No cabe duda que la contrarrevolución cultural se libra en todos los frentes: financiero, artístico, universitario, deportivo, político, legislativo, económico, y también en las calles. Pero no se puede ganar con armas. Las ideologías perniciosas no desaparecen con bombas ni con muertos.
La contrarrevolución cultural enfrenta cada 28 de septiembre al movimiento abortista global, con hordas de militantes del supremacismo abortero, que salen a las calles supuestamente sólo para buscar que ese crimen contra el derecho humano a la vida —el aborto—, sea “libre, legal y gratuito”.
- Lea también: Clínica flotante de abortos busca evadir leyes estatales en aguas federales
- Lea también: Indignado con la Corte Suprema, Soros admite su «inversión» en favor del aborto
Por supuesto, no es sólo el aborto su único fin, sino crear un movimiento globalista anticristiano, de choque, y modificar las leyes vigentes en todos los países de Occidente, para imponer una agenda progresista, de Nuevo Orden Mundial.
Se trata de guerrilla urbana, muchas supremacistas con entrenamiento paramilitar, con objetivos bien definidos, que saben qué lugares atacar y cuáles no, en sus rutas.
No vemos manifestaciones espontáneas, ni mucho menos: estos son ataques muy bien planificados, y financiados por manos con intereses oscuros que sólo usan a estas personas para alcanzar sus fines de dominio mundial.
La “marea verde” es la espuma del marxismo posmoderno, la efervescencia del anticristianismo globalista. Es inaudito que las calles por donde las autoridades saben que pasa esta manifestación estén desde días antes ya preparadas con vallas metálicas de hasta 3 metros de alto, protegiendo hoteles, restaurantes, bancos, edificios gubernamentales y en algunos casos, ciertos templos históricos.
Parece que por ahí va a pasar un huracán, pandillas peligrosas o narcos, no unas mujeres que salen a protestar por algo que desean cambiar.
Los comerciantes les tienen terror: terror a que a su paso les destruyan sus cristales, sus aparadores, que saqueen sus negocios, como lo han hecho, y que las pérdidas causadas afecten de forma permanente su sustento económico.
Pero es aún más increíble que el punto número uno, la prioridad absoluta de la agenda sea el aborto, cuando la izquierda comunista de los sesenta ponía por encima de todo a los pobres.
La izquierda ha “evolucionado” de defender a los más desprotegidos, a exterminar masivamente a los más vulnerables, que son los bebés en gestación en el vientre de sus madres.
Como sea, los destrozos materiales del #28S se resolverán de una manera u otra, en la mayoría de los casos, y los negocios volverán a abrir. Pero el efecto propagandístico, el efecto psicológico es de mayor y más largo impacto: el mensaje es que abortar es algo importantísimo, de vida o muerte, que es un “derecho” irrenunciable de la mujer, que son capaces de destruir todo a su paso y herir gente que defiende templos rezando el rosario en paz, con tal de lograr sus objetivos criminales.
Es una guerrilla urbana en una guerra irregular, donde está en juego la deconstrucción de la imagen de la mujer tradicional: están aplastando la idea de la mujer como una persona confiable, empática, dulce, solidaria y maternal, cambiándola por la de una asesina de sus propios hijos, y demoledora de quien se ponga en su camino, sin respetar absolutamente nada y con especial odio a la Iglesia católica, cuyos templos siempre terminan quemados, vandalizados y profanados.
¿A quién es útil esta nueva imagen marxista posmoderna de la mujer? A la agenda del progresismo, del Nuevo Orden Mundial (sin caer en ninguna conspiración), a los promotores de la Agenda 2030, que conciben juntos o separados un mundo de un solo gobierno, un Estado mundial, una misma religión, que no es el cristianismo, sino la del culto al planeta y sus animales; una misma moneda, una misma ideología (la de género, de Judtih Butler) y un mismo lenguaje (el “inclusivo”).
¿Por qué? Porque es una mujer cuya natalidad ha quedado totalmente inhabilitada; es alguien que detesta la maternidad y los hijos, y que, “liberada”, tiene relaciones sin ton ni son, pero no forma jamás una familia.
Más vulnerable entonces al no establecer lazos emocionales duraderos y formales, queda expuesta a la explotación laboral del big money y a influencias muy potentes para rendir culto al Estado y acogerse a su protección no desinteresada.
En esta etapa del progresismo, el Estado suple a la familia, y gobierna aún al individuo en sus más privadas decisiones. Los hijos que aún nazcan, pertenecen al Estado, no a las familias, que están en decadencia y no a las mamás, que si acaso los dejan nacer, los entregarán a instituciones estatales para que los “eduquen”, adoctrinen, en el socialismo y en la ideología de género.
Es el viejo control de la natalidad, de la explosión demográfica, pero aunado a la disolución de la familia natural y a la religión que le da la bendición.
¿Quién en su sano juicio podría interesarse en contraer matrimonio con una de las supremacistas feministas que marchan cada #28S —vestidas de negro, encapuchadas y con una mochila a la espalda donde llevan martillos, gas lacrimógeno, trapo verde, caretas de soldar— que destrozan todo a su paso y han golpeado incluso a ancianos y mujeres policías por no estar de acuerdo con el aborto que promueven?
Como sea, el aborto se ha hecho para ellas algo más importante que la vida misma. No hay marchas así de violentas, ni pequeñas ni nutridas a favor de los niños, por la maternidad, por la familia, por el amor, por el respeto y la paz, por la religión, por la unidad.
El #28S es guerrilla urbana, caos programado, guerra irregular de propaganda para deconstruir la maternidad y la mujer tradicional, todo financiado sin duda por organizaciones poderosas globalistas y miles de oenegés a su servicio. Con la complicidad del big tech y del mainstream media.
Sin embargo, va cobrando fuerza la defensa de los templos, los católicos rezando el rosario pacíficamente a las puertas de lo que aman, con fe y sin armas. Necesitamos que estos movimientos crezcan y se multipliquen, como las estrellas en el cielo.