veganos. Unos dejan de consumir cualquier producto de origen animal, incluyendo carne de res, de cerdo, pollo, huevos, leche, queso y hasta miel de abeja, porque dicen amar a los animales y comerlos o usarlos en chamarras, zapatos o cinturones es una forma de contribuir a la explotación animal que rechazan.
Otros veganos renuncian a alimentos de origen animal sólo por cuidar su salud, alejándose de los excesos de grasa, de colesterol, como de hormonas, toxinas y de antibióticos. Pero éstos son una minoría respecto a los primeros.
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En resumen, la clave ideológica del veganismo es el amor a los animales. Lo mismo aplica para los animalistas, cuyo objetivo es “defender” a los animales, a los que llaman “personas no humanas”.
Los animalistas muchas veces son también veganos. Incluso han organizado comandos de “liberación animal”, de personas a menudo vestidas de negro, con capuchas, que acuden a rastros a “liberar”, es decir, soltar de sus corrales, abrir las jaulas, de marranos o de gallinas.
Influidos por Peter Singer, llegan a lugares donde pastan las vacas lecheras y también les permiten huir. Y todo esto ya va siendo un serio problema. Empezando porque tales animales “liberados” van a una muerte segura en un entorno que desconocen, que no es el suyo, y en donde cualquier depredador los va a exterminar, no excluyendo de esto a cualquier otro ser humano que se los encuentre y piense que su cena ha caído del cielo a sus manos.
Los activistas antitaurinos —no pocas veces— son también animalistas, se dicen protectores de los toros de lidia, y tal vez también de otros animales. Los vemos en manifestaciones contra la fiesta brava, peleando por leyes que prohíban esta manifestación de legado hispánico en las plazas de toros.
Hasta aquí la parte descriptiva del problema. Pasando al análisis, lo primero que hay que decir es que estas tres expresiones presuntamente “pro-animales” son vertientes del marxismo posmoderno, llevan un aliento de deconstrucción del cristianismo, e incluso del humanismo.
Deconstruyen al cristianismo porque, según la Biblia, Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya, lo que lo coloca por encima de todos los animales de la creación, a los cuales hay que cuidar, pero se deben dominar, es decir, el hombre debe “enseñorearse” de ellos:
“Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, y en las aves de los cielos, y en las bestias, y en toda la tierra, y en toda serpiente que se anda arrastrando sobre la tierra” (Génesis, 1:26).
Algunos veganos podrían querer argumentar que la Biblia indica sólo comer verduras, frutas y semillas:
“Y dijo Dios: he aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la Tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer”.
Pero la Biblia enseguida añade:
“Y a toda bestia de la Tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así”.
Además, tras estas disposiciones, Dios habría visto que lo que había hecho “era bueno en gran manera”. (Génesis 1, 29-31)
Pero los veganos, animalistas y antitaurinos, no son por lo general devotos del cristianismo, justamente bajo el argumento (entre otros muchos) de que Dios permite alimentarnos de animales. No dicen nada respecto a que también permite alimentarse de plantas, frutos y semillas.
Luego San Francisco de Asís en su hermoso “Cántico de las criaturas”, recita:
“Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas”.
Este santo es el ejemplo más conocido dentro del mundo católico del amor y respecto religioso hacia los animales, a los que se les categoriza como “hermanos”.
De San Francisco también se cuenta la anécdota del lobo de Gubbio, en la que logra domarlo, hablando con él, y negociando que la comunidad lo alimente a cambio de que no mate más.
San Antonio Abad asimismo es referente católico de amor a los animales en tanto criaturas de Dios. Y de respeto y amor a la naturaleza en general, también lo es el sacerdote católico alemán Sebastian Kneipp, el padre de la medicina naturista contemporánea y de la hidroterapia en particular, que lo salvó de joven de morir de tuberculosis.
Escribo tales ejemplos para argumentar que veganos, animalistas y antitaurinos se alejan del cristianismo en realidad porque tienen fondo marxista, no porque en esta religión no haya cultura a favor de los animales o se promueva algo contra ellos.
Los ecoanimalistas deconstruyen al cristianismo porque su agenda es la del progresismo, y aún deconstruyen incluso al humanismo, porque este pone al ser humano al centro de la política y de la sociedad, mientras que estos izquierdistas sustituyen al hombre por los animales como centro de la vida.
El ser humano para los ecoanimalistas, veganos y antitaurinos, no es la principal de las criaturas de Dios, y de paso no hay ni Dios para ellos; el hombre es sólo un animal más, no uno especial, pero además es uno que a su paso ha contaminado mares, ríos, aire, tierras, y depredado fauna y flora, por lo que es igual a un virus que vale la pena exterminar.
El ser humano ya no debe seguir reproduciéndose, si queremos evitar la sexta extinción masiva de seres vivos, y para que las “personas no humanas” puedan recuperar sus hábitats originales, esos donde hoy hay casas, fábricas, malls y todo tipo de construcciones. Así piensan estos marxistas verdes.
La promoción del aborto es parte prioritaria de la agenda del marxismo posmoderno, ya que frena la natalidad y con ello favorece el “revival” animal. El aborto es una forma de ponerle un alto a la expansión del “animal” más nocivo de todos: el ser humano, ese virus que ha causado el calentamiento global.
También va de la mano de la agenda de estos grupos, el supremacismo LGBT —que no genera descendencia por causas naturales— y el supremacismo feminista, adverso a la maternidad, porque tener hijos es algo “estorboso” para “el proyecto de vida de una mujer”.
Ahí está la transversalidad del marxismo posmoderno: es perfectamente compatible ser vegano, ecologista, animalista, antitaurino, supremacista feminista y supremacista LGBT. Son las nuevas izquierdas, los nuevos sujetos revolucionarios del socialismo blando, que no alcanza el poder con las armas, sino con reformas.
Todos estos grupos sostienen la agenda del progresismo globalista, la del 2030 de la ONU, y son anticristianos.
Sin embargo, hay —no pocos— antitaurinos que celebran sus éxitos legales cenando carne de res, hamburguesas o tacos, y habitualmente beben leche y desayunan huevos; lo mismo los ecologistas.
Los veganos no quieren dañar ni con el pétalo de una rosa a un animal, y al igual que los animalistas, se desviven por los animales, y lloran al rescatar a un perro callejero, a un gato o a un marrano, pero no tienen compasión alguna para con un ser humano en gestación, al que promueven arrancar del vientre de su madre en un aborto.
Los antitaurinos se desgañitan luchando por “los derechos del toro”, al que compadecen porque le son encajadas banderillas y se les da muerte con espada, pero de un bebé que se está gestando en el útero de su madre no dicen nada cuando es destrozado en el nombre de los supuestos “derechos de la mujer”. Su amor por la vida no es parejo: los animales están por encima del ser humano. Es el supremacismo animalista.
Como habitualmente no tienen una religión porque han dejado atrás el cristianismo, su nuevo dios es la naturaleza y sus santos son los animales, por los que están dispuestos a matar o morir. Hay ya “mártires” que han ofrendado su vida en defensa de animales de granja que iban camino al rastro.
La deshumanización de tales corrientes de pensamiento verde es muy evidente, y su carácter anticristiano y antihumanista salta a la vista. Todas ellas coinciden en que un gran culpable de la situación presente es, además del cristianismo, el capitalismo, que permite hacer nacer animales de forma industrial sólo para ser “torturados” inmisericordemente para alimentar el consumismo humano.
Así, veganos, animalistas y antitaurinos son tres expresiones marxistas verdes de la hipocresía. Si fueran verdaderamente congruentes con sus ideologías delirantes no podrían alimentarse de ningún ser vivo, así fuera una planta, porque para hacerlo hay que darle muerte primero; pero mucho menos promoverían el aborto, o el socialismo, cuando son grandes consumistas como cualquier otra persona. Hincados ante gatos y perros, sus nuevos dioses, así acaban quienes se alejan del cristianismo.