La nueva constitución de Chile, que se vota en plebiscito este 4 de septiembre de 2022, representa la formal instalación del marxismo posmoderno en un territorio, a fondo, hasta el tuétano, y por tanto, el fin de la democracia liberal, y del liberalismo clásico, en todos los sentidos.
El marxismo posmoderno es el aquelarre donde confluyen diversas corrientes de la izquierda. En él cohabitan vertientes diversas: el antiteísmo, anticristianismo, anticlericalismo y la antireligiosidad, de la Revolución Francesa (1789); el resentimiento que clama por sangre para imponer una dictadura “del proletariado”, del marxismo clásico (1848); el deseo de borrarlo todo y empezar una nueva cultura “desde cero”, de la Revolución Cultural china de Mao Tse Tung (1966-1976); tanto como la Escuela de Frankfurt y la Escuela Posmoderna francesa.
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Los cambios planteados en tal propuesta legislativa chilena sin duda alguna se basan en un conjunto de teorías comprendidas dentro del marxismo posmoderno, y que toman forma en el supremacismo progresista, como la ideología de género, el supremacismo feminista, el supremacismo LGBT, el supremacismo indigenista, y el supremacismo ecologista.
Pero vamos por partes. La definición de lo que es Chile. Desde el Artículo 1, inciso 1, la nueva constitución define al país así: “Chile es un Estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico”.
Con esto, introducen en la máxima legislación chilena conceptos que dividen a la población, ya sea por sus etnias o razas, como por sus estratos socio-culturales, además de por las zonas en las que se habita, y por la creencia en la llamada “religión planetaria”, que es, hoy en día, el ecologismo.
En el plano del liberalismo clásico todos los chilenos gozan de todos los derechos, justo sin poder ser discriminados por su etnia, raza, origen social o cultural, origen territorial, o creencias, es decir, sin ser sujetos a un trato distinto al de los demás. Tal es la igualdad ante la ley.
Pero ahora, en el esquema del marxismo posmoderno, habría que hacer adecuaciones especiales cuando se trate de gobernar indígenas, gente LGBT, mujeres, o personas de algunas regiones en particular. Así, el Estado de Derecho se ve obligado a otorgar un trato de excepción a tales sectores sociales, sólo porque se les concibe como “distintos” ante la ley, e incluso como “vulnerables”.
Sólo atendiendo al carácter prioritario de un Chile ahora “ecológico”, habría que alarmarse ante las consecuencias brutales que tal afirmación puede tener en el plano económico, familiar, industrial, empresarial y comercial de este país.
Si es “ecológico” y esto es planteado desde el artículo 1º, entonces hay permiso tácito para cerrar miles de fábricas, y empresas, bajo el argumento de que el manejo de sus desechos destruye o afecta al medio ambiente, con lo que se quedan sin empleo cientos de miles de chilenos.
Y esto ya sucede por ejemplo en España, donde las absurdas medidas “ecologistas” de la Unión Europea sólo producen pobreza y atraso, mientras que China no respeta restricción verde alguna y sigue creciendo económicamente. Por algo el expresidente de EE. UU., Donald Trump, abandonó el Acuerdo de París.
El supremacismo ecologista concibe al ser humano como un “virus” que a su paso destruye, contamina todo: mares, ríos, aire, tierra, acabando con miles de especies animales, bosques, selvas, y contribuyendo al calentamiento planetario y a la llamada “sexta extinción masiva”.
Son los mismos que exigen que la gente ya no tenga hijos, porque tal es la decisión más “cuerda”, y ecologista. Mientras menos gente, menos contaminación.
Son también los mismos que integrados en “comandos de liberación animal”, asaltan granjas para dejar libres a los cerdos, o a las vacas, sintiendo gran compasión ante “nuestros hermanos no humanos”, pero manifestándose rabiosos a favor del aborto, porque eso “no es un ser humano”, sino un estorbo al proyecto de vida, como pensarían lo mismo Simone de Beauvoir que Ayn Rand.
¿Nos damos cuenta todo lo que puede implicar que Chile sea definido desde el primer artículo del nuevo bodrio constitucional como “ecologista”? ¿Y cuál ecologismo se va a aplicar? ¿El que rechaza el uso de gasolinas y privilegia sólo autos eléctricos? Esto paralizaría al país. Y le daría aún más poder a China y otros países que nunca respetan protocolo alguno para cuidar al medio ambiente.
¿O su ecologismo es anti-especista, y anti-antropocentrista? Entonces —y parece que no es broma y todo va por ese rumbo— las vacas y las gallinas tendrán ahora los mismos derechos que los seres humanos. Porque, ¿cómo discriminarlas?
Un serio problema es empezar a gobernar haciendo excepciones. “Todos parejo… menos los indígenas, los homosexuales, y las mujeres”. Para estos tres grupos, se aplican excepciones, que no son otra cosa al final del día que privilegios.
¿Por qué piensa así el supremacismo progresista? Porque el fundamento psicológico de las izquierdas es el resentimiento social y esos sectores supuestamente han sufrido mucho a nivel histórico, han sido y siguen siendo “víctimas” y por ello hay que dispensarles un trato diferenciado, para compensarlos…
Pero apenas vamos empezando. Este artículo no puede abarcar todo lo que quisiéramos sobre el esperpento constitucional, pero señalaremos algunos puntos sobresalientes.
En esa misma línea de ataque a la concepción del ser humano según su tradición cristiana, occidental, vemos que la vieja Constitución sí protegía el derecho humano a la vida desde antes de nacer, pero ahora estos hijos de Boric, comunistoides, ateos, lo han arrancado de la ley. El aborto es ahora, por tanto, totalmente constitucional. De facto, hasta un día antes de nacer.
Dice el Artículo 50, inciso 1: “Toda persona tiene derecho al cuidado. Este comprende el derecho a cuidar, a ser cuidada y a cuidarse desde el nacimiento hasta la muerte”. Traducción, antes de nacer no se tiene el derecho a ser cuidado. Estos progres son unos violadores de los derechos humanos.
Pero eso no es todo. Acaso el párrafo más corrosivo de todo el manifiesto progre de los amigos de Boric es el inciso 2 del mismo artículo:
“El Estado garantiza su ejercicio sin discriminación, con enfoque de género, inclusión y pertinencia cultural; así como el acceso a la información, educación, salud, y a los servicios y prestaciones requeridos para ello, asegurando a todas las mujeres y personas con capacidad de gestar las condiciones para un embarazo, una interrupción voluntaria del embarazo, un parto y una maternidad voluntarios y protegidos. Asimismo, garantiza su ejercicio libre de violencias y de interferencias por parte de terceros, ya sean individuos o instituciones”.
Traducción: la ideología de género, léase la perspectiva, el “enfoque de género” —que no es de ningún otro género que el de la mujer, y nada más ese, nunca el del hombre—, es el filtro por el cual se debe aplicar el derecho a los ciudadanos, con lo que se pone en absoluta ventaja a la mujer, pero en desventaja al hombre.
Pero además, el Estado chileno va a “garantizar” que todas las mujeres puedan abortar.
Y de paso, también va a garantizar que las mujeres que se perciben como hombres, esto es, las “personas con capacidad de gestar”, puedan embarazarse. ¿Cuánto le costará a los chilenos pagar con el sudor de su frente, con sus impuestos, que estos “hombres” puedan embarazarse luego de miles de tratamientos hormonales para parecer varones?
Y si eso es respecto del aborto, es decir, la violación al derecho a la vida, el Artículo 68, inciso 1, es la aprobación constitucional de la eutanasia: “Toda persona tiene derecho a una muerte digna”.
Para que nos demos una idea de la dominancia de la ideología de género en esta constitución destructiva, sepan que la palabra “género” es mencionada 46 veces, a lo largo de las 178 páginas del texto. Se menciona ese absurdo término incluso mucho más que la palabra “mujer”, con 13 menciones. ¿Y el hombre? Una sola vez. La palabra “familia”, el núcleo social más relevante, sólo es mencionada 13 veces. La palabra Dios, no se menciona una sola vez. Es lógico. Pero la palabra “Estado” se menciona 360 veces.
El inciso 2 del artículo 1º, es un compendio de conceptos progresistas: inclusión, paridad, igualdad sustantiva: “Se constituye como una república solidaria. Su democracia es inclusiva y paritaria. Reconoce como valores intrínsecos e irrenunciables la dignidad, la libertad, la igualdad sustantiva de los seres humanos y su relación indisoluble con la naturaleza”.
Pero cualquiera que sepa leer entre líneas a estos progresistas, sabe bien que “inclusión” no significa dejar atrás la discriminación, sino darles privilegios a los supremacismos de izquierda, fondos, becas, bonos, asistencialismo, cuotas, y espacios de poder. La lucha de estos supremacismos hace décadas dejó de ser por sus “derechos”, porque siempre los han tenido todos, y es más bien por el poder.
“Paridad” es un concepto absurdo que busca repartir el poder en cuotas de género. De todos los puestos disponibles en el gobierno, mitad para hombres y mitad para mujeres, pero no por su capacidad, experiencia, trayectoria, sino por sus genitales. Eso es todo. Y pronto habrá paridad también para todos los demás “géneros”, y para ciertas etnias y para otros ciudadanos “excepcionales”.
En cuanto a la igualdad sustantiva (Artículo 6) hay que saber que es un concepto peligroso, en tanto que anula la igualdad ante la ley, con enfoque liberal clásico, para implementar medidas que “igualan” a la fuerza a una persona con otra, a través de la acción del Estado.
¿Un ejemplo? Cuando justamente, una persona poco preparada, sin estudios, sin experiencia ni trayectoria, puede acceder a un puesto de gobierno, junto a otros ciudadanos que sí cuentan con toda una educación y años de ejercicio profesional. El Estado impone a la persona no capacitada para generar “igualdad sustantiva”. ¿Y la genera? No, genera una aberración.
También hallamos mucho de supremacismo indigenista. A los “indígenas” —sin contar que se privilegia la “autopercepción” de ser uno de ellos por encima de realmente ser un miembro de tal comunidad— se les concede, de facto, vivir y regirse bajo su propia ley, creando micro-estados dentro del Estado, pero en los que éste no tiene injerencia (de no ser, eso sí, para cobrar impuestos).
Muy peligroso que tales comunidades puedan hacer lo que sea, arguyendo sus “usos y costumbres”. En México, por ejemplo, en alguna comunidad indígena de Oaxaca, una tradición es untarle chile en la vagina a una mujer infiel, como castigo. En otras comunidades se estila vender a las hijas por cerveza o borregos.
No hay que perder de vista que los marxistas posmodernos tienen en sus venas mucho de castrochavismo, y de estalinismo, porque, muy libres ellos, pero cuando están en la silla del poder, no dudan en querer meter la mano estatal incluso en la vida privada, no sólo en la pública.
Un Estado invasivo queda expresado en el Artículo 49, inciso 2: “El Estado promueve la corresponsabilidad social y de género e implementará mecanismos para la redistribución del trabajo doméstico y de cuidados, procurando que no representen una desventaja para quienes la ejercen”.
Se mete el Estado, textual, hasta la cocina, invadiendo la esfera de lo privado. Nadie se había atrevido a tanto como estos novatos neo-estalinistas, tan amantes del Estado todopoderoso, del Estado-Dios, y del gobierno como un culto.
En el Artículo 25, inciso 3, se escribe: “El Estado asegura la igualdad de género para las mujeres, niñas, diversidades y disidencias sexuales y de género, tanto en el ámbito público como privado”. Traducción: el Estado apoya a todos menos a los varones. Esos simplemente no existen en la nueva y nefasta ley. Y de paso, lo dice muy claro, también piensa gobernar en el ámbito de lo privado. Qué tal estos progres.
En fin, una serie de despropósitos y calamidades, a estos marxistas posmos se les subió el rompope y ya se sienten el “Big Brother” orwelliano de Chile. Dios nos libre. No cabe duda alguna que esta “constitución” no fue escrita tomando en cuenta a todos los sectores sociales, en especial a las mayorías católicas, cristianas.
Que todos los chilenos, por propia supervivencia y sentido común, salieran a votar en contra de este compendio de idioteces. Los progres caerán por sus propias contradicciones. Al tiempo.